Las
recientes elecciones en Guatemala han servido para derribar
varios mitos. Ni Hugo Chávez, ni el resto de la izquierda
latinoamericana, pueden sentirse muy felices luego de
conocer los resultados que, en sus líneas generales, se
difundieron la misma noche de las votaciones.
Es cierto que el primer lugar correspondió a un candidato
que algunos consideran de centro izquierda, Alvaro Colom,
que obtuvo un 28% de los votos. Pero Colom tendrá que
concurrir a una segunda vuelta en noviembre contra el
general retirado Otto Pérez Molina, que logró una cifra
bastante cercana, casi el 24% de las preferencias; el
resultado de estos futuros comicios es, por ahora,
completamente incierto. Si bien se dice en Guatemala que
Colom fue apoyado por Chávez, al menos en cuanto a recibir
algunos aportes financieros, lo cierto es que el candidato
de la UNE llegó a la segunda vuelta con un discurso muy
moderado, alejado por completo del estilo de confrontación
propio del caudillo venezolano o de Evo Morales, y que su
proyecto político en nada se parece al de estos populistas
que tanto malestar están sembrando en nuestra América.
Podríamos decir más: tanto Pérez Molina como los tres
candidatos que le siguieron en el orden de los votos, con un
total acumulado del 55%, presentaron al electorado un
mensaje que se inclina levemente hacia la derecha y que para
nada tiene el tinte radical de los nuevos populismos. Los
partidos de la izquierda tradicional, por otra parte,
obtuvieron apenas un 2,7% de los votos, mostrando un declive
histórico que no parece tener ningún atenuante.
Un caso particular es el de la candidata Rigoberta Menchú
que fue presentada –especialmente en la prensa
internacional- como la adalid del voto indígena y femenino,
y que desarrolló una campaña de tinte bastante moderado,
aunque sin duda veladamente conflictiva. Menchú quedó
séptima con apenas el 3,09 de las preferencias, a pesar de
ser una figura muy conocida en el país y de tener el
prestigio que le otorga el Premio Nobel que obtuviera en
1992.
El fracaso de Menchú -que podría haber formado parte del eje
chavista en el continente, según lo temieron algunos- se
debe ante todo a que ella no representó a los amplios
sectores indígenas guatemaltecos, perfectamente integrados
en el país a través de los otros partidos políticos o de
grupos de electores independientes que se mueven a nivel
municipal, donde cabe destacar que resultaron bastante
exitosos. Menchú tampoco logró concitar el apoyo femenino
(que sí recibieron otras candidatas) porque su mensaje,
anclado en parte en el pasado, no despertó particulares
simpatías. En Guatemala no hay el menor deseo de abrir las
heridas que dejó el conflicto armado de pasadas décadas ni
un enfrentamiento entre los diversos grupos étnicos que
conviven en el país.
El conteo de los votos se hizo de forma manual, rápida y
efectiva, sin que se produjesen discrepancias dignas de
mención: ningún partido ni candidato objetó los resultados,
salvo en el caso de algunos municipios apartados. Tuvimos la
satisfacción de ver cómo, por la televisión y por la radio,
las diversas fuentes noticiosas iban adelantando cifras
parciales sin ninguna restricción, sin la absurda
prohibición que existe por ejemplo en Venezuela y que impide
difundir datos al público antes de que el organismo
electoral entregue sus primeros resultados. De modo manual,
sin trampas electrónicas, un país de amplia población rural
pudo tener en la madrugada del lunes resultados
prácticamente completos, confiables y que fueron aceptados
por todos. Las torpes manipulaciones que hace el CNE en
Venezuela quedaron así sin justificación alguna, apenas como
burdas excusas que un país no democrático presenta a sus
electores, siempre escamoteados en cuanto a poder expresar
su libre voluntad política.
Los mitos de la izquierda radical, una vez más, se han
derrumbado en Guatemala, como ha sucedido también en Perú y
en otras latitudes. Esperemos que, pronto, se produzca
también en cambio en aquellas naciones que todavía se
encuentran convulsionadas por los conflictos que provocan
hoy los populistas autoritarios que gobiernan Venezuela,
Ecuador y Bolivia.
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Artículo
publicado originalmente por la Agencia Interamericana de
Prensa Económica |