"¡Patria, socialismo o muerte!"
grazna Hugo Chávez. "¡Patria socialismo o muerte!", responde
el coro de sus aduladores. "¡Patria, socialismo o muerte!"
repite el eco de la ignorancia planificada.
Me niego, como muchos, a aceptar la muerte como promesa
política. A admitir el socialismo chavista como forma de
vida. Me niego a digerir el concepto de patria con el que
Chávez suele chantajearnos.
Patriotas son, para Hugo Chávez, los que piensan como él.
Los que ladran como él. Los que se amoldan a sus
desquiciamientos. Los ilotas que le rinden culto. Los que
prestan su voz para que él hable.
La patria es él. Él la resume y la representa. La patria (o
sea, él) exige sacrificios. La patria (es decir, él) reclama
sumisión. Toda acción que a él se oponga es traición a la
patria. Toda crítica a él es ofensa a la patria.
La patria siempre ha sido un concepto perverso. Por los
lados de América, la patria ha sido excusa para quitar la
vida o entregarla. Argumento esencial para atrapar idiotas.
No creo en patriotismos en esta hora del mundo.
Todo patriotismo discrimina. Otorga privilegios a quienes el
azar puso a nacer dentro de las mismas fronteras. Y se los
niega a otros que nacieron más allá de esa línea imaginaria,
artificial y caprichosa.
El patriotismo separa. Cubre con un barniz de superioridad a
quienes comparten una misma nacionalidad. Y la similitud que
produce el ser socializados con los mismos patrones se
transforma en motivo para segregar a otros.
El patriotismo castra. El patriota se alimenta de consignas
que no se pueden cuestionar. Bolívar era un genio y Páez era
un estorbo, al decir de Hugo Chávez. Eso no se discute.
Pensar no es de patriotas. Ya Don Simón Rodríguez lo dejaba
bien claro: "No hay una cosa más patriota que un tonto".
El patriotismo turba la visión. No deja ver al otro, o
comprenderlo. La ceguera aprendida impide distinguir al ser
humano que se esconde detrás de otras costumbres, de otro
idioma, de otras creencias.
El patriotismo es una excusa para encender conflictos. Para
dejar salir los más bajos instintos. No en balde Bernard
Shaw sostenía que n unca se tendría un mundo tranquilo hasta
que se extirpara el patriotismo en la raza humana.
El patriotismo engaña. Vende tres frases de Bolívar, de San
Martín, de O'Higgins, de Martí, y obliga a repetirlas al
caletre para ocultar con pretéritas glorias las
incapacidades del presente.
Chávez y su corte de zánganos, han sembrado al país de un
patriotismo estúpido. Bolivariana es la República,
bolivariano el socialismo, bolivarianas las escuelas y más
de una alcaldía… Bolivariana es cualquier bolsería que a
Chávez se le ocurra.
Misiones y comandos del gobierno, llevan nombres de héroes y
batallas: Robinson, Sucre, Ribas, Miranda, Santa Inés o
Vuelvan Caras. Del lado oficialista se llaman compatriotas
entre ellos.
La defensa de la patria es gargarismo habitual entre los
oficiantes del chavismo. Por eso se apertrechan de fusiles y
forman soldaditos de cartón. La patria se desliza en todos
los discursos, ya del dueño del circo, ya de los maromeros.
Todo apunta a reforzar el mito de la patria, la estafa de la
patria. En un intento por fabricar rebaños y domesticar la
individualidad. Por rescatar lealtades y desviar
descontentos.
La patria es un invento que nunca me ha gustado. Me siento
más cercano a un buen hombre extranjero que a un asesino
criollo o a un tirano.
romeropernalete@gmail.com
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Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |