Hay
palabras que poseen un matiz semántico de tipo psicológico que
tiñe al vocablo de una connotación afectiva de carácter subjetivo,
cuya intensidad se la da el propio usuario, y en el lenguaje
escrito sólo puede percibirse por el contexto. Ello hace posible
que, aunque no son interjecciones, su uso pueda tener un valor
interjectivo o exclamativo, y también ponderativo. De hecho llevan
igualmente implícita una función adjetiva, pues en cierto modo
califican a una persona, un objeto, una situación, aunque
pertenezcan a otras categorías morfológicas distintas del
adjetivo. Son sustantivos como desastre, escándalo, atrocidad,
desbarajuste, tragedia; verbos como destrozar,
martirizar, escandalizar, destripar; adverbios como
atrozmente, escandalosamente, terriblemente, etc. No todas
estas palabras son de signo negativo, también las hay de valor
positivo: magnífico, estupendo, maravilloso, espectacular,
fascinar, encantar, maravillosamente, espléndidamente, etc.
La palabra desastre es una de esas palabras, y tiene mucha
fuerza expresiva y una gran flexibilidad, pues se aplica
fácilmente, en su implícito valor calificativo, a diversos objetos
y situaciones. No obstante, el DRAE le da un tratamiento muy
parco, que deja fuera la mayoría de sus connotaciones: ³Desastre:
Desgracia grande, suceso infeliz y lamentable. || 2. Cosa de mala
calidad, mal resultado, mala organización, mal aspecto, etc. Un
desastre de oficina. Aplicada a personas, úsase también en
sentido figurado². Todas estas definiciones son válidas y
comprensibles, pero en la práctica el uso del vocablo es mucho más
abarcador de lo que ahí se señala. Otros diccionarios muy
modernos, como el Diccionario de uso del español de América y
España, de VOX, y el Diccionario del español actual, de
Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos, son bastante más
explícitos.
Habitualmente se les atribuye el calificativo de desastre a
las grandes calamidades públicas, pero también es común oír
expresiones en que se usa la palabra desastre con valor de
metáfora y de hipérbole, como las siguientes: ³Tengo el pelo hecho
un desastre²; ³Esta casa es un desastre²; ³Ese
muchacho no tiene remedio, es un desastre²; ³El desastre
de la administración pública no tiene límites²; ³Las calles están
hechas un desastre²; ³Esos animales son un desastre²;
³Él comenzó a estudiar por el parasistema, pero fue un desastre²;
³El campeonato de fútbol fue un desastre²; ³La fiesta de
Fulanita estuvo muy mal, un verdadero desastre²; ³Fulana se
operó de las tetas, pero resultó un desastre²; ³El
matrimonio de Mengano desde el primer día fue un desastre y
tenía que terminar en divorcio².
En su libro Comprensión de Venezuela, que hoy todo el mundo
debería leer, en especial los jóvenes, Mariano Picón Salas habla
del contraste de nuestra historia ³contraste trágico² lo llama
entre la grandeza de nuestro pasado y la situación catastrófica a
que había llegado el país al momento de él escribir (1949,
comienzos de la dictadura pérezjimenista), y dice: ³Šlos testigos
y acompañantes del continuo desastre que hicieron los
hombres: guerrilleros, políticos, aventureros, soñadores
frustrados o simples Œbalas perdidas¹ de una familia en trance de
desintegración². Nada mejor, ciertamente, que la palabra
desastre para describir la situación a que Venezuela había
llegado, después de más de un siglo de depredación material y
moral por caudillos militares y civiles, burócratas, politiqueros
y demás fauna de aventureros de variada pelambre.
La palabra desastre es de origen provenzal, un préstamo del
antiguo vocablo occitano desastre, que significaba
desgracia, y era un derivado de astre, ³buena o mala
estrella².