Hugo
Chávez, no hay dudas, es adicto al poder. El poder lo
estimula, lo energiza, lo erotiza. Como todo adicto, Chávez
necesita dosis cada vez mayores de poder. Y los arrebatos
que éste le produce son cada día más patéticos.
Su adicción
al poder, como cualquier otra, deforma sus percepciones,
perturba sus emociones, enturbia su discernimiento.
El apoyo
trampeado que permitió su reelección, le ha llenado de una
soberbia asfixiante y pastosa. Desde su cómoda
irresponsabilidad ha escupido, en cadena nacional, los egos
adulantes de vicepresidentes y ministros. Ha fustigado su
ineficiencia, como si estuvieran allí por alguna voluntad
que no fuera la suya. Como si él estuviera por encima de la
ineptitud de sus sirvientes.
Desde su
empapelada ignorancia ha irrespetado a algunas figuras
fundamentales de nuestra vida republicana. Como si la
victoria electoral le hubiera convertido en árbitro supremo
de la historia. Ahora se ha dedicado a sembrar discordias
hasta entre los huéspedes del Panteón Nacional.
Su adicción
al poder lo ha llevado a sentirse imprescindible. Se
considera condición necesaria y suficiente para la evolución
del país. Disfruta de la pleitesía que le rinden sus
incondicionales. Y del temor que su bilis inspira. Y del
agradecimiento que la dádiva provoca.
Su
intoxicación lo hace creerse por encima de leyes y
constituciones. Juega a las marionetas con fiscales,
magistrados, procuradores, contralores, diputados,
defensores y jueces. Sus caprichos son ley y se obedecen.
Sus delitos son normas a seguir.
Tan
imprescindible se supone que ahora pretende eternizarse.
Como para garantizarse sus dosis de poder a largo plazo. Ya
por ahí anda más de un tinterillo incubando el engendro de
la reelección indefinida.
Víctima de
su insania, quiere extender sus babosos tentáculos por medio
mundo. Como si Venezuela le quedara pequeña. Se cree el
elegido de los dioses para salvar al mundo. Y goza
arrodillando gobiernitos a punta de petróleo y de chantajes.
Las ínfulas de Hugo Chávez tienen origen psicótico, aunque
se ponga el atuendo de solidaridad internacional.
La última
expresión de su adicción al poder es el intento de Chávez de
anular la tenue diversidad política que aún sobrevive en su
entorno. El partido único, del cual será evidente timonel,
es expresión de ese afán por controlarlo todo. En el templo
del chavismo sólo se prenden velas en el altar mayor.
Algunos
viejos partidos, achacosos y desnutridos, donan su historia
para alimentar la nueva criatura. Otros partiditos, muriendo
de mocezuelo, se ofrecen en sacrificio para dar vida a las
alucinaciones de Hugo Chávez.
Otras
organizaciones, de cierta presencia política, han sido
puestas entre el billete y la pared. O se someten a su
voluntad, como lo ha dicho el propio Chávez, o abandonan la
orgía.
Como el
tiburón toro, Hugo Chávez y su MVR, terminarán comiéndose a
sus propios hermanos. Su partido único servirá de corral
para domesticar voluntades. De chiquero, donde se revuelquen
la corrupción y las malas mañas.
De boyeriza,
donde pasten los talentos castrados de más de un
intelectual. De gallinero, donde compitan cobardías y
cacareos. De establo, donde pazcan los mendigos de
siempre. De jaula, donde resida más de una paloma que quiso
ser gavilán.
Dicen que
todas las adicciones son una especie de suicidio por
entregas. Amanecerá y veremos.
* |
Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |