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Marlon Brando, el mito de un artista excepcional 
por Roberto Palmitesta


 

        En abril la llamada ‘leyenda obesa’ de Hollywood se tornó octogenario y celebró medio siglo de su primer Oscar, mientras prepara tranquilamente sus funerales y arregla su herencia para dejar su isla tropical en buenas manos..

            Este polémico actor celebró en abril dos aniversarios trascendentes: cumplió 80 años y festejó medio siglo del Oscar que lo consagró como el mejor actor de 1954. Nacido de una familia de inmigrantes holandeses de apellido Brandeis, Marlon Brando se convirtió en un icono inmortal de Hollywood, no tanto por su escasa filmografía – 40 filmes desde 1947, muchos de poca valía- sino por su constante rebeldía y notable influencia sobre otros jóvenes actores, que siguieron su ejemplo de actuación natural, espontánea e intensa, apartándose de los acartonados métodos teatrales que predominaban en el primer medio siglo del cine. Así, Brando se encuentra entre los actores más audaces e importantes de la posguerra, al haber popularizado un método de actuación ideado por el ruso Constantin Stanislavski y enseñado por el judío-americano Lee Strasberg, en el mítico Actor’s Studio de Nueva York (que fundara junto con Elia Kazan) por donde han pasado luminarias como Dean, Newman, Pacino, Hoffman, Poitier, Caan, Rourke, Nolte y De Niro, para nombrar sólo los colegas masculinos que trataron de imitar su estilo.

         Después de trabajar unos años en Broadway, Brando dio su primera prueba del talento fílmico en una obra de Stanley Kramer, “Los hombres”, pero no como un héroe romántico sino como un atribulado soldado parapléjico, rol por el que recibió su primera nominación al Oscar en 1950. Impresionado por su logro, el laureado director Elia Kazan lo escogió en seguida para su versión de la famosa obra teatral de Tennessee Williams “Un tranvía llamado deseo”, donde Brando fue nominado nuevamente, junto a Vivien Leigh, Karl Malden y Kim Hunter, pero en esa ocasión los tres compañeros de elenco recibieron la codiciada estatuilla mientras él fue ignorado otra vez, perdiendo ante el legendario Humphrey Bogart. Lo mismo pasó con otra cinta de Kazan, “Viva Zapata!”, que le dio en 1952 un Oscar a Anthony Quinn, pero excluyó injustamente a Brando, aunque su actuación fue realmente excepcional y él mismo la considera como su mejor trabajo. El año siguiente lo vimos como un motociclista rebelde –imagen que siempre lo ha caracterizado- en “El salvaje”, filme que hizo suspirar a muchas fanáticas, siendo postulado nuevamente pero no premiado para el Oscar. Ese mismo año interpretó a Marco Antonio en la versión fílmica del “Julio César” de Shakespeare, pero fue opacado por un reparto lleno de estrellas de la MGM. Finalmente, en abril de 1954 recibió su ansiado galardón, al encarnar magistralmente al estibador corrupto que se redime en “Nido de ratas” (On the waterfront), un filme dirigido por su mentor Elia Kazan que ganó un total de ocho Oscares.

Años de declinación y desorden

La década de los 50 fue decisiva para Brando, ya que en 1958 fue nominado una vez más por “Sayonara”, pero esa fue su última actuación importante en mucho tiempo, entrando en una etapa de declinación por una mala selección de roles, donde estuvo el de Napoleón en “Desirée”, el de un tahúr de mala vida en la comedia musical “Ellos y Ellas”, un desadaptado junto a Anna Magnani el “El hombre de la piel de víbora”, un oficial nazi en “Los jóvenes leones” y finalmente el del oficial británico que se rebela contra un capitán despótico en “Motín en el Bounty”, costosa producción filmada en Tahití que el actor retrasó con su indisciplina en escena y cambios de libreto, percances que la hicieron exceder del presupuesto y causarle pérdidas a sus inversionistas.

Esta película marcó a Brando de por vida, pues no sólo le dio una pésima reputación entre los productores, sino que le causó una fascinación por los mares del sur y lo motivó a comprar una diminuta isla del atolón de Tahití, donde se aleja a menudo del mundo refugiándose en un lujoso palacete. Allí se casó con la actriz tahitiana Terita, quien hiciera el papel de la compañera del oficial Christian en la isla Pitcairn, en el citado filme. En honor de este personaje, bautizó con el nombre de Christian al hijo que tuvo con ella, quien –de adulto- estuvo preso 5 años por el asesinato del novio de su hermana Cheyenne, la cual a su vez cometió suicidio después de un abuso de drogas. Durante su desordenada vida sentimental, Brando tuvo un total de 11 hijos con sus parejas, que incluyeron tres esposas, una concubina guatemalteca (que lo demandó por $100 millones) y varias amantes. Curiosamente, todas sus mujeres fueron extranjeras, algo que reafirma su gusto por lo exótico.

