Desde
que le puso las garras al poder, Hugo Chávez no ha causado
sino destrucción. Por los vientos que soplan, no quiere
dejar piedra sobre piedra. Eso sí, con el aplauso
complaciente de unos, la confortable indiferencia de otros y
la miopía de sus opositores.
Hugo Chávez está destrozando cualquier institución que pueda
poner freno a sus locuras.
Se ha guardado a la Asamblea Nacional en el bolsillo de
atrás del pantalón. No le bastó con tenerla para hacer
mandados. La quitó para ponerse él. Los diputados quedaron
para las ceremonias de adoración a Chávez, mientras se
aferran al mecate que los eleve a ministros.
Chávez ha destruido la confianza en la Fuerza Armada. La
convirtió en guarida de corruptas charreteras. En aparato de
represión política. En el brazo armado de su partido. En una
horda de fanáticos dispuestos a matar o a dejarse matar por
algo que no entienden.
Chávez ha aniquilado los partidos políticos que garantizan
la pluralidad en cualquier régimen democrático. Les dio el
empujoncito que faltaba a los partidos tradicionales (ellos
ya habían caminado solitos hasta el borde del despeñadero).
Bajo los efectos alucinógenos del poder, quiere ahora
uniformar el pensamiento de sus seguidores. Y pide a los
aliados que se suiciden en la tarima del Partido Socialista
Unido. Y a punta de prebendas y chantajes les está dejando
el potrero sin ganado.
Chávez ha suprimido la majestad que alguna vez tuvo el
Tribunal Supremo de Justicia. Hoy da órdenes a sus
magistrados (él los puso allí, después de todo). Los
convirtió en vulgares mayordomos. Prohibió las sentencias a
espaldas del Caudillo. Se convirtió en supremo magistrado.
Su dedo condena o absuelve.
Chávez está acabando con la estructura productiva del país.
Ha ahuyentado las inversiones serias para darle paso a unos
seudo-empresarios que viven a la sombra del gobierno.
Asfixia la iniciativa privada para sustituirla por
costosísimos experimentos comunales, con los cuales, eso sí,
ha democratizado el chanchullo.
Invasiones, expropiaciones, adquisiciones forzadas, acoso
tributario, control de cambio, regulaciones arbitrarias de
precios, leyes caprichosas y amenazas cotidianas han
conseguido espantar las empresas de la ciudad y el campo. Lo
que hoy comemos o nos ponemos viene de los puertos.
Chávez está aniquilando la descentralización. Largos años de
esfuerzo por poner los centros de decisión más cerca de la
gente, naufragan hoy bajo su ambición enfermiza de
controlarlo todo. Sólo él decide, sobre lo grande y lo
pequeño.
Chávez quiere ahora arrasar con los sindicatos. Toda forma
de organización social lo irrita. Quiere trabajadores en
absoluta y total indefensión. No quiere riesgos de ningún
tamaño. No quiere piedras en el zapato. Ni en el camino.
Chávez ha liquidado la convivencia que aprendimos los
venezolanos después de mucho andar. Su discurso ha partido
en dos al país. Ha separado amigos y parientes. Ha destruido
puentes y erigido barreras entre conciudadanos.
Este "terminator" tropical, no vino del futuro, a destruirlo
todo, como el del cine. Viene del pasado, inspirado en
jurásicas ideologías, armado de las más retrogradas
prácticas políticas: autoritarismo, caudillismo, culto a la
personalidad, militarismo, centralismo, similares y afines.
Muchos serán los daños por los que debe responder, cuando
llegue la hora de Sarah Connors y su prensa hidráulica.
Remember the film.
romeropernalete@gmail.com
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Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |