Como
en los mejores tiempos del fascismo europeo Chávez está
buscando una guerra, con pretextos fútiles, para desviar la
atención de las dificultades por las que está pasando hoy el
pueblo de Venezuela. A raíz de la muerte de segundo jefe de
las FARC colombianas, Raúl Reyes, quien en muchos sentidos
ejercía el verdadero mando de esa organización terrorista,
Chávez se ha lanzado a tomar medidas que podría desembocar
en un conflicto armado con el país vecino, Colombia.
Reyes murió en un enfrentamiento armado cuando el ejército
colombiano penetró unos kilómetros en territorio del
Ecuador, matando un total de 16 guerrilleros; en el combate
pereció también un soldado. Correa, el presidente
ecuatoriano, lamentó en sus primeras declaraciones las
víctimas ocurridas durante el encuentro y expresó su
solidaridad con el pueblo y el gobierno de Colombia. Pero
luego, después de comunicarse con Chávez, cambió su posición
y ha comenzado a reclamar a los colombianos por su incursión
antiterrorista en el territorio de su país, enviando una
nota de protesta diplomática y llamando a consultas al
embajador ecuatoriano en Bogotá. Pero Chávez ha ido más
lejos.
No sólo ha dicho que Reyes era un “buen revolucionario” a
quien había conocido en la clandestinidad, sino que ha
procedido a cerrar la embajada venezolana en Colombia,
retirando todo su personal y, lo que es más grave, ha
movilizado diez batallones del ejército hacia la frontera
con ese país, aproximadamente unos 5.000 hombres. En su
programa televisado dominical criticó, como es acostumbrado,
al presidente colombiano Uribe y dijo explícitamente que una
penetración del ejército colombiano en Venezuela
significaría la guerra.
Nada de esto es sorprendente, claro está, pues la retórica
de Chávez es bien conocida desde hace años. Pero, en este
caso, las consecuencias han de ser seguramente más graves:
Chávez viene comprando armas de todo tipo, más allá de las
necesidades defensivas del ejército de Venezuela, y es bien
conocida su estrecha alianza con las FARC, aún antes de
haber asumido el gobierno. Pero al amenazar con la guerra,
ahora, el caudillo venezolano se sitúa en un nuevo plano,
pues fácil le resultará fabricar algún incidente fronterizo
que le dé la justificación para avanzar hacia Colombia en
ayuda de las FARC. Esta organización, que se encuentra en
una posición militar y política muy difícil, está luchando
ahora por su supervivencia, escudándose en los ochocientos
rehenes que conserva en su poder.
Chávez quiere la guerra, ahora que su apoyo interno ha
descendido a menos del 25%, sobre todo por razones de la
crítica situación de abastecimiento de productos básicos que
hay en su país. Un estado de guerra le daría el pretexto
para aplastar la oposición interna y reforzar los controles
de todo tipo que tiene sobre la vida del país.
El momento es propicio para que todos los gobiernos
democráticos, del continente y de Europa, manifiesten su
vocación por la paz, expresen su repudio al terrorismo y
desenmascaren de una vez a su aliado, el presidente Hugo
Chávez, un hombre histriónico, sin duda, pero tan peligroso
como los dictadores fascistas de antaño.