Hugo
Chávez se cree omnipotente y único. Omnisciente e
imprescindible. Omnipresente y eterno. Sus aduladores
alimentan el ego descontrolado del autócrata. Unos lo llaman
padre. Otros le erigen monumentos. Otros se someten
agradecidos a sus humillaciones. Y algunos le encomiendan su
espíritu.
Chávez ha terminado por creerse un mesías que llegó para
librarnos de pecados. Una versión latina de superman que
tiene la misión de salvar a la humanidad de yo no sé que
cosa.
Chávez desprecia a todos cuantos le rodean. No necesita de
nadie. No admite sombra alguna. No quiere que nadie se le
acerque, a menos que lo haga de rodillas. Ya no es, como
solía decir, una brizna de paja en el huracán
revolucionario. Hoy se siente huracán.
Los demás estorban, y poco a poco los ha venido marginando.
Con la Ley Habilitante, por ejemplo, dejó a la Asamblea
Nacional como elemento meramente decorativo. Ahora él hace
las leyes. A su leal pero escaso saber y entender. Ése era
el propósito de la citada Ley: apartar de un plumazo a más
de ciento sesenta diputados.
Chávez quiere, así mismo, fracturar las alas de cualquier
aspirante a sucederlo. No quiere competencia potencial. Para
eso promueve la reforma constitucional, cuyo único objetivo
es alzarse de por vida con la presidencia de Venezuela. Ya
decidirá a quien le deja los poderes cuando le dé la gana de
morirse.
A Chávez le estorban también gobernadores y alcaldes.
Cualquier autócrata que se respete rechaza toda delegación
de poder. Necesita anular ese segmento medio de los poderes
públicos, no importa cuan fieles le sean. Para
neutralizarlos, inventó la nueva geometría del poder. Desde
donde él esté, decidirá el destino del más remoto de
nuestros caseríos.
A Hugo Chávez le incomodan los dirigentes políticos que
puedan discrepar de sus caprichos. A él se le obedece o se
le hace caso. No hay otra opción. De allí nace su afán por
el partido único, donde él decida lo que debe pensar, sentir
y hacer cada militante. Por eso quiere bajar del autobús a
unos cuantos aliados que hasta ayer le sostuvieron de
escalera.
Para terminar de controlarlo todo, Chávez ahora quiere
eliminar los sindicatos. Los líderes sindicales perturban su
proyecto. No importan si llevan cachucha roja. No quiere
autonomía de nada ni de nadie. No acepta puente alguno entre
él y la gente.
Su desbocada ambición ha llevado a Chávez, en síntesis, a
eliminar todo tipo de intermediación. El vínculo debe ser
directo entre el pequeño dios y sus creyentes. No hacen
falta sacerdotes ni sacristanes. Él sólo se basta. Quiere
sentirse imprescindible e insustituible.
Chávez quiere decidirlo todo. Que no se mueva una hoja sin
su consentimiento. Que nada ocurra a espaldas del líder.
Chávez cree saberlo de todo. Se considera infalible. Y para
sus locuras sólo pide un amén. Chávez pretende ser ubicuo.
Vigilarlo todo. Controlarlo todo.
Ahí está una de las raíces de su ineficiencia. Ninguna
organización, y menos un país, puede funcionar cuando una
misma persona tiene que decidirlo todo, controlarlo todo,
saberlo todo. Por eso cada día se le enreda más la soga en
el pescuezo.
Chávez, mañoso, ha emprendido la huida hacia adelante.
Quiere anular con tiempo todo cuestionamiento desde sus
propias filas. Quiere reinar solo y para siempre. El
Superman barrigón y mofletudo no quiere cerca ninguna
criptonita que lo debilite. Ninguna figurilla que pueda
atraer la mirada de un pueblo cuya paciencia ha empezado a
escasear.
romeropernalete@gmail.com
* |
Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |