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Las consecuencias del fraude 
por Alexis Márquez Rodríguez

viernes, 27 agosto 2004


Cada día aparecen más indicios que alimentan la duda razonable sobre los resultados del referendo revocatorio, y que reafirman a quienes creemos que hubo un descarado fraude, o, si se quiere, una vulgar adulteración de las cifras de la votación. Mucho contribuyen a ello las declaraciones de César Gaviria, las dadas en Caracas, donde advierte que él no ha dicho que no hubo fraude, sino que ellos no lo detectaron, y las incluidas en el informe a la Asamblea de la OEA, donde se puede observar que no lo ha revelado todo, seguramente porque razones muy poderosas le impiden hacerlo. La declaración hecha en Caracas es como esos casos en que se comete un delito, se sabe quién es el delincuente, pero en el juicio a que se le somete no se logra probarlo. El delincuente sale libre por falta de pruebas, pero eso no significa que sea inocente.

 

Habrá que esperar un tiempo, cuando ya Gaviria no sea Secretario General de la OEA y hayan cambiado algunas de las circunstancias actuales, para que él diga toda la verdad.  Alguien se preguntará qué gracia tiene eso, si ya será demasiado tarde. Pero no lo es. Primero, porque aunque se pruebe de manera irrebatible el fraude, no necesariamente eso traerá como efecto inmediato la salida de Chávez de Miraflores. Las circunstancias nuestras no son las del Perú cuando la salida de Fujimori. Allá las Fuerzas Armadas  le quitaron el apoyo al comprobarse el fraude, y eso lo obligó a refugiarse en Japón y desde allí renunciar. ¿Harían lo mismo nuestras Fuerzas Armadas…?

 

Por otra parte, como en otra ocasión dije, en política nada se pierde, ni los triunfos ni las derrotas, todo se acumula. El fraude de Pérez Jiménez en 1952 influyó poderosamente en su derrocamiento  en enero de 1958. En esta ocasión, además, hay un hecho positivo: obligamos a Chávez a hacer fraude. No lo digo como consuelo postderrota, pues lo dije mucho antes del referendo. En un artículo titulado “Jugar el juego completo”, publicado en Venezuela analítica el 10 de marzo pasado, escribí: “Si la presión popular y la habilidad de los líderes de la oposición –necesariamente promiscua, y por ello a veces errática y  contradictoria– logra del CNE un mínimo de condiciones aunque sea medianamente aceptables, debemos ir al requetefirmazo. De hacerlo así, hay sólo dos posibilidades: o se da el referendo y lo ganamos, o el gobierno, para impedirlo, tiene que seguir haciendo, hasta completarlo, el megafraude tempranamente anunciado por el presidente Chávez. En ambos casos salimos ganando, en el primero obviamente, en el segundo porque el gobierno sigue deslegitimándose y envileciéndose. Todo esto, por supuesto, sin abandonar las acciones de masas y la presión popular, pues en política no hay que andar con un solo pie, sino con los dos, o con  más, si es posible” Y concluía: “¿No le tienta ahora a la oposición jugar la doble carta de ganar el referendo revocatorio, o en su defecto obligar a Chávez a consumar el  megafraude?”.

 

Por ahora se plantea, pues, continuar las investigaciones hasta reunir el mayor cúmulo de indicios que señalen el fraude. Un indicio no es prueba plena, pero un cúmulo concurrente de ellos sí. La comisión designada por la Coordinadora Democrática debe hacer su trabajo, sin prisa, con la parsimonia que sea necesaria para que sus resultados sean firmes e irrefutables. Pero la gente se pregunta: ¿Y mientras tanto, qué hacer? Hay quienes presionan para que la CD desconozca los resultados fraudulentos. Otros la conminan a reconocerlos. Yo creo que es un dilema falso. Sin necesidad de reconocer los resultados la CD, y la oposición en general, aun reafirmándose en la convicción de que hubo trampa, puede aceptar la realidad de que, fraude mediante, Chávez seguirá gobernando por lo menos hasta 2007, cuando termina su período. Mientras tanto, habrá que actuar en función de esa realidad. Aceptar esta no significa que se participe en la relegitimación de Chávez, y tal aceptación nos permite seguir luchando por el objetivo inmediato, que es su salida de Miraflores. Lo otro, atrincherarse en la convicción de que hubo fraude, pero además no aceptar la realidad, significa, o bien el suicidio político, o bien declarar la guerra civil, sin armas con qué  librarla, más todos los males que ello traería.

