En
abril la llamada ‘leyenda obesa’ de Hollywood se tornó octogenario
y celebró medio siglo de su primer Oscar, mientras prepara
tranquilamente sus funerales y arregla su herencia para dejar su
isla tropical en buenas manos..
Este
polémico actor celebró en abril dos aniversarios trascendentes:
cumplió 80 años y festejó medio siglo del Oscar que lo consagró
como el mejor actor de 1954. Nacido de una familia de inmigrantes
holandeses de apellido Brandeis, Marlon Brando se convirtió en un
icono inmortal de Hollywood, no tanto por su escasa filmografía –
40 filmes desde 1947, muchos de poca valía- sino por su constante
rebeldía y notable influencia sobre otros jóvenes actores, que
siguieron su ejemplo de actuación natural, espontánea e intensa,
apartándose de los acartonados métodos teatrales que predominaban
en el primer medio siglo del cine. Así, Brando se encuentra entre
los actores más audaces e importantes de la posguerra, al haber
popularizado un método de actuación ideado por el ruso Constantin
Stanislavski y enseñado por el judío-americano Lee Strasberg, en
el mítico Actor’s Studio de Nueva York (que fundara junto con Elia
Kazan) por donde han pasado luminarias como Dean, Newman, Pacino,
Hoffman, Poitier, Caan, Rourke, Nolte y De Niro, para nombrar sólo
los colegas masculinos que trataron de imitar su estilo.
Después de
trabajar unos años en Broadway, Brando dio su primera prueba del
talento fílmico en una obra de Stanley Kramer, “Los hombres”, pero
no como un héroe romántico sino como un atribulado soldado
parapléjico, rol por el que recibió su primera nominación al Oscar
en 1950. Impresionado por su logro, el laureado director Elia
Kazan lo escogió en seguida para su versión de la famosa obra
teatral de Tennessee Williams “Un tranvía llamado deseo”, donde
Brando fue nominado nuevamente, junto a Vivien Leigh, Karl Malden
y Kim Hunter, pero en esa ocasión los tres compañeros de elenco
recibieron la codiciada estatuilla mientras él fue ignorado otra
vez, perdiendo ante el legendario Humphrey Bogart. Lo mismo pasó
con otra cinta de Kazan, “Viva Zapata!”, que le dio en 1952 un
Oscar a Anthony Quinn, pero excluyó injustamente a Brando, aunque
su actuación fue realmente excepcional y él mismo la considera
como su mejor trabajo. El año siguiente lo vimos como un
motociclista rebelde –imagen que siempre lo ha caracterizado- en
“El salvaje”, filme que hizo suspirar a muchas fanáticas, siendo
postulado nuevamente pero no premiado para el Oscar. Ese mismo año
interpretó a Marco Antonio en la versión fílmica del “Julio César”
de Shakespeare, pero fue opacado por un reparto lleno de estrellas
de la MGM. Finalmente, en abril de 1954 recibió su ansiado
galardón, al encarnar magistralmente al estibador corrupto que se
redime en “Nido de ratas” (On the waterfront), un filme dirigido
por su mentor Elia Kazan que ganó un total de ocho Oscares.
Años de declinación y
desorden
La década de los 50
fue decisiva para Brando, ya que en 1958 fue nominado una vez más
por “Sayonara”, pero esa fue su última actuación importante en
mucho tiempo, entrando en una etapa de declinación por una mala
selección de roles, donde estuvo el de Napoleón en “Desirée”, el
de un tahúr de mala vida en la comedia musical “Ellos y Ellas”, un
desadaptado junto a Anna Magnani el “El hombre de la piel de
víbora”, un oficial nazi en “Los jóvenes leones” y finalmente el
del oficial británico que se rebela contra un capitán despótico en
“Motín en el Bounty”, costosa producción
filmada en Tahití que el actor retrasó con su indisciplina en
escena y cambios de libreto, percances que la hicieron exceder del
presupuesto y causarle pérdidas a sus inversionistas.
Esta película marcó a
Brando de por vida, pues no sólo le dio una pésima reputación
entre los productores, sino que le causó una fascinación por los
mares del sur y lo motivó a comprar una diminuta isla del atolón
de Tahití, donde se aleja a menudo del mundo refugiándose en un
lujoso palacete. Allí se casó con la actriz tahitiana Terita,
quien hiciera el papel de la compañera del oficial Christian en la
isla Pitcairn, en el citado filme. En honor de este personaje,
bautizó con el nombre de Christian al hijo que tuvo con ella,
quien –de adulto- estuvo preso 5 años por el asesinato del novio
de su hermana Cheyenne, la cual a su vez cometió suicidio después
de un abuso de drogas. Durante su desordenada vida sentimental,
Brando tuvo un total de 11 hijos con sus parejas, que incluyeron
tres esposas, una concubina guatemalteca (que lo demandó por $100
millones) y varias amantes. Curiosamente, todas sus mujeres fueron
extranjeras, algo que reafirma su gusto por lo exótico.
