La
pregunta no es ociosa.
La nueva doctrina militar venezolana no busca fortalecer el
desarrollo de la Fuerza Armada Nacional de acuerdo con los
esquemas convencionales que sirven de fundamento a los ejércitos
regulares de todo el mundo, sino crear un nuevo ejército,
revolucionario, capacitado para la guerra irregular. Según le
declaró el general Melvin López Hidalgo a Berenice Gómez en
entrevista exclusiva para Últimas Noticias hace una semana,
“tendremos funcionando, en menos de un año, una Reserva Popular,
la cual llamo Reserva Nacional, integrada por casi un millón de
personas entrenadas para la guerra de cuarta generación o
asimétrica en el uso de armamento y en lo que sea necesario para
defender el país de una posible invasión de los Estados Unidos”.
¿Será posible que allá, en las remotas alturas del poder, el
presidente Hugo Chávez y sus principales colaboradores militares
piensen realmente que en Washington se contemple la opción de
repetir en Venezuela la aventura bélica de la invasión a Irak?
Lo dudo. En este punto de la historia, y teniendo en cuenta que
América Latina no es el Medio Oriente ni Venezuela es Haití,
nadie en su sano juicio se atrevería a considerar semejante
conjetura. Ahora bien, si la hipótesis de una guerra contra
Estados Unidos es falsa, ¿cuál es el verdadero propósito que se
persigue a la hora de organizar una fuerza militar al margen de
los componentes y de la cadena de mandos de la FAN?
Ejército y revolución
Para Lenin, la cuestión era sencilla. El concepto marxista del
Estado como dictadura de una clase sobre otra, exigía la
presencia de un ejército encargado de imponer y defender la
hegemonía de la clase dominante.
La única garantía de supervivencia de la revolución era la
sustitución, no sólo del viejo régimen por un nuevo ordenamiento
jurídico, en este caso el socialista, sino la destrucción del
antiguo ejército por otro, comprometido ideológicamente con el
naciente sistema político. Trostki fue el encargado de organizar
el ejército rojo. La guerra civil se ocupó del resto.
Desde entonces, donde quiera que el socialismo ha llegado al
poder, en cada caso con sus propias especificidades, se repitió
con éxito la experiencia bolchevique.
En China, por ejemplo, o en los países de Europa oriental,
“liberados” de la ocupación nazi por el ejército rojo. El caso
cubano fue más directo. La victoria de Fidel Castro fue militar,
y el desmoralizado ejército del dictador Batista sencillamente
se disolvió en la madrugada del 1º de enero de 1959, sin pena y
sin gloria, para dejarle su sitio al ejército rebelde. Por otra
parte, el trágico final de Salvador Allende en septiembre de
1973 corroboró la imposibilidad de avanzar por el sendero del
socialismo si se dejaba con vida y con todo el poder de sus
armas a unas fuerzas militares comprometidas con los intereses
políticos y económicos del pasado. En otras palabras, el
desenlace del ensayo chileno demostró que en el ámbito de la
lucha revolucionaria, la teoría leninista sobre la creación de
un ejército revolucionario era una necesidad práctica
irrefutable.
Nadie sabe qué habría ocurrido con las fuerzas armadas
venezolanas de haber triunfado Chávez en su intentona golpista
del 4 de febrero de 1992. Sí sabemos, sin embargo, que el origen
electoral y democrático de su ascenso al poder en 1999 lo obligó
a convivir con un estamento militar contaminado por la
influencia norteamericana y por 40 años de democracia
representativa.
Por eso, una de las misiones que Chávez le encargó a su primer
ministro de la Defensa, el general Raúl Salazar, fue la de
realizar una discreta depuración en el seno de la institución
castrense. Años más tarde, tras el trauma del 11 de abril,
Chávez comprendió la gravedad del peligro y utilizó el episodio
como pretexto para llevar a cabo una purga, esta vez sistemática
y sin contemplaciones, a fondo, del cuerpo de oficiales de los
cuatro componentes de la FAN.
Condones de usar y tirar, los llamó entonces en cadena de radio
y televisión. Esa suerte de purificación revolucionaria no ha
cesado desde entonces, pero el estado general de sospecha, como
diría Eliézer Otaiza, permanece intacto. ¿Hasta qué extremo
puede el régimen dar su gran salto adelante si no ejerce por
completo el monopolio de las armas?
Hacia la militarización
El análisis inicial de la situación generada por el rápido
proceso de organizar esta Reserva Nacional nos lleva a la
conclusión de que Chávez trata de montar un ejército paralelo al
ejército regular. El propio López Hidalgo, aunque advirtió en
sus declaraciones que “no será una milicia paralela”, resumió
con claridad sus características más inquietantes. En primer
lugar señaló que había que diferenciarla de la reserva ya
constituida en el marco de la FAN. Esta “será la reserva
estratégica, no dependerá de la FAN, no operará dentro de ella,
será del país, regada por todo el territorio y se entrenará y
actuará en donde viven y trabajan los reservistas, en los pozos
petroleros, en la CVG, en la petroquímica, para defenderlos o
destruirlos en caso de invasión”.
