Cinco
motores dice Chávez que tiene su proceso. Esos motores,
según su propia lengua, llevan directamente al socialismo.
Un socialismo, al decir de algunos, totalitario y gris.
El primer motor es la Ley Habilitante, por medio de la cual
Chávez ha despojado a la Asamblea Nacional de su potestad
para hacer leyes.
El segundo es la Reforma Constitucional, cuyo centro de
gravedad es la reelección presidencial indefinida, la
eternización de Chávez en el poder.
El tercer motor es la Jornada Moral y Luces, un proyecto de
adoctrinamiento masivo para el sometimiento político de la
población.
El cuarto es la Nueva Geometría del Poder, gracias a la cual
Chávez pretende reorganizar geográficamente el territorio,
sepultar la descentralización y anular el papel
institucional de estados y municipios.
El último motor es la Explosión del Poder Comunal, que no es
otra cosa que la voladura de la intermediación política
entre líder y masa, para establecer un vínculo directo entre
el uno y la otra.
Afortunadamente para el país y para el futuro, el socialismo
chavista es como el pavo real: aletea pero no vuela. No
vuela ni volará, porque la revolución, además de motores,
tiene sus cinco frenos.
El primero de ellos es la corrupción, ese cáncer ya viejo
que ha hecho metástasis en el octenio de Chávez. Él mismo lo
ha reconocido, aunque no ha movido un dedo para combatir
seriamente el latrocinio. La gente se da cuenta.
Por ahí siguen, sin castigo o sin vergüenza, los generalotes
del Plan Bolívar 2000, los pillos del Central Zamora, los
alcaldotes y diputadillos que pasaron de pedigüeños a
potentados, los rateritos que han hecho nido en más de una
organización de base.
El segundo de los frenos es la ineficiencia. Jamás gobierno
alguno en Venezuela ha gastado tanto y ha hecho tan poco. La
pobreza sigue mortificando a 8 de cada diez venezolanos. El
desempleo asoma sus dos dígitos, atenuado por el buhonerismo
y un cooperativismo de utilería.
La educación se arrastra entre la mediocridad y el engaño de
las misiones. La crisis de la salud no logra ser sofocada
por lo curanderos que trajeron de Cuba. Y la delincuencia,
organizada o realenga, sigue apagando vidas y proyectos.
El tercer freno es el personalismo atosigante de un Chávez
que se cree imprescindible. Que maneja todos los poderes,
que quiere un partido único, que no piensa dejar espacio
para nadie. De un Chávez megalómano y sectario que ha
empezado a irritar a sus propios aliados.
Así, la liebre ha saltado de donde se esperaba. De las
propias entrañas del chavismo. De algunos dirigentes de
otros partidos que se resisten a ser el desayuno del partido
de Chávez. De ciertos personeros de su propia cuadrilla que
ven con malos ojos los mandatos eternos.
El cuarto freno es el estatismo, ese deseo de hacer dueño al
Estado de bienes y de vidas. Ya a Chávez no le bastan la
industria petrolera y las empresas básicas. Ya le puso la
garra a algunas empresas importantes y amenazó a otras
cuantas.
Cada vez que el Estado ha saltado la cerca del quehacer
económico privado ha salido esquilmado del evento.
Simplemente no puede aunque quisiera. Y el gobierno se
empeña en pasarse la soga por el cuello.
El quinto freno es el pordioserismo, la compra de
conciencias y lealtades a punta de prebendas. De becas por
hacer nada, de créditos que nunca se devuelven, de migajas
programadas para entretener el hambre.
Mientras el chorro petrolero mantenga su grosor, funcionarán
las dádivas. Cuando la ubre se seque, se desnudará el
hambre. Ya no habrá más limosnas. Despertarán el desencanto
y la rabia. Y cantará oro gallo.
Los motores de Chávez pistonean. Los frenos se han trancado.
No llegará muy lejos el proceso. Piensa uno.
romeropernalete@gmail.com
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Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |