Con
los números sobre papel las tragedias ganan perspectiva. Cuando
los nombres se transforman en estadística y los sufrimientos se
apilan hasta romper barreras psicológicas, la opinión publica, tan
proclive al asombro si el horror es contabilizado, siente una
irritación que a ratos calma la pomada del discurso patriótico.
Esta semana se supero la marca de mil soldados muertos
en Irak desde que comenzó la guerra el 19 de marzo de 2003, la más
sangrienta para Estados Unidos desde Vietman cuando las bajas
sumaron 58 mil. En la Guerra del Golfo murieron 380. En Afganistán
97 soldados regresaron con los pies por delante.
Si estos números hablaran nos dirían mucho mas que
rangos y valores: Edad promedio 26 años. Mas de la mitad casados,
mas de la mitad remunerados con el salario mínimo del ejercito. El
12% de las victimas, es decir 122, eran hispanos de los cuales 39
no eran ciudadanos, sino jóvenes que aprovecharon la ley del
presidente Bush de 2002 que acelera los trámites de ciudadanía
para aquellos jóvenes, y sus familias, que se enlisten en el
servicio. 24 eran mujeres, la cifra más alta desde la Segunda
Guerra Mundial. De ese millar, según antiwar.com, 866 murieron
después de que George W. aterrizara en el portaviones Abraham
Lincoln el primero de mayo de 2003 y dijese ¡Misión Cumplida! 148
soldados han fallecido desde que los Estados Unidos transfirieron
la soberanía a las autoridades iraquíes. Como dice el New York
Times, la lista cuenta la larga historia de una sociedad y un
ejército en transición, con mayores sacrificios para los
reservistas, las mujeres y los hispanos.
Del otro lado los números lucen desenfocados. No hay
quien los cuente de manera oficial, pero están allí. Los cálculos
independientes hablan entre 4895 y 6370 militares iraquíes
muertos. La organización Iraq Body Count estima que entre 11793 y
13802 civiles han fallecido a la fecha. Quienes eran, como se
llamaban, de que lado estaban, eso no lo sabremos nunca. Mientras
escribo estas líneas, leo en Al Jazeera que un misil
estadounidense mato a 12 civiles en la tercera noche de bombardeos
sobre Falluja. La imagen es la de un niño de cuatro meses entubado
y sangrante. Los médicos alarmados dicen que los hospitales están
abarrotados y los suministros escasean. Las autoridades
estadounidenses declaran que ese fue un ataque de precisión contra
un edificio donde se alojaba Abu Musab Al-Zarqawi, un jordano
relacionado con Al-Qaeda. Los vecinos aseguran que Al Zarqawi no
esta en la ciudad y que las victimas de las ultimas tres noches
han sido civiles.
Para hacer las cosas más difíciles, una bomba acaba de
explotar en la embajada australiana en Yakarta dejando al menos 8
muertos, todos ellos indonesios. Los responsables parecen ser unos
aliados de Al-Qaeda, Jemaah Islamiyah. Australia retiro sus 2 mil
soldados de Irak a mediados de Abril y no reporto bajas. El primer
ministro australiano, John Howard, quien busca la reelección el
próximo 9 de Octubre y apoya la campana antiterrorista de la Casa
Blanca, aseguro que su país no será intimidado por estos ataques.
Ya en medios aussies se compara esta explosión con la del 11 de
Marzo en Madrid que le costo la reelección a José Maria Aznar,
aliado de Bush.
Números y bombas. Mientras tecleo la lista va
creciendo. Sube como la espuma, como el odio, como la
irracionalidad. Pareciera que nunca es demasiado, ni siquiera
suficiente.
Como telón de fondo, las elecciones en Estados Unidos.
Las encuestas señalan que George W. lleva una ligera ventaja a
pesar de los tibios indicadores económicos y las urnas que llegan
desde Irak. El columnista Paul Kruger escribió esta semana en el
New York Times que el país se encuentra omnibulado por una
realidad mítica donde el patriotismo maniqueo de buenos y malos
mantiene secuestrado al electorado. Si bien el apoyo a la guerra
ha disminuido, la confianza en el presidente y su guerra contra el
terror se mantiene. Por ahora.
Antojadiza la realidad, guabinoza e irónica. Hoy el
mismo diario me cuenta que durante sus años en la Fuerza Aérea,
George W. recibió un trato preferencial, no completo su servicio y
se las arreglo para no ir a Vietman.
Condición humana: George W. prefiere ser el numero uno
del mundo, en lugar de aparecer como el 1001 de Irak.