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Mi crónica del megafraude electrónico
por Manuel Malaver

domingo, 22 agosto 2004


No por electrónico, el megafraude de Chávez, Rangel y Cabello dejó de asomar su rostro torvo y helado  tan pronto los electores se fueron congestionando en los 8 mil y tantos centros de votación repartidos a lo largo ancho del país.

Lo cierto es que los relojes cursaban entre 8 y 9 de la mañana y un espectáculo jamás visto en la historia electoral de cualquier tiempo y país surgió como la primera señal de que algo no precisamente normal sería el signo del proceso iniciado 3 horas antes.

O sea, había de todo menos elecciones, o las había por cuenta gotas, según eran las trancas que en Caracas y el interior marcaban de angustias y protestas aquella mañana que por lo demás lucía un sol esplendoroso.

Un sol como el que seguramente lucía en Argel durante las elecciones del 8 de abril pasado y en las cuales el dictador Abdel-Aziz Buteflica se alzó con más del 80 por ciento de los votos y mereció una excelente crónica de la inolvidable Milagros Socorro en “El Nacional”; o quien sabe si igualmente como en Harare, la capital de Zimbawue, cuando otro hombre fuerte, Robert Mugabe, hizo unas elecciones en marzo del 2002 para “constitucionalizarse” como dictador con muchos, muchísimos votos.

Y con estas evocaciones y dudas si me puse sombrío, pesimista, como que la cogí por preguntarme si sería cierto que para ejecutar sus fraudes, sus megafraudes, los dictadores contaban hasta con el concurso de la naturaleza.

O lo que es lo mismo, que para Chávez ninguna oportunidad de parafrasear aquello de “Si la naturaleza se opone…” y, para quien lo conoce, ya se podía pronosticar que, por lo menos, no tendría victoria completa. Algo es algo.

Las preguntas venían solas: ¿Y cómo era posible que en un país que tenía 46 años haciendo elecciones -y haciéndolas  instrumentalmente bien- fuera precisamente donde ocurriera aquel bochorno, aquel pandemonium que sembraba la rabia, el rencor y el pánico? ¿No se había realizado una inversión ilegal, excesiva y dispendiosa en una plataforma tecnológica, de elecciones automatizadas, justo para que ello no ocurriera? ¿Y cómo era posible que ni autoridades electorales, ni gubernamentales, dieran señal de poner fin a la congestión que amenazaba a las elecciones mismas?

A las 11, 12, 1, 2 de la tarde todo seguía igual, sin embargo, y la interpretación de la CD, de SUMATE, de los analistas y de los medios nacionales e internacionales era que la decisión de revocarle el mandato a Chávez era de tal fuerza, de tal volumen, de tal torrente, que ningún obstáculo, ninguna plataforma, ninguna tecnología era capaz de contener aquella avalancha que ya sonaba a caos.

Me acuerdo ahora que como a las 2 o 2 y 30, el rector Jorge Rodríguez, apareció en cadena de radio y televisión decretando que se suspendían las captahuellas y que los electores votarían de acuerdo a los trámites normales y legales.

Ya antes había dicho que solo se usarían, pero después que los electores hubiesen depositados sus votos o papeletas.

Un respiro de todas maneras, pero un breve asomo por algunos de los más importantes centros de votación de  Caracas, más reportes de todo el país, indicaban que las “órdenes” de Rodríguez eran solo para las cámaras y los micrófonos y las captahuellas se aplicaban ahora con más rigor que nunca.

Yo, por ejemplo, voté a las 8 y 30 de la noche y en  mi centro de votación las colas todavía se medían por cuadras, aparte de que tuve que extender mis pulgares para restregarlos ante la máquina de  luz roja y  fosforescente.

Salí alarmado, además, por la militarización del centro, por la operación Morrocoy, por la presencia de funcionarios aparentemente sin una función aparente, por el caos, y me apresuré a alertar, presionar, a llamar la atención.

Desgraciadamente era quizá la hora pico de la mayor euforia, del mayor optimismo, de la mayor exaltación, aquella en que las exit polls se batían proclamando el triunfo de la oposición y “los actores” se preparaban, uno para triunfar y otro para ser derrotado.

Porque es que si se seguían las declaraciones de los chavistas, o se les llamaba para preguntarles cómo veían la situación, las respuestas venían destempladas o en la idea fatal y fatalista del “será lo que Dios quiera”.

¿Obra de un cuidadoso  teatro, de una estudiada representación, de un guión elaborado en las salas situacionales de Miraflores y la vicepresidencia para que los “otros” se confiaran y fueran cantando al matadero?

No lo creo, porque los fraudes, para ser exitosos, necesitan no salir de la élite que los planifica y ejecuta y yo no estaba llamando precisamente a las oficinas del MVR, ni del  Comando Maisanta.

