Tenemos
en nuestras manos el arma más poderosa para enfrentar el
proyecto de Estado comunista que quieren imponer: el voto.
La más poderosa y la única deseable. El argumento de que
“van a hacer fraude” no corresponde a ningún gran
descubrimiento de la pupila zahorí de algunos, pues es
presupuesto esencial de todo aquél que se enfrenta a una
dictadura. Los dictadores son por definición tramposos y
mantienen escasos recursos institucionales para hacer
cumplir la voluntad popular. Todos tienen derecho a unas
elecciones pulcras como en Noruega o Dinamarca, pero
lamentablemente no se les puede complacer por el momento.
Atraviesa ese razonamiento una profunda veta de ingenuidad,
como aquellas discusiones que hacía la izquierda de los
sesenta y setenta. Entonces se consideraba que concurrir a
la “farsa electoral”, participar en las “costras
sindicales”, el Parlamento burgués o los concejos
municipales, escribir en la gran prensa o ir a la televisión
“del sistema”, era “hacerle el juego”. Eso le daba una gran
comodidad a éste al condenar a las fuerzas que lo impugnaban
a la marginalidad eterna. ¡Y en eso llegó el chavismo! Las
campañas y los comicios son coyunturas estelares para la
difusión de programas, mensajes y cuestionamientos a la
acción del poder. Marx quedó extasiado frente al
referéndum que invistió a Luís Napoleón Bonaparte, la
única experiencia de sufragio universal que conoció.
La
experiencia histórica demuestra que las fuerzas democráticas
deben participar en los resquicios electorales que abran los
déspotas, por amañados que sean. Desde los ochentas la casi
totalidad de las autocracias que sucumbieron fueron víctimas
de propios intentos de fraude. Que no se hubiera cantado el
trapicheo del revocatorio de 2004 no es imputable al hecho
de participar, sino a la inhibición en el momento crucial.
Las
trapisondas electorales tienen límites y los funcionarios no
son todopoderosos, como se ha demostrado en todas partes,
incluso en Venezuela. El fraude o lo que fuera se paró en
los límites de los estados Zulia y Nva. Esparta y de las
cincuenta alcaldías que obtuvo la oposición, a diferencia de
quienes planteaban -y seguramente plantearán de nuevo’- que
no había que concurrir a la elección de gobernadores y
alcaldes.
Pregonar
abstención para el diciembre tiene otras graves
insuficiencias que favorecen a un gobierno que -por ahora-
concurre a la consulta con una alta apatía en su filas
-también miedo- y además en minoría, pues a gran parte del
chavismo tampoco le gusta la “reforma”. Si lo dejan sólo, el
gobierno lo aprobará con el 15%, tal como ocurrió con la
Asamblea Nacional y los opositores tendrán que dedicar su
tiempo a cantar odas a la ilegitimidad y al 350.