No
por electrónico, el megafraude de Chávez, Rangel y Cabello dejó
de asomar su rostro torvo y helado tan pronto los electores se
fueron congestionando en los 8 mil y tantos centros de votación
repartidos a lo largo ancho del país.
Lo cierto es que los
relojes cursaban entre 8 y 9 de la mañana y un espectáculo jamás
visto en la historia electoral de cualquier tiempo y país surgió
como la primera señal de que algo no precisamente normal sería
el signo del proceso iniciado 3 horas antes.
O sea, había de todo
menos elecciones, o las había por cuenta gotas, según eran las
trancas que en Caracas y el interior marcaban de angustias y
protestas aquella mañana que por lo demás lucía un sol
esplendoroso.
Un sol como el que
seguramente lucía en Argel durante las elecciones del 8 de abril
pasado y en las cuales el dictador Abdel-Aziz Buteflica se alzó
con más del 80 por ciento de los votos y mereció una excelente
crónica de la inolvidable Milagros Socorro en “El Nacional”; o
quien sabe si igualmente como en Harare, la capital de Zimbawue,
cuando otro hombre fuerte, Robert Mugabe, hizo unas elecciones
en marzo del 2002 para “constitucionalizarse” como dictador con
muchos, muchísimos votos.
Y con estas evocaciones
y dudas si me puse sombrío, pesimista, como que la cogí por
preguntarme si sería cierto que para ejecutar sus fraudes, sus
megafraudes, los dictadores contaban hasta con el concurso de la
naturaleza.
O lo que es lo mismo,
que para Chávez ninguna oportunidad de parafrasear aquello de
“Si la naturaleza se opone…” y, para quien lo conoce, ya se
podía pronosticar que, por lo menos, no tendría victoria
completa. Algo es algo.
Las preguntas venían
solas: ¿Y cómo era posible que en un país que tenía 46 años
haciendo elecciones -y haciéndolas instrumentalmente bien-
fuera precisamente donde ocurriera aquel bochorno, aquel
pandemonium que sembraba la rabia, el rencor y el pánico? ¿No se
había realizado una inversión ilegal, excesiva y dispendiosa en
una plataforma tecnológica, de elecciones automatizadas, justo
para que ello no ocurriera? ¿Y cómo era posible que ni
autoridades electorales, ni gubernamentales, dieran señal de
poner fin a la congestión que amenazaba a las elecciones mismas?
A las 11, 12, 1, 2 de la
tarde todo seguía igual, sin embargo, y la interpretación de la
CD, de SUMATE, de los analistas y de los medios nacionales e
internacionales era que la decisión de revocarle el mandato a
Chávez era de tal fuerza, de tal volumen, de tal torrente, que
ningún obstáculo, ninguna plataforma, ninguna tecnología era
capaz de contener aquella avalancha que ya sonaba a caos.
Me acuerdo ahora que
como a las 2 o 2 y 30, el rector Jorge Rodríguez, apareció en
cadena de radio y televisión decretando que se suspendían las
captahuellas y que los electores votarían de acuerdo a los
trámites normales y legales.
Ya antes había dicho que
solo se usarían, pero después que los electores hubiesen
depositados sus votos o papeletas.
Un respiro de todas
maneras, pero un breve asomo por algunos de los más importantes
centros de votación de Caracas, más reportes de todo el país,
indicaban que las “órdenes” de Rodríguez eran solo para las
cámaras y los micrófonos y las captahuellas se aplicaban ahora
con más rigor que nunca.
Yo, por ejemplo, voté a
las 8 y 30 de la noche y en mi centro de votación las colas
todavía se medían por cuadras, aparte de que tuve que extender
mis pulgares para restregarlos ante la máquina de luz roja y
fosforescente.
Salí alarmado, además,
por la militarización del centro, por la operación Morrocoy, por
la presencia de funcionarios aparentemente sin una función
aparente, por el caos, y me apresuré a alertar, presionar, a
llamar la atención.
Desgraciadamente era
quizá la hora pico de la mayor euforia, del mayor optimismo, de
la mayor exaltación, aquella en que las exit polls se batían
proclamando el triunfo de la oposición y “los actores” se
preparaban, uno para triunfar y otro para ser derrotado.
Porque es que si se
seguían las declaraciones de los chavistas, o se les llamaba
para preguntarles cómo veían la situación, las respuestas venían
destempladas o en la idea fatal y fatalista del “será lo que
Dios quiera”.
¿Obra de un cuidadoso
teatro, de una estudiada representación, de un guión elaborado
en las salas situacionales de Miraflores y la vicepresidencia
para que los “otros” se confiaran y fueran cantando al matadero?
No lo creo, porque los
fraudes, para ser exitosos, necesitan no salir de la élite que
los planifica y ejecuta y yo no estaba llamando precisamente a
las oficinas del MVR, ni del Comando Maisanta.
