La
afirmación, pesada como una lápida, la escuché de un miembro de los grupos
internacionales promotores de la paz y la democracia: los procesos de
reconciliación exitosos ocurren después de los enfrentamientos, antes lo que se
puede lograr es atenuar la magnitud del choque.
Amortiguadores para lo ¿inevitable?
La convicción, sólida como un yunque, la
defendió un conocido entre pasapalos y anécdotas de viaje: la única manera de
terminar con este vainero es salir a la calle y que haya un bojote de muertos,
por las buenas lo que conseguiremos es darle larga a esta agonía.
El fin de la historia con balas de por
medio.
El testimonio, encendido como un
brasero, lo vi en boca de una mujer joven en la pantalla de la televisora
estatal: yo por esta revolución doy la vida, vamos a defender lo que hemos
conquistado.
Propaganda sangrienta para donantes
voluntarios.
La desesperanza, agobiante como agua al
cuello, la sentí en la voz de un amigo: este es un país de sinvergüenzas, así
que cualquier cosa que pase, el resultado será muy similar, tú sabes, aprovechar
el poder en beneficio propio
Credo nihilista para escépticos
crónicos.
El pragmatismo, escapista como Houdini
en el fondo del río, es la consigna de un empresario a la hora del almuerzo: yo
estoy de espaldas al país, concentrado en lo que me toca hacer, ¿por qué? Porque
si me dejo llevar por la histeria de esta montonera ni hago mercado yo, ni
tampoco mis empleados.
Pedalear para mantenerse a flote.
La justificación, ajustada a las
circunstancias cual muleta ergonómica, me la ofreció un periodista en sintonía
con el gobierno: ante la arremetida de los medios privados, el estado tiene que
defenderse con lo que tiene a mano, y cuando ellos dejen de atacarnos, volverán
las aguas a su cauce.
El río no crece por la lluvia, sino por
las piedras que trae.
La explicación, embalada en la inercia
del yo-yo que regresa, fue parte de la conversa con otro periodista en sintonía
con la oposición: la defensa de las libertades es lo que nos toca, nuestro
trabajo es evitar que se instale una dictadura, no es el momento de ser
imparcial, a cada uno le corresponde asumir su compromiso.
La función de la profesión, en función
del objetivo.
La declaración, filosa como arma blanca,
es del ministro que una vez lustró sus botas en cuartel: el chavismo está en la
calle y va a defender la democracia y la revolución. Dios quiera que sea
pacíficamente, pero no nos vamos a dejar hacer ningún arrebatón.
Lo que el señor quiera, sea su voluntad.
La otra declaración, resteada como quien
dice ni un paso atrás, es del gobernador que una vez tuvo es sus manos toda la
belleza del universo: estamos dispuestos a pelear el referéndum revocatorio al
presidente Chávez en la calle.
Gallo que no repite no es gallo.
Hoy es viernes, y 13 para agravar el
conjuro. Mientras en un edificio del centro de Caracas la culebra se muerde la
cola, el laberinto se inventa paredes y el silencio dice más que la gritería a
sus puertas, allá afuera los diablos están sueltos y al acecho. Nadie puede
reclamar la santidad en exclusiva. Los pasillo del purgatorio son más largos de
lo previsto.
Idealista sin remedio, solo se me ocurre
cerrar con unas palabras de Buda:
Somos lo que pensamos
Todo lo que somos surge
con nuestros pensamientos
Con nuestros pensamientos
construimos el mundo.

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