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Liberarnos del idiolecto
por Beatriz Di Totto Blanco
domingo, 9 agosto 2009


“El lenguaje es la casa del hombre y el deber propio del hombre, su buena suerte, es ser el guardián de esta residencia, de esta morada.”
Martin Heidegger

 

A diferencia del dialecto, que es la forma de hablar de un grupo, y del idiotismo -distinto de la idiotez-, que se refiere a las formas particulares que tiene una lengua, la noción de ideolecto recoge la manera singular como habla una persona determinada. El idiolecto se distingue de las anteriores por su ruptura con un concepto básico en lingüística denominado arbitrariedad del signo, en virtud del cual el significado de las palabras es el producto de una convención adoptada por los hablantes, es decir, por los seres humanos, independientemente de que, con el paso del tiempo, el lenguaje, como cualquier fenómeno social, evolucione y experimente modificaciones.

La importancia de identificar el peligro que representa la entronización del idiolecto concebido como instrumento de dominación por parte de un gobernante es una preocupación del profesor Germán Flores Hernández. Su valiosa iniciativa de sembrar conciencia y desarrollar una cruzada en defensa del idioma, se está divulgando a través de una página publicada en su honor por sus ex-alumnos (entre los cuales me cuento) en la red social Facebook.

Respaldado por una sólida argumentación histórica, filosófica e, incluso, teológica, sostiene que “lo más importante que tiene un pueblo es su lengua”, etimológicamente definida como lo que aparta, lo que separa, lo que distingue. “Eso es lo que hace precisamente el idioma: caracteriza a un pueblo y a un grupo social de una manera más determinante que cualquier otra cosa, llámese raza, sangre, antropometría, nacionalidad, etc. Pero el idioma, no sólo es diferenciador e identificador, sino que es además el instrumento más importante de socialización, transmisor y conservador de valores propios y el elemento que revela mejor que ninguno la identidad nacional de cualquier país; por eso es más importante incluso que el territorio, la historia, el escudo, el himno y la bandera.”

Ciertamente, una idea no puede generarse sin el lenguaje como instrumento, no sólo para expresarla sino hasta para concebirla; por ello, la noción de pensamiento pre-verbal siempre se ha considerado absurda. Esta circunstancia es precisamente la que pone de manifiesto cuánto de malignidad existe en cualquier estrategia inspirada en la captura, manipulación y destrucción del lenguaje puesto que el objetivo real viene a ser la captura, manipulación y destrucción del grupo social que se relaciona a través de aquél. De Maistre, el filósofo, fue lapidario al afirmar que “toda degradación individual o nacional es anunciada en el acto por una degradación rigurosamente proporcional en el lenguaje”.

En Venezuela, después de diez años de un gobierno presidido con indudable vocación vitalicia, no podemos negar que las confiscaciones de los derechos de los ciudadanos han sido indetenibles, pero graduales, por las razones tácticas que ya todos conocemos. Curiosamente, en lo que no ha tenido paciencia ni ha querido dar tregua el presidente es en la imposición de su ideolecto, en el sentido más completo del término y en apego a la máxima “nombrar es poseer”. Las vertientes de este designio son desarrolladas cabalmente por el profesor Flores en el trabajo que mencioné. Viene al caso destacar la vertiente oral que se descompone en tres manifestaciones: la primera es la imposición de un nuevo nombre a todas las cosas; experiencia ya completamente asimilada por la ciudadanía y que abarca, como es sabido, la nueva denominación de la república, pasando por la de todos y cada uno de los poderes públicos, sin excepción, y la incorporación de la palabra “nueva” en las instituciones cuyo nombre no convenía cambiar (la “nueva” PDVSA, la “nueva” CANTV). La segunda es la dotación de un nuevo significado a las palabras ya existentes, tal como ocurrió con justicia, paz, tolerancia, seguridad, honestidad, soberano, cuyos condicionamientos interpretativos pueden llegar a diferir bastante del significado contenido en un diccionario de lengua castellana. La tercera manifestación es la creación de nuevas palabras o el maquillaje de las ya existentes, en un claro propósito de que la realidad que incomoda no sea percibida; es el caso de los damnificados y los niños de la calle, debidamente desplazados por los “dignificados” y por los niños de la “patria”, respectivamente.

¿Por qué no emprender, entonces, como plantea el profesor Flores, una defensa racional y sistemática del idioma? Podrían comenzarla los comunicadores sociales, los maestros y profesores, los líderes comunitarios, es decir, todos quienes tienen la oportunidad de transmitir ideas a varias personas simultáneamente. Intentar el simple ejercicio de expresarse sin la jerga, sin las contagiosas muletillas del ideolecto del presidente y en términos que siempre refuercen el significado genuino de las palabras y de las realidades, tendría un efecto liberador inmediato, que es oxígeno necesario para otros retos, el de la organización social, el de la participación ciudadana, el de la restauración de la democracia en el país.


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