Las encuestas lo asustaron. Los
murmullos en el PSUV le espantaron el sueño. Le aflojaron
las tripas las cajas vacías que llevaron a la Asamblea
Nacional el exinanido respaldo popular para su enmienda… El
tipo tuvo que recular. Tragarse sus argumentos. Renunciar a
su indispensabilidad única. Colectivizar el atropello a la
democracia. Generalizar la traición al pensamiento del
Libertador.
Desde hace mucho tiempo, el Gran Patán y sus patancitos
hicieron lo imposible para demostrar que sólo aquél era
imprescindible para garantizar la continuidad del bochinche
que ellos llaman revolución. No se podía permitir, dijo el
tipo, la aparición de caudillitos regionales. Así lo recogió
la frustrada reforma del 2007. Y ese era el contenido de la
enmienda "pequeñita" que el propio Chávez propuso.
En una noche de insomnio y aflojamientos intestinales, el
tipo decide extender la reelección indefinida a todos los
cargos de elección popular. Los promotores de la reelección
presidencial exclusiva debieron salir a lavarse ese paltó
(utilizo aquí una expresión del propio presidente). Tuvieron
que enrollar sus argumentos y metérselos en el bolsillo
(hago uso de otra expresión de Chávez).
Con esta sorpresiva cabriola, Chávez quiso congraciarse con
algunos dirigentes de su partido, quienes vieron clausuradas
sus legítimas aspiraciones sucesorias. Quiso ganarse la
voluntad de unos centenares de funcionarios electos que, con
alas cortas, saben que ya tocaron techo y prefieren quedarse
para siempre en la ramita que lograron alcanzar.
Lo que no ha medido Chávez es el efecto que su morisqueta
puede tener sobre un universo muchísimo mayor del
electorado, dentro y fuera de su partido. No es un secreto
para nadie que, en este país, detentar el poder a cualquier
nivel otorga a quien lo ejerce amplia ventaja sobre
cualquier nuevo aspirante. Y aspirantes nunca han faltado en
Venezuela.
Así, muchos militantes del PSUV tendrán que meterse sus
apetitos políticos por donde dijo el presidente. Tendrán que
conformarse con ver matrimoniado a algún compañerote con un
cargo… hasta que la muerte los separe. Esta situación
tendría repercusiones posteriores, aún ganando el referéndum
(cosa que dudo, si el juego no es muy turbio). Las guerras
domésticas terminarán, más temprano que tarde, con el
partido y con el reinado de Chávez.
Pero hay más. La combinación de la reelección indefinida con
las ventajas que indudablemente otorga el ejercicio del
poder, colocaría al ciudadano común en una situación de
gravísima indefensión, pues se reducirían las posibilidades
de renovar sus gobiernos y sus representantes. No creo que
sean muchos los ciudadanos dispuestos a afilar el cuchillo
que amenaza su propio pescuezo.
Ya no se trata, para la gente de a pie, del riesgo de tener
que soportar un presidente vitalicio (aparte de inepto),
sino unos gobernadores y alcaldes perpetuos
(independientemente de sus méritos)… Siempre perdiz hasta al
obispo cansa, sentencia un castizo refrán. A Chávez, con su
nueva pirueta, le puede pasar lo del carnero encantado… y
quedar trasquilado.
Chávez, y él mismo se empeña en demostrarlo, no está hecho
para la democracia. La democracia verdadera, como la vida,
supone cambio, renovación, fluidez, reemplazo, remozamiento.
Es más una carrera de relevo que un maratón eterno. Es más
río en mudanza permanente que agua estancada. Es más
promoción de iniciativas que imposición de esquemas. Tiene
más de debate que de eucaristía. Y mucha gente lo sabe.
A Chávez, en dos platos, le puede salir el tiro por la
culata.
romeropernalete@gmail.com
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Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |