Tío Tigre
y Tío
Conejo por
Daniel
Romero
Pernalete
jueves, 14
junio
2007
El
atropello oficial les tumbó los libros. La rabia los sacó
del aula y los puso en las calles. Y en el corazón de media
Venezuela. Y en la conversación de todo el mundo. Los
muchachos salieron respondones. Al gobierno le saltó la
liebre de donde menos lo esperaba.
Una nueva dirigencia estudiantil le puso rostro a la
protesta e inteligencia a la querella contra la demagogia y
el abuso. Es probable que hayan cometido errores. Es normal
en todo estreno. Es probable que no compartamos con ellos
algunas concepciones. Es normal cuando la gente piensa.
La experiencia los irá tallando. Puliendo. La madera parece
buena. Los muchachos tienen bien puestas las neuronas, bien
limpias las manos y bien claras las voces. Tres cosas que no
cuadran con el socialismo necrofílico de Hugo Chávez.
Los ataques de histeria del presidente y de sus diputados no
son gratuitos. Ni los escupitajos de ministros y de otra
fauna menor. El gobierno ha bufado, ha gruñido, ha aullado,
ha coceado. Ha enseñado colmillos y garras. Parece que se le
extravió el plan de vuelo.
Los calificativos que el gobierno ha vertido contra la
dirigencia estudiantil no son muy originales que digamos.
Forman parte de la cartilla de insultos que todo buen
chavero debe manejar: oligarcas, lacayos del imperio,
mercenarios de la CIA. traidores a la patria.
Cada injuria salida del gobierno es una especie de
certificado de solvencia política y moral. Los muchachos
crecen con cada improperio que les dedica Chávez o
cualquiera de sus marionetas.
La emergente y legítima dirigencia estudiantil ha demostrado
cualidades poco comunes en el escenario político actual:
capacidad de convocatoria, prudencia, inteligencia, guáramo
y astucia. Lo demostraron en la forma como evadieron la soga
en el cadalso político que les había preparó la
deslustradísima Asamblea Nacional.
Se ha desgastado mucha tecla analizando el asunto. Cobarde
huida, dice la historia oficial. Jugada magistral, afirman
algunos analistas desde esta acera. Imperdonable error,
advierten algunos opinadores desde este lado del presente.
En mi inmodesta opinión fue una buena salida. Me atrevería a
decir que la única. Con su actuación, los muchachos nos
recordaron las historias de Tío Tigre y Tío Conejo. Dos
ancestrales contrincantes que representan la fuerza bruta y
la inteligencia. Respectivamente.
Allí estaba Tío Tigre, con los colmillos al aire y las
garras desnudas. Saboreando por adelantado el preciado
banquete. Salivando su victoria. Adentro, Cilia con sus
verdugos. Afuera, Lina con sus sayones.
Vestidas y alborotadas se quedaron. Los muchachos les
aguaron la fiesta. Hicieron lo que fueron a hacer y les
tumbaron el libreto. Nos regalaron unos discursos estupendos
e hicieron mutis con irreverente y simbólico gesto.
La presa se escapó a un paso de la olla. Como siempre lo
hacía el Tío Conejo en los cuentos de antaño. Tío Tigre,
también como en los cuentos, maldijo y dio zarpazos durante
el resto del día.
Fue una hermosa faena esa de los muchachos. Como buenos
toreros no se dieron topetazos con el toro. Le dieron tres
pases de antología y cuadraron un par de banderillas de
excepción. Y terminaron con desplante y todo. Tiraron las
franelas y se marcharon. Como esos matadores que lanzan el
capote al ruedo y se marchan corajudamente dando la espalda
al toro.
Hugo Chávez quedó ajado y banderilleado. Tanto, que fue a
buscar refugio entre las barbas de Fidel Castro.