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Contra esto y aquéllo
¿Guerra asimétrica o guerra civil?
por Armando Durán
El Nacional, lunes 28 marzo 2005

 

La pregunta no es ociosa.

La nueva doctrina militar venezolana no busca fortalecer el desarrollo de la Fuerza Armada Nacional de acuerdo con los esquemas convencionales que sirven de fundamento a los ejércitos regulares de todo el mundo, sino crear un nuevo ejército, revolucionario, capacitado para la guerra irregular. Según le declaró el general Melvin López Hidalgo a Berenice Gómez en entrevista exclusiva para Últimas Noticias hace una semana, “tendremos funcionando, en menos de un año, una Reserva Popular, la cual llamo Reserva Nacional, integrada por casi un millón de personas entrenadas para la guerra de cuarta generación o asimétrica en el uso de armamento y en lo que sea necesario para defender el país de una posible invasión de los Estados Unidos”.

¿Será posible que allá, en las remotas alturas del poder, el presidente Hugo Chávez y sus principales colaboradores militares piensen realmente que en Washington se contemple la opción de repetir en Venezuela la aventura bélica de la invasión a Irak? Lo dudo. En este punto de la historia, y teniendo en cuenta que América Latina no es el Medio Oriente ni Venezuela es Haití, nadie en su sano juicio se atrevería a considerar semejante conjetura. Ahora bien, si la hipótesis de una guerra contra Estados Unidos es falsa, ¿cuál es el verdadero propósito que se persigue a la hora de organizar una fuerza militar al margen de los componentes y de la cadena de mandos de la FAN?

Ejército y revolución

Para Lenin, la cuestión era sencilla. El concepto marxista del Estado como dictadura de una clase sobre otra, exigía la presencia de un ejército encargado de imponer y defender la hegemonía de la clase dominante.

La única garantía de supervivencia de la revolución era la sustitución, no sólo del viejo régimen por un nuevo ordenamiento jurídico, en este caso el socialista, sino la destrucción del antiguo ejército por otro, comprometido ideológicamente con el naciente sistema político. Trostki fue el encargado de organizar el ejército rojo. La guerra civil se ocupó del resto.

Desde entonces, donde quiera que el socialismo ha llegado al poder, en cada caso con sus propias especificidades, se repitió con éxito la experiencia bolchevique.

En China, por ejemplo, o en los países de Europa oriental, “liberados” de la ocupación nazi por el ejército rojo. El caso cubano fue más directo. La victoria de Fidel Castro fue militar, y el desmoralizado ejército del dictador Batista sencillamente se disolvió en la madrugada del 1º de enero de 1959, sin pena y sin gloria, para dejarle su sitio al ejército rebelde. Por otra parte, el trágico final de Salvador Allende en septiembre de 1973 corroboró la imposibilidad de avanzar por el sendero del socialismo si se dejaba con vida y con todo el poder de sus armas a unas fuerzas militares comprometidas con los intereses políticos y económicos del pasado. En otras palabras, el desenlace del ensayo chileno demostró que en el ámbito de la lucha revolucionaria, la teoría leninista sobre la creación de un ejército revolucionario era una necesidad práctica irrefutable.

Nadie sabe qué habría ocurrido con las fuerzas armadas venezolanas de haber triunfado Chávez en su intentona golpista del 4 de febrero de 1992. Sí sabemos, sin embargo, que el origen electoral y democrático de su ascenso al poder en 1999 lo obligó a convivir con un estamento militar contaminado por la influencia norteamericana y por 40 años de democracia representativa.

Por eso, una de las misiones que Chávez le encargó a su primer ministro de la Defensa, el general Raúl Salazar, fue la de realizar una discreta depuración en el seno de la institución castrense. Años más tarde, tras el trauma del 11 de abril, Chávez comprendió la gravedad del peligro y utilizó el episodio como pretexto para llevar a cabo una purga, esta vez sistemática y sin contemplaciones, a fondo, del cuerpo de oficiales de los cuatro componentes de la FAN.

Condones de usar y tirar, los llamó entonces en cadena de radio y televisión. Esa suerte de purificación revolucionaria no ha cesado desde entonces, pero el estado general de sospecha, como diría Eliézer Otaiza, permanece intacto. ¿Hasta qué extremo puede el régimen dar su gran salto adelante si no ejerce por completo el monopolio de las armas?

