Cada
día aparecen más indicios que alimentan la duda razonable
sobre los resultados del referendo revocatorio, y que reafirman a
quienes creemos que hubo un descarado fraude, o, si se quiere, una
vulgar adulteración de las cifras de la votación. Mucho
contribuyen a ello las declaraciones de César Gaviria, las dadas
en Caracas, donde advierte que él no ha dicho que no hubo fraude,
sino que ellos no lo detectaron, y las incluidas en el informe a
la Asamblea de la OEA, donde se puede observar que no lo ha
revelado todo, seguramente porque razones muy poderosas le impiden
hacerlo. La declaración hecha en Caracas es como esos casos en que
se comete un delito, se sabe quién es el delincuente, pero en el
juicio a que se le somete no se logra probarlo. El delincuente
sale libre por falta de pruebas, pero eso no significa que sea
inocente.
Habrá que esperar
un tiempo, cuando ya Gaviria no sea Secretario General de la OEA y
hayan cambiado algunas de las circunstancias actuales, para que él
diga toda la verdad. Alguien se preguntará qué gracia tiene eso,
si ya será demasiado tarde. Pero no lo es. Primero, porque aunque
se pruebe de manera irrebatible el fraude, no necesariamente eso
traerá como efecto inmediato la salida de Chávez de Miraflores.
Las circunstancias nuestras no son las del Perú cuando la salida
de Fujimori. Allá las Fuerzas Armadas le quitaron el apoyo al
comprobarse el fraude, y eso lo obligó a refugiarse en Japón y
desde allí renunciar. ¿Harían lo mismo nuestras Fuerzas Armadas…?
Por otra parte,
como en otra ocasión dije, en política nada se pierde, ni los
triunfos ni las derrotas, todo se acumula. El fraude de Pérez
Jiménez en 1952 influyó poderosamente en su derrocamiento en
enero de 1958. En esta ocasión, además, hay un hecho positivo:
obligamos a Chávez a hacer fraude. No lo digo como consuelo
postderrota, pues lo dije mucho antes del referendo. En un
artículo titulado “Jugar el juego completo”, publicado en
Venezuela analítica el 10 de marzo pasado, escribí: “Si la
presión popular y la habilidad de los líderes de la oposición
–necesariamente promiscua, y por ello a veces errática y
contradictoria– logra del CNE un mínimo de condiciones aunque sea
medianamente aceptables, debemos ir al requetefirmazo. De
hacerlo así, hay sólo dos posibilidades: o se da el referendo y lo
ganamos, o el gobierno, para impedirlo, tiene que seguir haciendo,
hasta completarlo, el megafraude tempranamente anunciado por el
presidente Chávez. En ambos casos salimos ganando, en el primero
obviamente, en el segundo porque el gobierno sigue
deslegitimándose y envileciéndose. Todo esto, por supuesto, sin
abandonar las acciones de masas y la presión popular, pues en
política no hay que andar con un solo pie, sino con los dos, o
con más, si es posible” Y concluía: “¿No le tienta ahora a la
oposición jugar la doble carta de ganar el referendo revocatorio,
o en su defecto obligar a Chávez a consumar el megafraude?”.
Por ahora se
plantea, pues, continuar las investigaciones hasta reunir el mayor
cúmulo de indicios que señalen el fraude. Un indicio no es prueba
plena, pero un cúmulo concurrente de ellos sí. La comisión
designada por la Coordinadora Democrática debe hacer su trabajo,
sin prisa, con la parsimonia que sea necesaria para que sus
resultados sean firmes e irrefutables. Pero la gente se pregunta:
¿Y mientras tanto, qué hacer? Hay quienes presionan para que la CD
desconozca los resultados fraudulentos. Otros la conminan a
reconocerlos. Yo creo que es un dilema falso. Sin necesidad
de reconocer los resultados la CD, y la oposición en
general, aun reafirmándose en la convicción de que hubo trampa,
puede aceptar la realidad de que, fraude mediante, Chávez
seguirá gobernando por lo menos hasta 2007, cuando termina su
período. Mientras tanto, habrá que actuar en función de esa
realidad. Aceptar esta no significa que se participe en la
relegitimación de Chávez, y tal aceptación nos permite seguir
luchando por el objetivo inmediato, que es su salida de Miraflores.