Un país militarizado, pues.
Esta ha sido una de las características más importantes del
régimen, la incorporación de oficiales activos o retirados a la
función pública. A medida que han pasado los años, más militares
son ministros, gobernadores, funcionarios de muy elevado nivel,
incluso magistrados del Tribunal Supremo de Justicia. En
definitiva, Chávez, como militar, sólo confía en sus compañeros
de partido. Es decir, en militares como él. Un rasgo que se notó
desde el 4 de febrero, cuando en el último instante se negó a
integrar al alzamiento, como había convenido, a un grupo de
civiles encabezados por Pablo Medina, Alí Rodríguez Araque y
Douglas Bravo. Como si a los demás fragmentos en que ha
fracturado a la sociedad venezolana, siempre hubiera tenido
presente la intención de dividir el mundo civil del militar.
De modo que cuando Chávez y sus más importantes portavoces
insisten en el fortalecimiento de la unión cívico militar como
eje central de la revolución, a uno no le queda más remedio que
preguntarse si esta reserva que seguramente será el componente
principal en el desfile del próximo 5 de julio, en lugar de
profundizar esa unión en verdad persigue el objetivo contrario:
militarizar a la sociedad civil con un propósito todavía
impreciso y misterioso. En definitiva, la visión que Chávez
tiene del mundo lo reduce a los angostos límites de la vida en
un cuartel.
Lo que además sí queda claro, tanto por las reiteradas
explicaciones de Chávez, como por la que acaba de dar López
Hidalgo en su condición de secretario del Consejo Nacional de
Seguridad y Defensa de la Nación, es que las armas, al menos
buena parte de ellas por ahora, estarán bajo control directo de
Chávez y “serán para defendernos”.
Ninguno de los dos ha aclarado, sin embargo, contra quién.
¿Contra el ejército de Estados Unidos? ¡Por favor!
Armas, ¿para qué?
Dentro de este esquema de defensa integral y movilización de la
nación contra un enemigo externo inexistente, no porque a
Estados Unidos le falte las ganas sino porque resulta un
imposible político caer en esa tentación, sólo restan dos
enemigos probables, no de la nación, sino de Chávez y de su
revolución. O sea, para defender al régimen, no a Venezuela, de
la presencia de grandes masas de ciudadanos en las calles, o de
la rebelión de algunas unidades de la FAN. En otras palabras,
que Chávez duda, y él tendrá sus razones para hacerlo, que ante
eventualidades de estas magnitudes, las tropas supuestamente
leales a su gobierno asuman la responsabilidad de actuar
militarmente en contra de los ciudadanos o de sus compañeros de
armas.
De acuerdo con esta interpretación radical de la política
venezolana, para lo que en verdad se prepara el régimen es para
una confrontación militar interna. O sea, para una guerra civil,
en sus múltiples variantes posibles. Y estas reservas
estratégicas, populares o nacionales, como prefieran
calificarlas sus promotores, cumplirán idénticas funciones que
las milicias cubanas. Espiar e informar de cualquier expresión
de disidencia individual, pues no basta haberle cerrado las
puertas de la administración pública y de las empresas del
Estado a los venezolanos que tuvieron la audacia de firmar la
solicitud de convocar un referéndum revocatorio de Chávez.
Actuar como brigadas de acción rápida contra cualquier
manifestación de protesta ciudadana. Defender las instalaciones
de actividades que vayan más allá de la simple protesta, como la
huelga petrolera de diciembre 2002 y enero 2003. Destruirlas si
se presenta la circunstancia de una ocupación por parte de los
enemigos de la revolución. Tomar, en fin, las armas para
enfrentar y reprimir grandes manifestaciones de calle, y hasta
para combatir a efectivos militares que se rebelen contra la
revolución. Llegado el caso de un derrocamiento de Chávez,
estarían en condiciones de reorganizarse en la forma de un
ejército guerrillero capaz de hostigar y hacer resistencia
armada a un nuevo régimen contrarrevolucionario que llegue a
tomar el poder.
Para esto y para nada más sirve la carrera armamentista del
régimen.
Estos parecen ser los planes, sin duda estratégicos, que se han
elaborado para este millón de hombres y mujeres que dentro de un
año habrán arropado a la FAN y a la sociedad civil. Un
formidable aparato cívico militar con el que Chávez aspira,
elecciones de diciembre de 2006 mediante, a perpetuarse en el
poder hasta el año 2021 o más allá. Ante los ojos de una
dirigencia política de oposición que sólo sueña con el
infructuoso espejismo electoralista, mezquinamente obsesionados
por la búsqueda de esos espacios que representan algunos cargos
de concejal o unos puestos en las juntas parroquiales. Así de
simple y fácil se le presenta a Chávez el futuro de su
revolución armada. ¿O no?
(*)
El Nacional, edición del lunes 28 marzo 2005
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