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Su majestad Hugo I
Daniel Romero Pernalete
jueves, 28 diciemebre 2006


Monarca, Rey, Emperador o Zar.  En eso, de hecho, quiere convertirse Hugo Chávez, promotor del Socialismo del Siglo XXI, esa horrible mezcolanza de marxismo, cristianismo, bolivarianismo, fundamentalismo, caudillismo e idiotismo que empuja a Venezuela hacia los más oscuros vericuetos de la historia universal.  

Debajo de los brochazos ideológicos, históricos  y religiosos del socialismo chavista, hay un núcleo esencial profundamente reaccionario: una estructura monárquica y absolutista de la peor especie. Socialismo monárquico, podríamos denominar al engendro político que propicia Hugo Chávez.

 

La monarquía suele definirse como una forma de gobierno en la que el poder supremo se concentra con carácter vitalicio en una sola persona. Su forma más retrógrada es la monarquía absoluta, en la cual el soberano es a la vez cabeza del gobierno, principal órgano legislativo y vértice del poder judicial.

 

Empecemos por lo último. Chávez es hoy, contraviniendo la Constitución y la lógica democrática, el dueño absoluto de todos los poderes públicos.   Detenta oficialmente la jefatura del gobierno y del Estado. Desde allí lo controla todo, gracias a una fatal combinación de ambición propia y pusilanimidad de su entorno.

 

El poder legislativo, por ejemplo, tiene hoy en Venezuela rasgos groseramente absurdos: sus integrantes no son representantes del pueblo ante el Estado, sino voceros de Chávez ante el pueblo. Y ellos lo asumen con pastosa indignidad. Chávez los escoge, los promueve y los dirige.

 

Controlado el parlamento, Chávez ha puesto en mano de incondicionales lamesuelas, el resto de los poderes estatales. Tiene un Fiscal General embustero y sumiso. Y un Contralor incoloro y sumiso. Y un Defensor del Pueblo bobalicón y sumiso.

 

Chávez tiene además un Tribunal Supremo de Justicia fabricado con trampa para complacer sus caprichos y sus humores. Y un Consejo Nacional Electoral que mueve emocionado la colita cada vez que el Chávez habla.

 

La Constitución y las leyes le reservan, por añadidura, la Jefatura de la Fuerza Armada y el monopolio del otorgamiento de los ascensos a grados superiores, lo cual le ha permitido a Chávez poner las armas de la República al servicio de sus atarantamientos.

 

Y como las ideas asustan aún más que las armas, Hugo Chávez y sus cortesanos han venido imponiendo sus condiciones sobre dos importantes mecanismos de socialización: la escuela y   los medios independientes de comunicación.

 

Para poner la guinda que le faltaba al pastel, ahora decide crear un partido único, plagado de recordaciones fascistas, para garantizarse el dominio total de la escena política.

 

Así, las leyes transitan el sendero que Chávez indica. Las armas apuntan en la dirección que Hugo Chávez desea… Ahora pretende trazar el plan de vuelo de los pensamientos.

 

Al control del aparato administrativo, ideológico, político y militar que Chávez ejerce, se suman ahora sus aspiraciones a la reelección indefinida, lo  que pondría el toque vitalicio a su mandato.

 

Y hasta carácter divino quiere darle a sus desquiciamientos. Dios y la historia, según él, han querido que esté aquí y ahora para salvar a la patria y a la humanidad entera.

 

El Socialismo del Siglo XXI se parece más a una monarquía absoluta que a cualquier otra cosa. Falta saber con que nombre reinaría Chávez. ¿Hugo el Tramposo? ¿Hugo el Bocón?... ¿O Hugo el Cagueta?
 

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  Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente (Venezuela)


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