A
medida que Chávez desbroza el
camino hacia su utopía totalitaria, va precisándose el
perfil de quienes lo acompañan: una fauna de diverso pellejo
y de típicos hábitos. Y de muy previsible conducta cuando
llegue la hora del desbarrancamiento.
A Chávez, en efecto, lo acompañan algunos dinosaurios. Desde
que existen, estos ejemplares se han alimentado de mentiras.
Siempre han estado equivocados y lo seguirán estando. Nunca
enderezarán sus ramas. Ayer soñaban con un futuro rojo y hoy
suspiran por un rojo pasado.
La historia pasó la página del socialismo real, pero ellos
no se percataron. No asumieron el cambio del ambiente. Se
estaban extinguiendo, hasta que Chávez les estiró el
aliento. Cuando Chávez esté de ida, los dinosaurios lo
mirarán pasar. Y quedarán como pieza de museo.
Los becerros mamones también abundan alrededor de Chávez. No
tienen ideología porque les cuesta mucho. No son de aquí ni
son de allá. Ayer vivieron de los negocios con el gobierno.
Hoy hacen lo mismo. Para ellos lo importante es la ubre, no
el color de la vaca.
Los becerros mamones dicen que no se meten en política.
Aclaran que negocian con el Estado y no con el gobierno. La
lealtad no se cuenta entre sus vicios. Cuando a Chávez se le
acerque su sábado, irán entre berridos a buscar nuevas
ubres. Para ellos, sin teta no hay paraíso. Y no van a
arriesgar piel ni fortuna.
Los cuervos también revolotean sobre Chávez. Se especializan
en sacar los ojos de quienes los criaron. Son los adecos y
los copeyanos de ayer, que hoy posan en las ramas del
chavismo. Hasta hace poco se caían a trompadas con quien
dijera que Lusinchi tenía mala bebida. O pedían la
excomunión de quien dijera que Dios era más grande que
Caldera.
Hoy le caen a mordiscos a quien no crea en la infalibilidad
de Chávez. Protegen sus flaquezas con una gorra roja, por
ahora. Pero ellos saben las vueltas que da el mundo. Cuando
Chávez camine hacia el calvario, lo negarán tres veces antes
de que el primer gallo se despierte.
Alrededor de Chávez también pastan borregos. Los que tienen
flojera de pensar y prefieren la seguridad del rebaño. Están
con el que tenga mayoría. Se distinguen de los becerros
mamones porque no participan del festín. Y a diferencia de
los cuervos, nunca han tenido marca de partidos.
Este sector conserva su cerebro como nuevo. Para ellos es
más cómodo dejarse arrastrar por la corriente. Ser pendejo
también tiene su encanto. Cuando a Chávez le llegue su
cuarto de hora, los borregos se quedarán mirando. Esperando
el próximo pastor que los arree.
Las palomitas rojas también son fauna clave en el proceso.
Consumen migajas y excretan votos. Hacen sus nidos en las
puertas de cualquier organismo oficial, en espera de una
beca por hacer nada, o de un crédito que nunca devolverán. O
de una bolsita de comida.
Las palomitas rojas viven de la limosna irresponsable del
gobierno. Cuando la bolsa cambie de dueño, cambiarán el
plumaje. Y voltearán con la mano extendida hacia el nuevo
dador.
Y por fin… ¡las pirañas! Los únicos que se ahogarán con Hugo
Chávez. Porque nunca tuvieron nada ni fueron nadie. La
revolución los encumbró, los puso donde había. Devoraron las
arcas del Estado. Se comieron la institucionalidad del país.
Esos sí dan la vida por el proceso. Porque después de Chávez
los espera la nada. O las rejas.
Hoy, Chávez anda muy mal acompañado. Mañana estará
prácticamente solo.
romeropernalete@gmail.com
* |
Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |