Doña
Blanca es un racimo de angustias. Un manojo de
preocupaciones. Doña Blanca sufre con su país. Ella resume a
media Venezuela. Doña Blanca me pregunta qué hacer. Cómo
ponerle fin a este mal sueño. Doña Blanca no sabe que uno
tampoco sabe.
Doña Blanca sabe que el gobierno ha venido saltando de
desacierto en desacierto. Que se ha caído a trompadas con la
racionalidad económica. Y se ha fajado a golpes con la
institucionalidad democrática. Y que ha dictado sentencia
condenatoria contra muchas conquistas sociales y políticas.
Ese mismo gobierno, por otro lado, ha contraído nupcias con
la ineficiencia. Cohabita con la intolerancia y el abuso. Se
revuelca en público con la corrupción.
Doña Blanca ha escuchado que el descontento corre por la
calle. Que se mueve en el taxi y en el metro. Que está
subiendo cerros y entrando a los mercados. Y que está
corroyendo rojísimas lealtades. Doña Blanca y media
Venezuela se preguntan como convertir rabia en historia.
Alquimia pura.
Doña Blanca me ha puesto a imaginar opciones… Cambiar bota
por bota no parece atractivo. La solución biológica está
contraindicada. Encargar a los gringos la tarea es reeditar
amargas experiencias… El único camino, aunque empinado,
parece ser el del combate cívico.
Esta última opción supone activar a la gente. Es una tarea
dura, a la que muchos no estamos habituados. Porque
involucra al menos tres quehaceres: organización, unidad y
liderazgo. Estos son, en mi ingenua opinión, los tres
pilares sobre los que descansa cualquier intención de
cambio.
Si no se crea otra una opción alternativa, la gente seguirá
colgada de la única rama disponible: la que ofrece el
gobierno. La gente prefiere estar asida a una rama podrida
que saltar al vacío. Nuestra gente no tiene vocación
suicida. Prefiere vivir de ilusiones recicladas que morir de
viejos desengaños.
Si no se abre una brecha diferente (distinta del presente y
del pasado), la gente seguirá pregonando la muerte en sus
consignas. Y seguirá arrodillándose ante falsos Mesías. Doña
Blanca lo sabe.
La que parece no estar enterada es la oposición venezolana.
Sigue negada a construir la rama alternativa. Organización,
unidad y liderazgo colectivo no aparecen en sus anaqueles.
Sin organización no habrá posibilidades de recoger el
descontento y transformarlo en lucha ciudadana. Y no se
trata solamente de fundar o fundir unos partidos. Se trata
de organizar la rabia. De estar donde la gente está. De
pelear a su lado. De llenarse de barro los zapatos. De
morderle los talones al abuso.
Organizarse, sin embargo, no basta. Se necesita un nuevo
liderazgo. Que diseñe rumbos y abra caminos. En distintos
terrenos y en distintos niveles. No se trata, me explico, de
crear nuevo líder que todo lo sepa y que todo lo pueda. Se
trata de construir un liderazgo de mil cabezas y millones de
ideas.
Hace falta un tercer componente para levantar vuelo: la
unidad. Unidad de propósitos, y no de concepciones. Se trata
de alinear esfuerzos, no de ser iguales. Se trata de
precisar cuál es el blanco, no de lanzar los mismos dardos.
Se trata de no perder el tiempo escupiendo al de al lado.
La salida, a mi juicio, no es corta ni fácil. Los grandes
males no se curan con pequeños remedios. Los milagros no
tienen cabida en la política. Los atajos pueden llevar al
sitio equivocado. Las victorias hay que sudarlas… ¿Cómo
hacer que nuestra oposición entienda esto?... Espero que a
Doña Blanca no se le ocurra preguntármelo.
romeropernalete@gmail.com
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Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |