Monarca,
Rey, Emperador o Zar. En eso, de hecho, quiere convertirse
Hugo Chávez, promotor del Socialismo del Siglo XXI, esa
horrible mezcolanza de marxismo, cristianismo,
bolivarianismo, fundamentalismo, caudillismo e idiotismo que
empuja a Venezuela hacia los más oscuros vericuetos de la
historia universal.
Debajo de
los brochazos ideológicos, históricos y religiosos del
socialismo chavista, hay un núcleo esencial profundamente
reaccionario: una estructura monárquica y absolutista de la
peor especie. Socialismo monárquico, podríamos denominar al
engendro político que propicia Hugo Chávez.
La monarquía
suele definirse como una forma de gobierno en la que el
poder supremo se concentra con carácter vitalicio en una
sola persona. Su forma más retrógrada es la monarquía
absoluta, en la cual el soberano es a la vez cabeza del
gobierno, principal órgano legislativo y vértice del poder
judicial.
Empecemos
por lo último. Chávez es hoy, contraviniendo la Constitución
y la lógica democrática, el dueño absoluto de todos los
poderes públicos. Detenta oficialmente la jefatura del
gobierno y del Estado. Desde allí lo controla todo, gracias
a una fatal combinación de ambición propia y pusilanimidad
de su entorno.
El poder
legislativo, por ejemplo, tiene hoy en Venezuela rasgos
groseramente absurdos: sus integrantes no son representantes
del pueblo ante el Estado, sino voceros de Chávez ante el
pueblo. Y ellos lo asumen con pastosa indignidad. Chávez los
escoge, los promueve y los dirige.
Controlado
el parlamento, Chávez ha puesto en mano de incondicionales
lamesuelas, el resto de los poderes estatales. Tiene un
Fiscal General embustero y sumiso. Y un Contralor incoloro y
sumiso. Y un Defensor del Pueblo bobalicón y sumiso.
Chávez tiene
además un Tribunal Supremo de Justicia fabricado con trampa
para complacer sus caprichos y sus humores. Y un Consejo
Nacional Electoral que mueve emocionado la colita cada vez
que el Chávez habla.
La
Constitución y las leyes le reservan, por añadidura, la
Jefatura de la Fuerza Armada y el monopolio del otorgamiento
de los ascensos a grados superiores, lo cual le ha permitido
a Chávez poner las armas de la República al servicio de sus
atarantamientos.
Y como las
ideas asustan aún más que las armas, Hugo Chávez y sus
cortesanos han venido imponiendo sus condiciones sobre dos
importantes mecanismos de socialización: la escuela y los
medios independientes de comunicación.
Para poner
la guinda que le faltaba al pastel, ahora decide crear un
partido único, plagado de recordaciones fascistas, para
garantizarse el dominio total de la escena política.
Así, las
leyes transitan el sendero que Chávez indica. Las armas
apuntan en la dirección que Hugo Chávez desea… Ahora
pretende trazar el plan de vuelo de los pensamientos.
Al control
del aparato administrativo, ideológico, político y militar
que Chávez ejerce, se suman ahora sus aspiraciones a la
reelección indefinida, lo que pondría el toque vitalicio a
su mandato.
Y hasta
carácter divino quiere darle a sus desquiciamientos. Dios y
la historia, según él, han querido que esté aquí y ahora
para salvar a la patria y a la humanidad entera.
El
Socialismo del Siglo XXI se parece más a una monarquía
absoluta que a cualquier otra cosa. Falta saber con que
nombre reinaría Chávez. ¿Hugo el Tramposo? ¿Hugo el
Bocón?... ¿O Hugo el Cagueta?
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Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |