Cuando irrumpió en el escenario
político nacional, Chávez encontró terreno abonado para su
discurso redentor. Los errores de una dirigencia negligente
y miope, más que el agotamiento de un modelo de país, fueron
creando una inmensa deuda social que Chávez ofreció saldar.
El verbo florido de un opaco militarcito encontró oídos y,
con el paso del tiempo, votos suficientes para encaramarse
en la presidencia de la República.
El camino parecía ancho y despejado para impulsar las
transformaciones que Venezuela reclamaba. Tenía apoyo
popular, anuencia institucional y respaldo internacional. A
ello se sumó lo que, pudiendo ser soporte del proceso de
cambios, terminó convertido en el dulce mal con el que está
muriendo: el incremento sin precedentes del precio del
petróleo.
El río de dólares que inundó al país le permitió a Chávez
irrigar sin inconvenientes sus proyectos sociales, a través
de los cuales pretendió cancelar la factura pendiente que el
país le presentó. Limosnas al mayor y al detal, más
corrupción de todas las tallas, marcaron esos intentos. Ni
esfuerzo creativo ni orden en la casa hicieron falta. Los
dólares alcanzaban para taponar torpezas y marramuncias.
Así, la abundancia de reales impidió que la revolución
echara raíces profundas. Igual que sucede con los
sembradíos. Cuando la siembra es reciente y el tiempo es
bueno, las plantas desarrollan raíces superficiales, porque
su alimento está allí mismito. Cuando las condiciones son
adversas, las pequeñas plantas, en busca de nutrientes,
hunden profundamente sus raíces en la tierra y se aferran a
la vida. Cuando llega la ventisca, se lleva a las primeras.
Las últimas pueden resistirla.
Una revolución montada sobre la abundancia se va con el
primer ventarrón. La crisis apenas ha enseñado los dientes y
a la revolución ya le tiemblan las piernas. El banquete de
los vividores y los corruptos se empieza a encoger. Las
migajas que dejaban caer para los pobres de siempre empiezan
a escasear. Los bandidos no tardarán en abandonar la fiesta.
El descontento popular, orejano aún, seguirá subiendo
cerros. Chávez no entendió el compromiso. Era mucho pedirle.
Hacia afuera el panorama es similar. Compró, a punta de
generosas dádivas, el respaldo de unos cuantos chulos que ya
no vendrán a lamerle las botas al dueño de un hueso que ya
no tiene carne. Sólo se acercarán los chulitos menores
(Orteguita, Evito, Correíta y Raulito) porque no tienen para
donde coger.
El petróleo, ayer su aliado, será con el tiempo el verdugo
de Chávez. Disminuidos sus recursos, carcomida su
popularidad y quebrantados sus amoríos internacionales,
Chávez y su revolución de utilería tienen sus meses
contados. Independientemente de los resultados del referendo
reprobatorio de la enmienda inconstitucional (del otro lado
lo llaman referendo aprobatorio de la enmienda
constitucional).
Ahora, sería bien sabroso que el tipo se fuera con otro
revolcón en su historial, con un sonoro "no" el 15 de
febrero, con otro chichón en su enfermizo ego.
romeropernalete@gmail.com
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Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |