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Confusión ideológica - por Alexis Márquez Rodríguez
martes, 1 febrero 2005

 

Varias veces he señalado, y ahora lo reitero, que uno de los más grandes daños que Chávez y el chavismo han hecho a nuestro país, es sembrar, partiendo de la suya propia, una grave confusión ideológica, particularmente en las masas populares y en grandes sectores de la clase media, con particular énfasis en la juventud, en razón de su inexperiencia y de su escasa formación doctrinaria. Esta confusión, que se manifiesta en la tendencia a creer lo que no es y a fundamentar en premisas falsas las apreciaciones que se hace sobre la dramática realidad que vivimos, se ha puesto en evidencia una vez más recientemente, con motivo de algunos hechos muy  comentados.

 

No hay duda de que el lenguaje –tono, vocabulario e intención– empleado por el presidente Chávez para agredir a la señora Condoleeza Rice es absolutamente abominable, y debió producir estupor, y en algunos casos indignación, entre los demás gobernantes del mundo. Lo de menos es que la víctima de la agresión verbal haya sido una mujer –una dama, dicho con inefable cursilería–. En política no hay diferencias de sexo. Lo mínimo que puede decirse es que semejante lenguaje es impropio de un jefe de estado y de gobierno. Y además, que es vulgar, grosero, ordinario, patán, indecente, descortés, desvergonzado, insolente, descabellado, incivil, impertinente, ramplón, procaz, machista, e innumerables calificativos más, todos ellos de grueso calibre peyorativo, independientemente del sexo de la persona a quien vaya dirigido. Vergüenza ajena provoca en los venezolanos semejante lenguaje, sobre todo al imaginar lo mal parado que, por la  verborreica incontinencia y los excesos lingüísticos de nuestro máximo gobernante, queda el país ante los demás gobernantes del mundo y ante la opinión pública internacional.

 

Hasta aquí todo es muy claro, y se justifica plenamente la protesta e indignación expresadas por mucha gente, ante un gesto que, por cierto, carece absolutamente de valor político y de manifestación antiimperialista, y no pasa de ser un desahogo  personal, más digno de un estudio psicoanalítico que de una interpretación política.

 

Pero de ahí a rasgarse las vestiduras, supuestamente por tratarse de una dama, o por ofender a alguien que se presume está de nuestro lado, hay mucho trecho. Hasta se han dirigido a la señora Rice ridículas cartas de amor, cuyo lenguaje y contenido causan, por su servilismo, tanta vergüenza como las groserías del señor Chávez. Con su agudeza habitual, el admirado Ibsen Martínez ha señalado este hecho, aunque sólo de paso, en su artículo del lunes 31 de enero en El Nacional. Dejando de lado lo que ya dije, lo irrelevante que es el sexo de la ofendida, lo mismo que sus indiscutibles y muy elevados méritos intelectuales, me parece una lamentable necedad suponer que la señora Rice es una buena amiga de nuestro país y del pueblo venezolano, o por lo menos de la llamada oposición, lo cual  haría más abominable la agresión del presidente venezolano. Como bien apunta Ibsen, pareciera que muchos venezolanos, sobre todo de los que crean opinión, reivindican la vieja y mentirosa especie de que El enemigo de mi enemigo es mi amigo”, trasladada en este caso a la idea de que “El enemigo —cualquier enemigo— de Chávez es mi amigo...”.

 

Si la señora Rice fuese amiga de los opositores venezolanos porque sea enemiga de Chávez, también el mismísimo presidente Bush sería nuestro alto pana, puesto que ella representa la política de este. Pero la propia actuación de Bush en relación con el escandaloso fraude electoral del 15 de agosto pasado demostró, si es que hacía falta, que el presidente de USA –cualesquiera que sean su nombre y su partido– de lo que es buen amigo es del petróleo venezolano. Y las bravuconadas –que es lo que en verdad son– de la  señora Rice y de otros voceros de la Casa Blanca no son sino una cortina de humo para esconder la verdadera política estadounidense frente a Chávez, a quien por debajo de cuerda apoyan porque les garantiza el suministro petrolero. Lo mismo que las bravuconadas, y en este caso insolencias, de Chávez contra Bush y la señora Rice, y contra el imperialismo estadounidense, no son sino una cortina de humo, para esconder la cruda realidad: que pese a los arrestos antiimperialistas de Chávez, a este lo que le interesa es mantener el mercado petrolero de Estados Unidos, como lo hizo al suministrarle pacíficamente el petróleo con que el Pentágono  alimentaba los buques, los tanques y los aviones que masacraban al pueblo de Irak.

