“El lenguaje es
la casa del hombre y el deber propio del hombre, su buena
suerte, es ser el guardián de esta residencia, de esta
morada.”
Martin Heidegger
A diferencia del dialecto,
que es la forma de hablar de un grupo, y del idiotismo
-distinto de la idiotez-, que se refiere a las formas
particulares que tiene una lengua, la noción de ideolecto
recoge la manera singular como habla una persona
determinada. El idiolecto se distingue de las anteriores por
su ruptura con un concepto básico en lingüística denominado
arbitrariedad del signo, en virtud del cual el significado
de las palabras es el producto de una convención adoptada
por los hablantes, es decir, por los seres humanos,
independientemente de que, con el paso del tiempo, el
lenguaje, como cualquier fenómeno social, evolucione y
experimente modificaciones.
La importancia de identificar el peligro que representa la
entronización del idiolecto concebido como instrumento de
dominación por parte de un gobernante es una preocupación
del profesor Germán Flores Hernández. Su valiosa iniciativa
de sembrar conciencia y desarrollar una cruzada en defensa
del idioma, se está divulgando a través de una página
publicada en su honor por sus ex-alumnos (entre los cuales
me cuento) en la red social Facebook.
Respaldado por una sólida argumentación histórica,
filosófica e, incluso, teológica, sostiene que “lo más
importante que tiene un pueblo es su lengua”,
etimológicamente definida como lo que aparta, lo que separa,
lo que distingue. “Eso es lo que hace precisamente el
idioma: caracteriza a un pueblo y a un grupo social de una
manera más determinante que cualquier otra cosa, llámese
raza, sangre, antropometría, nacionalidad, etc. Pero el
idioma, no sólo es diferenciador e identificador, sino que
es además el instrumento más importante de socialización,
transmisor y conservador de valores propios y el elemento
que revela mejor que ninguno la identidad nacional de
cualquier país; por eso es más importante incluso que el
territorio, la historia, el escudo, el himno y la bandera.”
Ciertamente, una idea no puede generarse sin el lenguaje
como instrumento, no sólo para expresarla sino hasta para
concebirla; por ello, la noción de pensamiento pre-verbal
siempre se ha considerado absurda. Esta circunstancia es
precisamente la que pone de manifiesto cuánto de malignidad
existe en cualquier estrategia inspirada en la captura,
manipulación y destrucción del lenguaje puesto que el
objetivo real viene a ser la captura, manipulación y
destrucción del grupo social que se relaciona a través de
aquél. De Maistre, el filósofo, fue lapidario al afirmar que
“toda degradación individual o nacional es anunciada en el
acto por una degradación rigurosamente proporcional en el
lenguaje”.
En Venezuela, después de diez años de un gobierno presidido
con indudable vocación vitalicia, no podemos negar que las
confiscaciones de los derechos de los ciudadanos han sido
indetenibles, pero graduales, por las razones tácticas que
ya todos conocemos. Curiosamente, en lo que no ha tenido
paciencia ni ha querido dar tregua el presidente es en la
imposición de su ideolecto, en el sentido más completo del
término y en apego a la máxima “nombrar es poseer”. Las
vertientes de este designio son desarrolladas cabalmente por
el profesor Flores en el trabajo que mencioné. Viene al caso
destacar la vertiente oral que se descompone en tres
manifestaciones: la primera es la imposición de un nuevo
nombre a todas las cosas; experiencia ya completamente
asimilada por la ciudadanía y que abarca, como es sabido, la
nueva denominación de la república, pasando por la de todos
y cada uno de los poderes públicos, sin excepción, y la
incorporación de la palabra “nueva” en las instituciones
cuyo nombre no convenía cambiar (la “nueva” PDVSA, la
“nueva” CANTV). La segunda es la dotación de un nuevo
significado a las palabras ya existentes, tal como ocurrió
con justicia, paz, tolerancia, seguridad, honestidad,
soberano, cuyos condicionamientos interpretativos pueden
llegar a diferir bastante del significado contenido en un
diccionario de lengua castellana. La tercera manifestación
es la creación de nuevas palabras o el maquillaje de las ya
existentes, en un claro propósito de que la realidad que
incomoda no sea percibida; es el caso de los damnificados y
los niños de la calle, debidamente desplazados por los
“dignificados” y por los niños de la “patria”,
respectivamente.
¿Por qué no emprender, entonces, como plantea el profesor
Flores, una defensa racional y sistemática del idioma?
Podrían comenzarla los comunicadores sociales, los maestros
y profesores, los líderes comunitarios, es decir, todos
quienes tienen la oportunidad de transmitir ideas a varias
personas simultáneamente. Intentar el simple ejercicio de
expresarse sin la jerga, sin las contagiosas muletillas del
ideolecto del presidente y en términos que siempre refuercen
el significado genuino de las palabras y de las realidades,
tendría un efecto liberador inmediato, que es oxígeno
necesario para otros retos, el de la organización social, el
de la participación ciudadana, el de la restauración de la
democracia en el país.