De todas maneras me lo
pregunté una y otra vez, lo consideré y lo volví a considerar,
sobre todo cuando como a las 9 de la noche algunos
corresponsales europeos empezaron a bombardearme con cifras que
les llegaban de fuentes oficiales donde la oposición perdía con
más de 15 puntos.
En otras palabras, con
la proporción inversa que traían las exit polls.
Información que empecé
despachando como una intriga típica de quienes se sienten
derrotados electoralmente, y que no pasaría de allí sino
empiezo a recibir noticias de que ya aparecía en medios
impresos, televisoras y páginas de web de Europa y América.
Pero fue entre las 10 y
30 y las 11 cuando admití que algo grave había ocurrido, o
estaba ocurriendo, y fue cuando de SUMATE, del corazón de SUMATE,
alguien me informó que las cifras que estaban saliendo de las
actas del cierre de las mesas coincidía con la información que
ya circulaba en los medios internacionales.
Pregunté si la CD estaba
al tanto y qué previsiones se iban a tomar y la respuesta fue
que se estaba convocando una reunión urgente con Gaviria y el
Centro Carter.
En realidad ahora no
podría precisar si se me dijo que la reunión era de SUMATE y la
CD con Gaviria y el Centro Carter o solo de SUMATE con los
llamados garantes del cumplimiento de de los acuerdos de mayo
del 2003.
Pero sea lo que sea, era
evidente que ya había la sospecha, o certeza, de un fraude, de
un megafraude, y, como en otras oportunidades, se creyó que
Carter y Gaviria eran los únicos que podían detenerlo o al menos
denunciarlo, anunciarlo al mundo.
Y aquí pregunto: ¿Y cómo
fue posible que no se pensara igualmente en informarle a
Venezuela y a la comunidad internacional y se anunciara que la
oposición venezolana no aceptaría los resultados y que desde ya
denunciaba a la mayoría oficialista del CNE, a Chávez y al
gobierno?
¿Miedo a la reacción de
la gente, confianza excesiva en papá Carter y en papá Gaviria o
en que una presión llegada de algún centro de poder mundial
lograría que Chávez entrara en razón y detendría la masacre de
la voluntad popular?
¿Por qué se esperó hasta
10 para las 4 de la madrugada del lunes 16 cuando Carrasquero
informó sus cifras y los rectores Mejías y Zamora salieron con
aquella declaración ambigua donde decían que no estaban de
acuerdo con las mismas, pero no denunciaron que se había
ejecutado un gigantesco fraude?
Lo peor: ¿Por qué se
esperó más de una hora para que apareciera el primer
representante de la CD, mientras Chávez daba un discurso
proclamando su victoria y se le engancharan los canales
nacionales y CNN como para que no quedara ninguna duda?
¿Por qué tuvo que ser
Henry Ramos el portavoz de la CD? ¿Dónde estaban Mendoza, Borges,
Mujica, Márquez, Quirós, Fernández y tantos líderes que debieron
tener un plan B, o un discurso para una catástrofe que ya estaba
anunciada desde las 11 de la noche?
Mejor dicho, a las 11 no
era una catástrofe, era una catástrofe a las 5, 20 de la mañana
de lunes 16.
Pero basta, paremos aquí
y no nos empeñemos en buscar culpas y culpables que pueden dar
idea de la sucesión de las escenas, pero no de las causas del
drama y no explican por qué unos actores actuaron de esta u otra
forma, y dijeron esto y no aquello.
Con lo primero se pueden
escribir muchos artículos, y libros, y tratados y enciclopedias,
pero no precisar la naturaleza de la plaga que tiene casi 5
años asolando a Venezuela, amenaza con asolar a América latina
y como el SIDA, el virus del Ébola, la esclerosis múltiple, o el
mal de Alzhaimer es reacio a tratamientos o experimentos con
recetas y métodos tradicionales.
Es un fenómeno nuevo que
el profesor Antonio Francés bautizó recientemente en un artículo
en “El Universal” como “neosocialismo”.
Yo, sin discrepar
enteramente del profesor Francés, lo veo más bien como una
variante light del fenómeno que la especialista inglesa, Mary
Kaldor, estudia en profundidad en “Las Nuevas Guerras”, típico
de la post Guerra Fría, y según el cual, las guerras militares
de comienzos del siglo XXI ya no son sino guerras políticas, se
realizan de manera asimétrica, para afectar a la población
civil, entre ejércitos enemigos que pocas veces abandonan las
mesas de negociaciones, intercambian informaciones y recursos y
los que ganan lo hacen, no por la fuerza de las armas, o
básicamente por la fuerza de las armas, sino por un uso
intensivo de los medios de comunicación y de las tecnología de
última generación, léase, la electrónica, la Internet, robótica
y todo lo que es signo de la economía de mercado y el
capitalismo triunfante.
Pero eso se los contaré
en otra conversación…si es que nos dejan.