De todas maneras me lo pregunté una y otra vez, lo consideré y lo volví a considerar, sobre todo cuando como a las 9 de la noche algunos corresponsales europeos empezaron a bombardearme con cifras que les llegaban de fuentes oficiales donde la oposición perdía con más de 15 puntos.

En otras palabras, con la proporción inversa que traían las exit polls.

Información que empecé despachando como una intriga típica de quienes se sienten derrotados electoralmente, y que no pasaría de allí  sino empiezo a recibir noticias de que ya aparecía en medios impresos, televisoras y páginas de web de Europa y América.

Pero fue entre las 10 y 30 y las 11 cuando admití que algo grave había ocurrido, o estaba ocurriendo, y fue cuando de SUMATE, del corazón de SUMATE, alguien me informó que las cifras que estaban saliendo de las actas del cierre de las mesas coincidía con la información que ya circulaba en los medios internacionales.

Pregunté si la CD estaba al tanto y qué previsiones se iban a tomar y la respuesta fue que se estaba convocando una reunión urgente con Gaviria y el Centro Carter.

En realidad ahora no podría precisar si se me dijo que la reunión era de SUMATE y la CD con Gaviria y el Centro Carter o solo de SUMATE con los llamados garantes del cumplimiento de de los acuerdos de mayo del 2003.

Pero sea lo que sea, era evidente que ya había la sospecha, o certeza, de un fraude, de un megafraude, y, como en otras oportunidades, se creyó que Carter y Gaviria eran los únicos que podían detenerlo o al menos denunciarlo, anunciarlo al mundo.

Y aquí pregunto: ¿Y cómo fue posible que no se pensara igualmente en informarle a Venezuela y a la comunidad internacional y se anunciara que la oposición venezolana no aceptaría los resultados y que desde ya denunciaba a la mayoría oficialista del CNE, a Chávez y al gobierno?

¿Miedo a la reacción de la gente, confianza excesiva en papá Carter y en papá Gaviria o en que una presión llegada de algún centro de poder mundial lograría que Chávez entrara en razón y detendría la masacre de la voluntad popular?

¿Por qué se esperó hasta 10 para las 4 de la madrugada del lunes 16 cuando Carrasquero informó sus cifras y los rectores Mejías y Zamora salieron con aquella declaración ambigua donde decían que no estaban de acuerdo con las mismas, pero no denunciaron que se había ejecutado un gigantesco fraude?

Lo peor: ¿Por qué se esperó más de una hora para que apareciera el primer representante de la CD, mientras Chávez daba un discurso proclamando su victoria y se le engancharan los canales nacionales y CNN como para que no quedara ninguna duda?

¿Por qué tuvo que ser Henry Ramos el portavoz de la CD? ¿Dónde estaban Mendoza, Borges, Mujica, Márquez, Quirós, Fernández y tantos líderes que debieron tener un plan B, o un discurso para una catástrofe que ya estaba anunciada desde las 11 de la noche?

Mejor dicho, a las 11 no era una catástrofe, era una catástrofe a las 5, 20 de la mañana de lunes 16.

Pero basta, paremos aquí y no nos empeñemos en buscar culpas y culpables que pueden dar idea de la sucesión de las escenas, pero no de las causas del drama y no explican por qué unos actores actuaron de esta u otra forma, y dijeron esto y no aquello.

Con lo primero se pueden escribir muchos artículos, y libros, y tratados y enciclopedias, pero no  precisar la naturaleza de la plaga que tiene casi 5 años asolando a Venezuela,  amenaza con asolar a América latina y como el SIDA, el virus del Ébola, la esclerosis múltiple, o el mal de Alzhaimer es reacio a tratamientos o experimentos con recetas y métodos tradicionales.

Es un fenómeno nuevo que el profesor Antonio Francés bautizó recientemente en un artículo en “El Universal” como “neosocialismo”.

Yo, sin discrepar enteramente del profesor Francés, lo veo más bien como una variante light del fenómeno que la especialista inglesa, Mary Kaldor, estudia en profundidad en “Las Nuevas Guerras”, típico de la post Guerra Fría, y según el cual,  las guerras militares de comienzos del siglo XXI ya no son sino guerras políticas, se realizan de manera asimétrica, para afectar a la población civil, entre ejércitos enemigos que pocas veces abandonan las mesas de negociaciones, intercambian informaciones y recursos y los que ganan lo hacen, no por la fuerza de las armas, o básicamente por la fuerza de las armas, sino por un uso intensivo de los medios de comunicación y de las tecnología de última generación, léase, la electrónica, la Internet, robótica y todo lo que es signo de la economía de mercado y el capitalismo triunfante.

Pero eso se los contaré en otra conversación…si es que nos dejan.                                                                                    Imprima el artículo Subir Página