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El día después de mañana 
por Roberto Palmitesta


La cinta realista de Roland Emmerich El día después de mañana (The day after tomorrow), sobre el peligro del calentamiento global en el futuro del planeta, no ha sido una muestra más del cine catastrófico –género a que Hollywood nos tiene acostumbrados- sino que está teniendo serias repercusiones en las políticas nacionales e internacionales. En efecto, a raíz de su difusión en el norte, está siendo utilizado por los grupos ambientalistas para enfatizar su llamado a frenar el uso de combustibles fósiles –y los gases de invernadero que producen- mientras algunos industriales temen que la cinta pueda acelerar la aprobación de una ley que limita más severamente las emisiones y les obliga a controlarlas, con fuertes gastos que afectarían sus ganancias.

            En esta producción, el grupo Fox invirtió la bicoca de $125 millones pero, consciente de que no cuenta con grandes estrellas en el reparto (apenas Dennis Quaid y Ian Holm son conocidos) y para capitalizar el atractivo comercial del tema, piensa gastar otros $50 millones (¡!) en una intensa campaña publicitaria, que incluso aprovecharía la polémica suscitada,  a todas luces bienvenida cuando ayuda a tener una propaganda gratuita en todo el mundo, como sucedió con la controversia generada por La pasión de Cristo. Esta vez están apostando a un buen material y una filmación impecable, pues el guionista, productor y director es un director con una experiencia única en el género catastrófico, al habernos dado antes unos ‘blockbusters’ como Día de independencia  y Godzilla, que trajinaron igualmente el tema de una gran amenaza a escala planetaria.

La amenaza global

            La amenaza esta vez no reside en una brutal invasión marciana o un gigantesco dinosaurio rezagado, sino en algo implacable e impersonal como un repentino cambio climático que causa desastres por doquier, sin limitar la amenaza al territorio norteamericano como en las dos cintas anteriores, cuando fue criticado por concentrar inexplicablemente la amenaza en una pequeña parte del globo, como si sólo importaran los estadounidenses o son los únicos capaces de defenderse. En El día después de mañana, en cambio, todo el planeta está amenazado por la crisis climática, y así veremos una tormenta de granizo en Tokio, una ola gigantesca en Nueva York, un huracán en Hawai, un tornado en Los Angeles, una tormenta de nieve en Nueva Delhi, un manto helado en la Costa Este de EE.UU., un terremoto en México, entre otras catástrofes naturales. Visiblemente ausentes son los parajes sudamericanos y africanos, cuyo destino aparentemente no interesan a nadie, ya que es más impactante mostrar la imagen de un carguero ruso navegando por la inundada Quinta Avenida de Manhattan. 

            Las espectaculares escenas de desastre se logran con la utilización de escenarios naturales (como un gélido invierno en Montreal), modelos a pequeña escala en estudios canadienses y efectos visuales digitalizados con un software revolucionario. Los productores no escatimaron en gastos para darle el realismo adecuado, ya que el atractivo central del filme es la destrucción y la muerte colectiva, al igual que en tantas producciones catastróficas del mismo cuño, tales como Impacto profundo, Armagedón, Terremoto, Asteroide, Meteoro, Volcán, Tornado, etc. Sin embargo, los críticos echan de menos las reflexiones filosóficas implícitas en cintas más sustanciosas como El día siguiente, sobre la secuela de una guerra nuclear, o las potenciales catástrofes ecológicas anunciadas en El síndrome de China o Cuando el destino nos alcance.

Los ambientalistas al ataque

            La controversia sobre El día después de mañana se basa en que los grupos ambientalistas, animados por el mensaje alarmista del filme, lo están utilizando para denunciar las omisiones de las políticas estadounidenses sobre el calentamiento global, ejemplificadas por la indiferencia de la Administración Bush ante el protocolo de Kyoto, que debería haber ratificado e implementado la decisión del gobierno de Clinton. Ese retroceso fue muy destacada por los medios, concentrando injustamente la ira de los ambientalistas en todo el mundo, e ignorando que en otros países tampoco se esté cumpliendo al pie de la letra las disposiciones de Kyoto, las cuales –aun si fueran implementadas- influirían poco en el frenar el calentamiento global.

            Ahora, en plena campaña electoral de EE.UU., el ex vicepresidente Al Gore, convencido ambientalista, enfatiza en sendas declaraciones públicas el tema central de la película e invita a verla, para tratar de ganar puntos para el partido demócrata, siendo el tema ecológico uno de los puntos fuertes del candidato John Kerry, como antes lo fue del mismo Gore (quien irónicamente, perdió porque otro ambientalista, Ralph Nader, le quitó unos cuantos votos).  Los republicanos se defienden ahora insistiendo que están atacando el problema desde el ángulo tecnológico, como la eficiencia energética de vehículos y un mejor control de emisiones de las fábricas, pero sin ceder en el aspecto de los créditos por gases de invernadero implícito en el acuerdo de Kyoto.

Por su parte los científicos de la NASA tratan de no opinar sobre el filme, para no entrar en la polémica, indicando sólo que es muy simplista y alarmista, al mostrar la posibilidad de un súbito cambio climático, cuando esos fenómenos tardan décadas o hasta siglos en manifestarse. Sin embargo, los ambientalistas reconocen que, aún si la trama es poco realista, el hecho de obligar a la discusión pública del tema siempre será beneficioso para el planeta. “No hay duda que algo debe hacerse acerca del problema del calentamiento global”, afirmó un funcionario de la EPA. (Agencia federal para la protección ambiental).

Interferencias en la distribución

            Por su parte, la Fox. productora de El día después de mañana, se encuentra entre dos aguas, pues por una parte le interesa recuperar su inversión y darle la mayor publicidad al filme, pero por la otra no quisieran contrariar a uno de los mayores accionistas de la empresa, el magnate australiano de los medios Rupert Murdoch, quien apoya abiertamente a Bush por sus políticas favorables a los grandes capitales, y quien vería con agrado una limitada difusión del filme a pesar de lo afectaría financieramente. En medio de ese conflicto de intereses, y mientras se politiza acerbamente el debate, la Asociación de Fabricantes Industriales (o sea, la Conindustria del norte) mantiene un costoso lobby en Washington para que no sea aprobada por el Congreso una Ley sobre Emisiones de Invernadero –propuesta por los demócratas y que imita algunas disposiciones del Acuerdo de Kyoto-  pues ahora la opinión pública estará muy impresionada por los eventuales efectos climáticos, todo gracias a la película en cuestión.

Y aunque Emmerich nunca anticipó la controversia que generaría su filme, se sabe que desde hace tiempo tenía en mente crear conciencia sobre el cambio climático, pues en su propia tierra, Alemania, mostraba muchas simpatías con los influyentes “verdes”, grupo político de izquierda que ha venido alertando desde hace décadas los efectos del calentamiento global e incluso ha influido para que se prohíba la instalación de nuevas plantas nucleares en su país.   Imprima el artículo Subir Página