Lo otro, atrincherarse en la convicción de que hubo fraude, pero
además no aceptar la realidad, significa, o bien el
suicidio político, o bien declarar la guerra civil, sin armas con
qué librarla, más todos los males que ello traería.
Es muy
importante no olvidar las funestas consecuencias del fraude. Con
ser muy grave la permanencia de Chávez en el poder, y la
posibilidad de que se perpetúe quién sabe hasta cuándo un régimen
despótico, hay otras consecuencias, quizás más graves, del golpe
de estado en forma de fraude electoral del 16 de agosto.
Una de ellas es el
riesgo de que definitivamente se desprestigie la idea de la
democracia, que ha prevalecido en el pueblo venezolano. Lo cual se
traduciría en que la gente deje de creer en la posibilidad de una
salida pacífica, legal, democrática y electoral a la crisis que
actualmente sacude a nuestro país, o a la de cualesquiera otras
que puedan sobrevenir en el futuro. Es decir, que muchos, quizás
una mayoría, de quienes hasta hoy han creído en esa posibilidad,
renuncien a ello y se sumen a los sectores, afortunadamente
minoritarios, que propugnan la solución de fuerza, el golpe
militar. Lo cual pasa, además, por el desprestigio del voto y las
elecciones como arma democrática.
No obstante, soy
de quienes siguen creyendo en la democracia y en la necesidad de
resolver las crisis por las vías legales, democráticas y
pacíficas. Creo que a mi edad ya nada ni nadie podrá hacerme
cambiar en este punto. Ojalá pudiera decir lo mismo de los que
tienen menos años, sobre todo los más jóvenes, cuyo descreimiento
en la democracia y la legalidad sería una verdadera catástrofe. Y
advierto que no temo a los cambios revolucionarios, si son
auténticos e históricamente válidos, y no medidas populistas y
dadivosas, pura demagogia para tratar de comprar conciencias en el
afán de mantenerse en el poder a como dé lugar, y no para realizar
cambios verdaderamente revolucionarios, sino para asegurarse cada
vez más las prebendas y latrocinios que les garantiza el ejercicio
personalista y deshonesto del poder. Tampoco creo que la
democracia y el voto son algo perfecto, un fetiche. No, hasta
ahora ambas instituciones han tenido grandes vicios y fallas y
demostrado su imperfección. Pero es lo único que históricamente
hasta hoy ha funcionado medianamente, ante el fracaso estrepitoso
de lo demás.
Otra consecuencia
igualmente grave es el desprestigio de la observación
internacional. La OEA, institución de por sí muy desprestigiada
desde hace mucho tiempo –sobre todo por la hegemonía que Estados
Unidos, como estado-policía, ha tenido sobre ella–, con su
actuación como observadora en diversos procesos electorales, y en
situaciones de crisis en algunos países del área, había cobrado
algo de confianza, aunque en muchos casos a duras penas. En esta
ocasión la ambigüedad de la OEA ante el golpe/fraude en Venezuela
está a punto de hacer que todo lo ganado por ella se esfume, y ya
nadie, ni dentro ni fuera de nuestro país, volverá a tenerle ni
la más precaria credibilidad.
Otro tanto
ocurre con el Centro Carter y su presidente. No hay duda de que,
con toda la reserva que se tenga ante él, la actuación de Jimmy
Carter en numerosos casos, en países de todo el mundo, en
particular latinoamericanos, le ha ganado gran prestigio y el
respeto mundial como demócrata y como mediador en graves
conflictos, reconocido incluso por Fidel Castro, quien le ha
manifestado su admiración y su amistad. Pues bien, esta vez la
actuación del Centro Carter no ha estado a la altura de ese
prestigio y de su responsabilidad, por lo que la institución, y el
mismo Carter en lo personal, se enfrentan al aparatoso descalabro
de ese prestigio y ese respeto.
Hay otras
consecuencias del golpe/fraude. Las de hoy son unas breves
reflexiones de primer momento. Más adelante haré al respecto otros
comentarios.