La
cinta realista de Roland Emmerich El día después de mañana
(The day after tomorrow), sobre el peligro del calentamiento
global en el futuro del planeta, no ha sido una muestra más del
cine catastrófico –género a que Hollywood nos tiene acostumbrados-
sino que está teniendo serias repercusiones en las políticas
nacionales e internacionales. En efecto, a raíz de su difusión en
el norte, está siendo utilizado por los grupos ambientalistas para
enfatizar su llamado a frenar el uso de combustibles fósiles –y
los gases de invernadero que producen- mientras algunos
industriales temen que la cinta pueda acelerar la aprobación de
una ley que limita más severamente las emisiones y les obliga a
controlarlas, con fuertes gastos que afectarían sus ganancias.
En esta producción, el grupo Fox invirtió la bicoca de
$125 millones pero, consciente de que no cuenta con grandes
estrellas en el reparto (apenas Dennis Quaid y Ian Holm son
conocidos) y para capitalizar el atractivo comercial del tema,
piensa gastar otros $50 millones (¡!) en una intensa campaña
publicitaria, que incluso aprovecharía la polémica suscitada, a
todas luces bienvenida cuando ayuda a tener una propaganda
gratuita en todo el mundo, como sucedió con la controversia
generada por La pasión de Cristo. Esta vez están apostando
a un buen material y una filmación impecable, pues el guionista,
productor y director es un director con una experiencia única en
el género catastrófico, al habernos dado antes unos ‘blockbusters’
como Día de independencia y Godzilla, que
trajinaron igualmente el tema de una gran amenaza a escala
planetaria.
La amenaza global
La amenaza esta vez no reside en una brutal invasión
marciana o un gigantesco dinosaurio rezagado, sino en algo
implacable e impersonal como un repentino cambio climático que
causa desastres por doquier, sin limitar la amenaza al territorio
norteamericano como en las dos cintas anteriores, cuando fue
criticado por concentrar inexplicablemente la amenaza en una
pequeña parte del globo, como si sólo importaran los
estadounidenses o son los únicos capaces de defenderse. En El
día después de mañana,
en cambio,
todo el planeta está amenazado por la crisis climática, y así
veremos una tormenta de granizo en Tokio, una ola gigantesca en
Nueva York, un huracán en Hawai, un tornado en Los Angeles, una
tormenta de nieve en Nueva Delhi, un manto helado en la Costa Este
de EE.UU., un terremoto en México, entre otras catástrofes
naturales. Visiblemente ausentes son los parajes sudamericanos y
africanos, cuyo destino aparentemente no interesan a nadie, ya que
es más impactante mostrar la imagen de un carguero ruso navegando
por la inundada Quinta Avenida de Manhattan.
Las espectaculares escenas de desastre se logran con
la utilización de escenarios naturales (como un gélido invierno en
Montreal), modelos a pequeña escala en estudios canadienses y
efectos visuales digitalizados con un software
revolucionario. Los productores no escatimaron en gastos para
darle el realismo adecuado, ya que el atractivo central del filme
es la destrucción y la muerte colectiva, al igual que en tantas
producciones catastróficas del mismo cuño, tales como Impacto
profundo, Armagedón, Terremoto, Asteroide, Meteoro, Volcán,
Tornado, etc. Sin embargo, los críticos echan de menos las
reflexiones filosóficas implícitas en cintas más sustanciosas como
El día siguiente, sobre la secuela de una guerra nuclear, o
las potenciales catástrofes ecológicas anunciadas en El
síndrome de China o Cuando el destino nos alcance.
Los ambientalistas al
ataque
La controversia sobre El día después de mañana
se basa en que los grupos ambientalistas, animados por el mensaje
alarmista del filme, lo están utilizando para denunciar las
omisiones de las políticas estadounidenses sobre el calentamiento
global, ejemplificadas por la indiferencia de la
Administración Bush ante el protocolo de Kyoto, que debería haber
ratificado e implementado la decisión del gobierno de Clinton. Ese
retroceso fue muy destacada por los medios, concentrando
injustamente la ira de los ambientalistas en todo el mundo, e
ignorando que en otros países tampoco se esté cumpliendo al pie de
la letra las disposiciones de Kyoto, las cuales –aun si fueran
implementadas- influirían poco en el frenar el calentamiento
global.
Ahora, en plena campaña electoral de EE.UU., el ex
vicepresidente Al Gore, convencido ambientalista, enfatiza en
sendas declaraciones públicas el tema central de la película e
invita a verla, para tratar de ganar puntos para el partido
demócrata, siendo el tema ecológico uno de los puntos fuertes del
candidato John Kerry, como antes lo fue del mismo Gore (quien
irónicamente, perdió porque otro ambientalista, Ralph Nader, le
quitó unos cuantos votos). Los republicanos se defienden ahora
insistiendo que están atacando el problema desde el ángulo
tecnológico, como la eficiencia energética de vehículos y un mejor
control de emisiones de las fábricas, pero sin ceder en el aspecto
de los créditos por gases de invernadero implícito en el acuerdo
de Kyoto.
Por su parte los científicos de la NASA tratan de no opinar sobre
el filme, para no entrar en la polémica, indicando sólo que es muy
simplista y alarmista, al mostrar la posibilidad de un súbito
cambio climático, cuando esos fenómenos tardan décadas o hasta
siglos en manifestarse. Sin embargo, los ambientalistas reconocen
que, aún si la trama es poco realista, el hecho de obligar a la
discusión pública del tema siempre será beneficioso para el
planeta. “No hay duda que algo debe hacerse acerca del problema
del calentamiento global”, afirmó un funcionario de la EPA.
(Agencia federal para la protección ambiental).
Interferencias en la
distribución
Por su parte, la Fox. productora de El día después
de mañana, se encuentra entre dos aguas, pues por una parte le
interesa recuperar su inversión y darle la mayor publicidad al
filme, pero por la otra no quisieran contrariar a uno de los
mayores accionistas de la empresa, el magnate australiano de los
medios
Rupert
Murdoch, quien apoya abiertamente a Bush por sus políticas
favorables a los grandes capitales, y quien vería con agrado una
limitada difusión del filme a pesar de lo afectaría
financieramente. En medio de ese conflicto de intereses, y
mientras se politiza acerbamente el debate, la Asociación de
Fabricantes Industriales (o sea, la Conindustria del norte)
mantiene un costoso lobby en Washington para que no sea aprobada
por el Congreso una Ley sobre Emisiones de Invernadero –propuesta
por los demócratas y que imita algunas disposiciones del Acuerdo
de Kyoto- pues ahora la opinión pública estará muy impresionada
por los eventuales efectos climáticos, todo gracias a la película
en cuestión.
Y aunque Emmerich nunca anticipó la controversia que generaría su
filme, se sabe que desde hace tiempo tenía en mente crear
conciencia sobre el cambio climático, pues en su propia tierra,
Alemania, mostraba muchas simpatías con los influyentes “verdes”,
grupo político de izquierda que ha venido alertando desde hace
décadas los efectos del calentamiento global e incluso ha influido
para que se prohíba la instalación de nuevas plantas nucleares en
su país.
