Desde
mediados del 2003, la economía de casi todos los
países de América Latina está "volando". Se nota en el
crecimiento del producto bruto de cada uno de ellos,
en sus exportaciones, en algunas inversiones que
llegan y, hasta cierto punto y sólo en algunas
naciones, en una leve mejora en la calidad de vida de
sus habitantes.
¿Qué ha hecho la región para producir este "milagro",
después de la crisis de fines de los '90 y comienzos
del nuevo milenio? La respuesta puede parecer
insólita, pero es real: prácticamente nada.
América Latina empezó a "sacar la lotería" desde hace
cinco años. El mundo está "conspirando" a favor de
ella. Unos vendiendo petróleo a precios récord, otros
exportando soja y trigo como nunca antes, algunos
colocando carne vacuna y ovina como condenados, uno
aprovechando su cuasi monopolio en la producción de
cobre y más de uno talando árboles a ritmo
desenfrenado para transformarlos en pasta de celulosa,
la cuestión es que casi todos los países de la región
están embolsando una cantidad de dinero que ni
siquiera imaginaban podían llegar a soñar hace apenas
un lustro.
Pero, según cifras oficiales, lo que está exportando
América Latina al mundo es lo que ha vendido siempre:
materias primas y manufacturas derivadas de las
materias primas. La región sigue fuera del mundo que
funciona y, también, sigue sin entender lo que pasa en
él. Todo el "bienestar" de hoy lo debe casi en un 100%
al viento que sopla desde afuera, a los precios que
fijan otros y sobre los cuales no tiene la menor
incidencia. América Latina, con tímidas excepciones en
México, Costa Rica, Chile y, en menor medida, Brasil,
continúa sin trabajar. "Trabajar" en el sentido de
agregar valor a lo que sale de su suelo o de las
plantas o animales que les echa encima. No hay, casi,
manufacturas de alta, media o baja tecnología para
ofrecer al resto del planeta.
América Latina sigue ignorando olímpicamente los
valores intangibles que son la verdadera riqueza de
las naciones: no hay confianza entre los individuos
que integran sus sociedades (dentro de cada país y
entre países); no hay sistemas judiciales eficientes;
no hay claridad en cuanto a la protección de los
derechos de propiedad; no hay Estados eficaces.
América Latina está llena de dinero pero no ahorra y,
como no ahorra, faltan recursos genuinos para invertir
y potenciar el crecimiento. Los Estados están más
desahogados por la bonanza que llega desde afuera,
pero sus administradores, en lugar de prepararse para
una época mala, gastan a manos llenas. Las empresas
siguen siendo no competitivas a escala mundial porque
las burocracias se tragan todo el esfuerzo, los
impuestos son altos y la infraestructura necesaria
para que el desarrollo despegue es tan pobre como lo
ha sido siempre.
De modo que el día en que el viento cambie y los
precios de las materias primas bajen —y ese día, a no
dudarlo, llegará tarde o temprano— América Latina
estará enfrentada a los mismos problemas de toda su
existencia "independiente" y volverá a sufrir las
crisis cíclicas que se repiten cada siete, ocho o diez
años desde los tiempos del fin del colonialismo
español. Mientras los gobiernos y las sociedades no
comprendan en qué consiste el mundo en que nos toca
vivir, el vuelo de América Latina será corto y
rasante. Y la pobreza, las injusticias y el
subdesarrollo continuarán enseñoreándose por el reino
de la mediocridad de una región por la cual nadie en
el mundo moverá un pelo.
cpaolillo@busqueda.com.uy