De nuevo en la palestra

 Su decaída carrera fue repotenciada inesperadamente en 1972, cuando Francis Ford Coppola lo escogió –después de una humillante prueba de casting - para el papel del capo mafioso Don Corleone en “El padrino”, que se convirtió en una de las cintas más elogiadas por la crítica, al ocupar el puesto No. 2 en la lista de honor del siglo XX de el AFI, la Cinemateca estadounidense. El mismo personaje fue escogido como el más recordado de la historia del cine, en una encuesta de cinéfilos realizado por la revista Premiére. Sin embargo, aunque Brando fue premiado con otro Oscar por ese trabajo, no quiso recibir la estatuilla en la ceremonia anual y envió a una artista latina vestida de india Cheyenne, a rechazarla en su nombre, para protestar contra el tradicional maltrato gubernamental a las etnias indias en Norteamérica. Para entonces, ya despreciaba públicamente su profesión, al calificarla de “inútil e infantil”. Su fama de rebelde anti-establishment llevó a Bernardo Bertolucci a escogerlo para la polémica cinta “El último tango en París”, que fue prohibida en muchas partes por su fuerte contenido sexual. “Ningún otro actor hubiera interpretado ese papel con tanta sinceridad e intensidad”, diría luego Bertolucci.

El mismo Coppola le volvería a dar en 1978 otro importante rol en una famosa obra con mensaje pacifista, “Apocalipsis ahora”, donde Brando apareció sólo al final y por pocos minutos, pero era el gancho del filme ante la escasa atracción de taquilla de actores clave como Martín Sheen y Robert Duvall. Un arreglo similar funcionó en “Superman, la película” donde actuó durante diez minutos como el padre del mítico héroe, pero su nombre se destacaba en las marquesinas y recibió más dinero que el protagonista Christopher Reeve. Apareció brevemente en otras cintas, prestando su fama para llevar público a la taquilla, como en “La fórmula” (como un magnate inescrupuloso), en “Cristóbal Colón, el descubrimiento” (como Torquemada) y luego en “El novato” (The freshman), donde incluso hace una parodia de su conocido personaje mafioso, Don Corleone. No fue hasta 1996  que aceptó nuevamente un rol protagónico, como el psiquiatra de Johnny Depp en “Don Juan de Marco”, donde -contagiado por el romanticismo del personaje- se dio el gusto de revolcarse en la cama con Faye Dunaway, aún exhibiendo un notable sobrepeso.  

Una caricatura de sí mismo

La figura del excéntrico y temperamental actor ya era muy distinta al esbelto amante de los años 50, cuando electrizaba a los públicos femeninos con su “magnetismo animal” y se ganó el título del actor más sensual de la pantalla. Las tragedias familiares de los años 80 y los reveses financieros lo llevaron a comer en forma impulsiva y a aumentar de peso hasta superar los 120 kilos, convirtiéndose en una caricatura grotesca del apuesto galán de antaño.  En su séptima década de vida, siguió siendo solicitado por añadir la fama de su nombre a elencos mediocres, aún a sabiendas que su temperamento caprichoso causaría tropiezos a cualquier producción. En esa época, confesó que no actuaba por amor al arte, sino por la generosa paga, que está en el orden de los $ 3 millones por una corta aparición.

En su más reciente filme, “Arreglo de cuentas” (The score). con su admirador Robert De Niro en el rol principal, se rehusó a aceptar al director Frank Oz  y –para evitar fricciones-  otro profesional debía reemplazarlo al filmar las cortas escenas con Brando, un capricho sólo perdonable a un actor de su estatura. En otro caso célebre, Brando vetó en el elenco de “El padrino” a Burt Reynolds, el actor más taquillero del momento, prefiriendo a James Caan, una imposición que Coppola aceptó a regañadientes aunque el olfato de Brando resultó correcto. 

En lo personal, Brando siempre fue bastante perezoso y nunca le gustó ensayar o memorizar diálogos, prefiriendo improvisar, contrariando así a directores y guionistas. Desde los años 80 lo obligan a usar “chuletas” ocultas en escena, o más recientemente, un receptor radial en su oreja, donde un apuntador le lee los diálogos y le da instrucciones para compensar su mala memoria. Sin embargo, ahora éstas son comprensibles gajes del oficio debido a su edad, sin afectar su mérito de ser uno de los actores vivientes más destacados del siglo.  Imprima el artículo Subir Página