 

Que la política de Bush y la señora Rice ante la situación de Venezuela, a la cual algunos creen que aman, es tan imperialista como su política en el Medio Oriente, al cual supuestamente odian, y ante el resto del mundo, es evidente. Pero dentro de la confusión ideológica que hoy impera en Venezuela y en el mundo, se ha puesto de moda vituperar palabras como imperialismo, y muchos  comentaristas políticos, incluso de izquierda, se abstienen de emplearla, o porque equivocadamente creen que el imperialismo ya no existe, o porque les da vergüenza usar un vocablo que luce  dinosáurico.

 

Pero no se dan cuenta de que, si bien esas palabras, por el abuso que de ellas se ha hecho, han devenido en vocablos huecos, desprovistos de contenido ideológico y sospechosos de obsolescencia, eso no significa que hayan desaparecido los fenómenos políticos y sociales que ellas designan. El imperialismo no es una invención de cerebros febriles, sino un hecho histórico perfectamente bien definido y delimitado en el tiempo. Lo mismo que la vocación imperialista de Estados Unidos, exacerbada por la desaparición de la Unión Soviética y del estúpidamente llamado “socialismo real”, y puesta en evidencia por la maniática obsesión de Bush y otros gobernantes de ese país de ser los gendarmes del mundo entero, y de imponer en todas partes el privilegio de sus intereses.

 

Eso es, sin duda, una política imperialista, aunque se prefiera llamarla de otro modo. Lo que define tal política son sus hechos, y no el nombre que se les dé. Lo curioso,  por cierto, es que quienes rechazan hoy el vocablo imperialismo siguen usando una cruel metáfora, demostrativa también de esa política imperialista, al emplear la expresión “patio trasero” de USA para definir el criterio con que este país considera a sus vecinos del sur.

 

Esta confusión ideológica condujo recientemente a la ilusión de creer que la clave para la solución del problema que Chávez y el chavismo significan para el pueblo venezolano, estaba en la actitud que el presidente de USA adoptase frente a él. Hasta el punto de que mucha gente, cuando hablaba de la presión internacional que supuestamente impediría la continuación de los desmanes de Chávez, lo hacía con la convicción de que Estados Unidos es por sí solo la comunidad internacional. Y lo más grave fue que se pasó, de la simple ilusión, a la esperanza, y hasta a la solicitud ladinamente insinuada, de que el señor Bush ejerciese fuertes presiones para provocar la salida de Chávez, como en efecto se sabe que lo hizo en abril de 2002, sólo que le fracasó la jugada, y por eso prefirió la otra política, la de apoyar subrepticiamente al señor Chávez, pero haciendo creer, a través de la  señora Rice y otros voceros, que lo abominan.

 

Ese grave error, por cierto, convirtió, consciente o inconscientemente, a esas personas en aliados de USA, actitud que explica que en Venezuela, fuera de los chavistas –y estos aun tímidamente–, no se haya protestado masivamente contra la masacre que Estados Unidos, valiéndose del petróleo venezolano, realizó contra el sufrido pueblo de Irak, cogido entre las dos diabólicas tenazas de la vesánica tiranía de Saddam Hussein y la brutal agresión imperialista del ejército  estadounidense. 

 

Esta confusión ideológica es una piedra bastante afilada, en el ya de por sí muy empedrado camino del pueblo venezolano en su lucha por superar la dramática realidad de estos aciagos días.

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