Como
le sucede a tantos, el desvelo. Letanía de imágenes, seguidilla de preguntas, la
incomodidad como almohada. Hoy he visto las piernas de un indigente colgar desde
su refugio en un pilar de la autopista, he escuchado a un ministro retorcerle el
pescuezo a la verdad, en la foto del periódico he presentido el olor a tumba
profanada por invasores que escamotean un trozo de tierra para los vivos, y de
forma inesperada, una vieja amiga me ha dado un abrazo que más que ofrecer
cariño, pedía apoyo: cuando se caen los ánimos, me dijo, sólo los afectos me
pueden soportar. Hace rato pasó la medianoche. De fondo los grillos de siempre,
pero más abajo, como un murmullo, el escándalo de las injusticias que no me
dejan dormir.
Las historias de estos días no han
sido cuento de cuna. El hermano despedido a dos años de su jubilación por
resistir al régimen. Los jóvenes empresarios que apuestan el pellejo con el
temor de terminar en cueros en la calle. El funcionario que clava la puñalada en
silencio por salvar su culo y la silla que calienta. La madre que besa a su hijo
en la frente y piensa que no se merece tanta miseria. El taxista que me pide
apagar el radio porque la cadena le hierve la sangre, porque su piel arrugada ya
no tiene callos para aguantar una palabra más. El número de muertes en los
disturbios callejeros que sigue creciendo mientras los derechos humanos menguan
de dolor. En la noche, después de una hora saltando de Globovisión a VTV, no
puedo con la sensación de mareo. No es intoxicación mediática lo que tengo, es
indigestión de realidad.
Como le sucede a tantos, despierto
con sueño. En las calles hay gente que resuelve el ahora con media sonrisa, el
Avila está más limpio que ayer. Buscando otras voces me instalo en una butaca
del CELARG. El colectivo Paz en Movimiento ofrece un foro donde se ventilan
ideas para negociar el conflicto. Salvavidas en la marejada, las ideas permiten
ver el bosque más allá del matorral. Se habla de negociar, de la paz, de buscar
intereses comunes en lugar de defender posiciones, de lo importante que resulta
en estos días preguntarse ¿cómo fue que llegamos aquí? La sala está llena de
gente que no se conforma con los estereotipos, la polarización, la manipulación.
Caraqueños de nacimiento o en tránsito que buscan claves para desentrabar esta
maquinaria maltrecha que nos tritura la calma.
A media mañana me convenzo de no
estar solo. Que somos muchos los desvelados, los que aspiramos a ver más allá de
la inmediatez, los que ante el vértigo de los hechos insistimos en indagar en
las raíces de las razones. ¿Cuál de todos estos idearios de país, de todas estas
personas que habitan en esas ideas, en las calles, en los medios, es finalmente
el fiel reflejo de la realidad? La respuesta común de los ponentes es que todos
tienen su cuota de razón, su derecho a existir y a actuar. Que negar al otro, y
las causas del conflicto, es fertilizar el terreno para una guerra donde todos
perderemos. Como le sucede a tantos, llega el mediodía y le he dado una vuelta
completa a la montaña rusa de las emociones. Llego a la estación, dispuesto a
jugar mi parte. Otro día en la radio. Otro día en la ciudad. Entrego tarde mi
columna, escucho noticias que aterran, los productores corren de un lado a otro
con informaciones. Me siento detrás del micrófono y trato en pararme en algún
lugar. ¿Dónde? En el lugar que dicte mi conciencia, mi responsabilidad, mi
ética. Quizás no sea suficiente en estos tiempos que corren.
Esta noche unos amigos me han
invitado a cenar, la condición, el que insista en hablar de política lavará los
platos. Parte del proceso, ando encrispado, como le sucede a tantos en esta
ciudad.
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