 

  Es muy importante no olvidar las funestas consecuencias del fraude. Con ser muy grave la permanencia de Chávez en el poder, y la posibilidad de que se perpetúe quién sabe hasta cuándo un régimen despótico, hay otras consecuencias, quizás más graves, del golpe de estado en forma de  fraude electoral del 16 de agosto.

 

Una de ellas es el riesgo de que definitivamente se desprestigie la idea de la democracia, que ha prevalecido en el pueblo venezolano. Lo cual se traduciría en que la gente deje de creer en la posibilidad de una salida pacífica, legal, democrática y electoral a la crisis que actualmente sacude a nuestro país, o a la de cualesquiera otras que puedan sobrevenir en el futuro. Es decir, que muchos, quizás una mayoría, de quienes hasta hoy han creído en esa posibilidad, renuncien a ello y se sumen a los sectores, afortunadamente minoritarios, que propugnan la solución de fuerza, el golpe militar. Lo cual pasa, además, por el desprestigio del voto y las elecciones como arma democrática.

 

No obstante, soy de quienes siguen creyendo en la democracia y en la necesidad de resolver las crisis por las vías legales, democráticas y pacíficas. Creo que a mi edad ya nada ni nadie podrá hacerme cambiar en este punto. Ojalá pudiera decir lo mismo de los que tienen menos años, sobre todo los más jóvenes, cuyo descreimiento en la democracia y la legalidad sería una verdadera catástrofe. Y advierto que no temo a los cambios revolucionarios, si son auténticos e históricamente válidos, y no medidas populistas y dadivosas, pura demagogia para tratar de comprar conciencias en el afán de mantenerse en el poder a como dé lugar, y no para realizar cambios verdaderamente  revolucionarios, sino para asegurarse cada vez más las prebendas y latrocinios que les garantiza el ejercicio personalista y  deshonesto del poder.  Tampoco creo que la democracia y el voto son algo perfecto, un fetiche. No, hasta ahora ambas instituciones han tenido grandes vicios y fallas y demostrado su imperfección. Pero es lo único que históricamente hasta hoy ha funcionado medianamente, ante el fracaso estrepitoso de lo demás.

 

Otra consecuencia igualmente grave es el desprestigio de la observación internacional. La OEA, institución de por sí muy desprestigiada desde hace mucho tiempo –sobre todo por la hegemonía que Estados Unidos, como estado-policía, ha tenido  sobre ella–, con su actuación como observadora en diversos procesos electorales, y en situaciones de crisis en algunos países del área, había cobrado algo de confianza, aunque en muchos casos a duras penas. En esta ocasión la ambigüedad de la OEA ante el golpe/fraude en Venezuela  está a punto de hacer que todo lo ganado por ella se esfume, y ya nadie, ni dentro ni fuera de nuestro país, volverá  a tenerle ni la más precaria credibilidad. Otro tanto ocurre con el Centro Carter y su presidente. No hay duda de que, con toda la reserva que se tenga ante él, la actuación de Jimmy Carter en numerosos casos, en países de todo el mundo, en particular latinoamericanos, le ha ganado gran prestigio y el respeto mundial como demócrata y como mediador en graves conflictos, reconocido incluso por Fidel Castro, quien le ha manifestado su admiración y su amistad. Pues bien, esta vez la actuación del Centro Carter no ha estado a la altura de ese prestigio y de su responsabilidad, por lo que la institución, y el mismo Carter en lo personal, se enfrentan al aparatoso descalabro de ese prestigio y ese respeto.

 

Hay otras consecuencias del golpe/fraude. Las de hoy son unas breves reflexiones de primer momento. Más adelante haré al respecto otros comentarios.                                         Imprima el artículo Subir Página