De nuevo en la palestra
Su decaída carrera
fue repotenciada inesperadamente en 1972, cuando Francis Ford
Coppola lo escogió –después de una humillante prueba de casting -
para el papel del capo mafioso Don Corleone en “El padrino”, que
se convirtió en una de las cintas más elogiadas por la crítica, al
ocupar el puesto No. 2 en la lista de honor del siglo XX de el AFI,
la Cinemateca
estadounidense. El mismo personaje fue escogido como el más
recordado de la historia del cine, en una encuesta de cinéfilos
realizado por la revista Premiére. Sin embargo, aunque Brando fue
premiado con otro Oscar por ese trabajo, no quiso recibir la
estatuilla en la ceremonia anual y envió a una artista latina
vestida de india Cheyenne, a rechazarla en su nombre, para
protestar contra el tradicional maltrato gubernamental a las
etnias indias en Norteamérica. Para entonces, ya despreciaba
públicamente su profesión, al calificarla de “inútil e infantil”.
Su fama de rebelde anti-establishment llevó a Bernardo Bertolucci
a escogerlo para la polémica cinta “El último tango en París”, que
fue prohibida en muchas partes por su fuerte contenido sexual.
“Ningún otro actor hubiera interpretado ese papel con tanta
sinceridad e intensidad”, diría luego Bertolucci.
El mismo Coppola le
volvería a dar en 1978 otro importante rol en una famosa obra con
mensaje pacifista, “Apocalipsis ahora”, donde Brando apareció sólo
al final y por pocos minutos, pero era el gancho del filme ante la
escasa atracción de taquilla de actores clave como Martín Sheen y
Robert Duvall. Un arreglo similar funcionó en “Superman, la
película” donde actuó durante diez minutos como el padre del
mítico héroe, pero su nombre se destacaba en las marquesinas y
recibió más dinero que el protagonista Christopher Reeve. Apareció
brevemente en otras cintas, prestando su fama para llevar público
a la taquilla, como en “La fórmula” (como un magnate
inescrupuloso), en “Cristóbal Colón, el descubrimiento” (como
Torquemada) y luego en “El novato” (The freshman), donde incluso
hace una parodia de su conocido personaje mafioso, Don Corleone.
No fue hasta 1996 que aceptó nuevamente un rol protagónico, como
el psiquiatra de Johnny Depp en “Don Juan de Marco”, donde
-contagiado por el romanticismo del personaje- se dio el gusto de
revolcarse en la cama con Faye Dunaway, aún exhibiendo un notable
sobrepeso.
Una caricatura de sí
mismo
La figura del
excéntrico y temperamental actor ya era muy distinta al esbelto
amante de los años 50, cuando electrizaba a los públicos femeninos
con su “magnetismo animal” y se ganó el título
del actor más sensual de la pantalla. Las tragedias familiares de
los años 80 y los reveses financieros lo llevaron a comer en forma
impulsiva y a aumentar de peso hasta superar los 120 kilos,
convirtiéndose en una caricatura grotesca del apuesto galán de
antaño. En su séptima década de vida, siguió siendo solicitado
por añadir la fama de su nombre a elencos mediocres, aún a
sabiendas que su temperamento caprichoso causaría tropiezos a
cualquier producción. En esa época, confesó que no actuaba por
amor al arte, sino por la generosa paga, que está en el orden de
los $ 3 millones por una corta aparición.
En su más reciente
filme, “Arreglo de cuentas” (The score). con su admirador Robert
De Niro en el rol principal, se rehusó a aceptar al director Frank
Oz y –para evitar fricciones- otro profesional debía
reemplazarlo al filmar las cortas escenas con Brando, un capricho
sólo perdonable a un actor de su estatura. En otro caso célebre,
Brando vetó en el elenco de “El padrino” a Burt Reynolds, el actor
más taquillero del momento, prefiriendo a James Caan, una
imposición que Coppola aceptó a regañadientes aunque el olfato de
Brando resultó correcto.
En lo personal,
Brando siempre fue bastante perezoso y nunca le gustó ensayar o
memorizar diálogos, prefiriendo improvisar, contrariando así a
directores y guionistas. Desde los años 80 lo obligan a usar
“chuletas” ocultas en escena, o más recientemente, un receptor
radial en su oreja, donde un apuntador le lee los diálogos y le da
instrucciones para compensar su mala memoria. Sin embargo, ahora
éstas son comprensibles gajes del oficio debido a su edad, sin
afectar su mérito de ser uno de los actores vivientes más
destacados del siglo.
