Idiota
no es cualquiera. Se necesita vocación y entrenamiento. Sea
cual sea el empaque. Porque hay varias clases de idiotas:
los invisibles y los que encandilan. Los inodoros y los que
apestan. Los insípidos y los que empalagan.
Hay idiotas con toga e idiotas con botas. Hay idiotas de
reciente cosecha y los hay añejados. Hay idiotas por
conveniencia y hay idiotas por convicción. Todo idiota, sin
embargo, tiene su equipamiento básico: una serie de rasgos
peculiares que lo definen y lo separan del resto de la
especie.
El idiota típico, por ejemplo, no distingue colores ni
matices. Ve el mundo en blanco y negro. Alimenta su discurso
con dicotomías. Pobres y ricos. Patriotas y lacayos del
imperio. Buenos y malos. Capitalismo y socialismo. Bush y el
otro.
El idiota practica el autoengaño. Cree que maneja a los
demás… y los demás lo usan. Lo ponen, verbigracia, a dar
insultos a un gringo en tierra ajena, mientras el anfitrión
voltea su estrabismo para desentenderse. O algún analfabeto
presidente, embutido en un poncho, le organiza un acto de
adulación para vaciarle la bolsa mientras habla.
El idiota no sabe lo que dice. Usa la lengua pero no el
cerebro. Le rinde culto a la consigna. Llama a formar "uno,
dos, tres Vietnam", sin recordar el sufrimiento que un solo
Vietnam le causó al mundo.
O grita a todo gañote "Patria, socialismo o muerte", como
opciones alternativas de futuro. Como una amenaza enarbolada
a los cuatro vientos, que deja sin espacio a quienes creen
en la humanidad, la libertad y la vida.
El idiota no sabe sacar cuentas. Se mira en el espejo y
grita "¡Somos dos!". El idiota, en efecto, asocia a su país
con tres países pobres y pequeños… y cree que el imperio
está temblando.
Venezuela, Cuba, Bolivia y Nicaragua se embarcaron en esa
aventurilla que es ALBA. Unidos suman unos 50 millones de
habitantes. La mitad de los que tiene México. La cuarta
parte de los de Brasil. La sexta parte de la población del
imperio. Bush no se ha dado ni cuenta de que el ALBA
respira.
El idiota no sabe que los demás lo ven. Persigue al hombre
de su vida (si no existiera Bush lo inventaría) por toda
América Latina, y luego dice que aquél lo anda buscando.
Monta un show de bostezos y de insultos en un pequeño
estadio de un barrio bonaerense y luego va a dormir en el
Sheraton Hotel. Prédica y conducta por distintos rumbos.
El idiota no tiene identidad política. En Argentina se
proclamó hijo de Bolívar, de San Martín, de Tupac Amaru, del
Ché Guevara y de Perón. Cuando visita Cuba es hijo de Martí.
En Nicaragua es hijo de Sandino. En Perú, de Velasco. En la
China, de Mao.
Esa mezcla de padres tan disímiles talvez sea responsable
del desorden ideológico que el pobre idiota carga entre
verruga y ceja.
El idiota prefiere lo parejo. Le tiene miedo a la
diversidad. Por eso quiere un partido único donde todos
complazcan sus caprichos. Y un pensamiento único que evite
la comezón de la disidencia. Y un líder único y eterno, cuyo
dedo decida el rumbo el país.
El idiota no asume responsabilidades. La culpa es siempre de
otro. Del neoliberalismo. Del imperialismo. De la
oligarquía. De los medios de comunicación. De sus ministros,
incluso. Es un experto en el arte de lavarse las manos.
El idiota se cree grande porque hay otros idiotas que lo
aplauden. El idiota se cree tigre de acero. El idiota no
sabe que el acero también se derrite.
romeropernalete@gmail.com
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Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |