No
termino de acostumbrarme a esto de vivir Venezuela a distancia,
como si fuese una ventana de Internet: el día a día en titulares,
la movida de la calle en un chateo, las visitas por teléfono.
Recuerdo que en la universidad hablábamos de la construcción
social de la realidad y de cómo nos formamos una idea del mundo en
que vivimos gracias a nuestros sentidos y la información que
recibimos. Algo así como que hay un nivel vivencial, que
experimentamos en carne propia y con el cual interactuamos, y un
nivel más allá, que percibimos, entendemos y nos cuentan, aunque
no lo vivamos directamente. Con la información que recibimos, con
lo que vemos y conversamos, con nuestros juicios y opiniones, de
pronto nos puede dar la impresión de que lo abarcamos todo, que el
panorama lo tenemos muy claro. Y entonces viene eso que llaman
reality check. En toda su complejidad y apariencia, la
realidad se impone como un macetazo.
Desde afuera, el país es como
una película que sufrimos en aire acondicionado. Vivimos de forma
vicaria lo que sucede a distancia, completando lo que no vemos en
pantalla con imágenes genéticas y paisajes de la memoria
Desde adentro, el país es un
drama resquebrajado e inabarcable. Se vive una realidad dividida,
en compartimientos protectores, bajo la amenaza de algo que está
afuera. Por necesidad, por supervivencia, se arma una
realidad-escudo. Aquello que adversa no tiene cabida. Aunque
exista.
¿Existen los cinco millones y
medio de votantes por el NO?
¿Son virtuales, como dice el
Vice-presidente Rangel que son los opositores al gobierno?
Quien escribe deseaba que
ganara el SI, aunque presentía (a medida que se acercaba la fecha)
que por un estrecho margen el NO podría imponerse. Ahora reconozco
que hay un país mucho más complejo del que tenía en mente. Que
donde veo autoritarismo, populismo, ideologización y atraso, otros
ven realidades y esperanzas.
No me siento en capacidad de
negar la existencia de esa gente. No creo que hubo fraude masivo.
No creo haber entendido lo que pasaba en la calle.
Tampoco creo que la victoria
fue transparente. Así como la democracia no es solo elecciones, la
pulcritud y la justicia no se limitan a una máquina y su software.
El rosario de actos turbios, de manos bajo la mesa, de presiones y
sumisiones no permiten creer que el CNE es una hermita de santos.
El manejo de dineros públicos, las amenazas desde la presidencia,
la compra de conciencias y el abuso de poder no pueden lavarle el
rostro al gobierno con una ducha de votos. El fraude comenzó hace
mucho tiempo, incluso antes de Chávez, cuando en Venezuela se
instaló la idea de que la ley era un simple trámite a superar para
llegar a la meta.
Ahora llegó el tiempo de la
tolerancia. De reconocer al otro por encima de los estereotipos,
de extender la vista más allá de los horizontes que nos
impusimos. No es justo ver a Chávez en cada chavista, o a Ramos
Allup en cada opositor. También es momento de ser magnánimo y no
mantener a Capriles Radonski preso como un trofeo o a Plaz y
Machado contra la pared. Si de este referéndum puede salir una
victoria, será solo en la medida que se tiendan puentes y se
respete a cada ciudadano.
Más allá de lo que nuestra
percepción puede, o quiere abarcar, existe una mayoría que ve las
cosas de otro modo. Eso no significa que tienen hoy una licencia
para imponer su verdad. Tampoco significa que la minoría ha sido
derrotada, y por lo tanto, deba entregar el terreno. Esta película
(desde afuera) este drama (desde adentro) ha cambiado de volumen
pero de ninguna forma se ha acabado. Miremos los resultados con
otros ojos, renovemos las convicciones con autocrítica, y
especialmente, defendamos los ideales en que creemos.
Venezuela cambió. Que sea
libre de cambiar de nuevo.
Una y otra vez.