Hacia la militarización

El análisis inicial de la situación generada por el rápido proceso de organizar esta Reserva Nacional nos lleva a la conclusión de que Chávez trata de montar un ejército paralelo al ejército regular. El propio López Hidalgo, aunque advirtió en sus declaraciones que “no será una milicia paralela”, resumió con claridad sus características más inquietantes. En primer lugar señaló que había que diferenciarla de la reserva ya constituida en el marco de la FAN. Esta “será la reserva estratégica, no dependerá de la FAN, no operará dentro de ella, será del país, regada por todo el territorio y se entrenará y actuará en donde viven y trabajan los reservistas, en los pozos petroleros, en la CVG, en la petroquímica, para defenderlos o destruirlos en caso de invasión”.

Un país militarizado, pues.

Esta ha sido una de las características más importantes del régimen, la incorporación de oficiales activos o retirados a la función pública. A medida que han pasado los años, más militares son ministros, gobernadores, funcionarios de muy elevado nivel, incluso magistrados del Tribunal Supremo de Justicia. En definitiva, Chávez, como militar, sólo confía en sus compañeros de partido. Es decir, en militares como él. Un rasgo que se notó desde el 4 de febrero, cuando en el último instante se negó a integrar al alzamiento, como había convenido, a un grupo de civiles encabezados por Pablo Medina, Alí Rodríguez Araque y Douglas Bravo. Como si a los demás fragmentos en que ha fracturado a la sociedad venezolana, siempre hubiera tenido presente la intención de dividir el mundo civil del militar.

De modo que cuando Chávez y sus más importantes portavoces insisten en el fortalecimiento de la unión cívico militar como eje central de la revolución, a uno no le queda más remedio que preguntarse si esta reserva que seguramente será el componente principal en el desfile del próximo 5 de julio, en lugar de profundizar esa unión en verdad persigue el objetivo contrario:
militarizar a la sociedad civil con un propósito todavía impreciso y misterioso. En definitiva, la visión que Chávez tiene del mundo lo reduce a los angostos límites de la vida en un cuartel.

Lo que además sí queda claro, tanto por las reiteradas explicaciones de Chávez, como por la que acaba de dar López Hidalgo en su condición de secretario del Consejo Nacional de Seguridad y Defensa de la Nación, es que las armas, al menos buena parte de ellas por ahora, estarán bajo control directo de Chávez y “serán para defendernos”.

Ninguno de los dos ha aclarado, sin embargo, contra quién. ¿Contra el ejército de Estados Unidos? ¡Por favor!

Armas, ¿para qué?

Dentro de este esquema de defensa integral y movilización de la nación contra un enemigo externo inexistente, no porque a Estados Unidos le falte las ganas sino porque resulta un imposible político caer en esa tentación, sólo restan dos enemigos probables, no de la nación, sino de Chávez y de su revolución. O sea, para defender al régimen, no a Venezuela, de la presencia de grandes masas de ciudadanos en las calles, o de la rebelión de algunas unidades de la FAN. En otras palabras, que Chávez duda, y él tendrá sus razones para hacerlo, que ante eventualidades de estas magnitudes, las tropas supuestamente leales a su gobierno asuman la responsabilidad de actuar militarmente en contra de los ciudadanos o de sus compañeros de armas.

De acuerdo con esta interpretación radical de la política venezolana, para lo que en verdad se prepara el régimen es para una confrontación militar interna. O sea, para una guerra civil, en sus múltiples variantes posibles. Y estas reservas estratégicas, populares o nacionales, como prefieran calificarlas sus promotores, cumplirán idénticas funciones que las milicias cubanas. Espiar e informar de cualquier expresión de disidencia individual, pues no basta haberle cerrado las puertas de la administración pública y de las empresas del Estado a los venezolanos que tuvieron la audacia de firmar la solicitud de convocar un referéndum revocatorio de Chávez. Actuar como brigadas de acción rápida contra cualquier manifestación de protesta ciudadana. Defender las instalaciones de actividades que vayan más allá de la simple protesta, como la huelga petrolera de diciembre 2002 y enero 2003. Destruirlas si se presenta la circunstancia de una ocupación por parte de los enemigos de la revolución. Tomar, en fin, las armas para enfrentar y reprimir grandes manifestaciones de calle, y hasta para combatir a efectivos militares que se rebelen contra la revolución. Llegado el caso de un derrocamiento de Chávez, estarían en condiciones de reorganizarse en la forma de un ejército guerrillero capaz de hostigar y hacer resistencia armada a un nuevo régimen contrarrevolucionario que llegue a tomar el poder.

Para esto y para nada más sirve la carrera armamentista del régimen.

Estos parecen ser los planes, sin duda estratégicos, que se han elaborado para este millón de hombres y mujeres que dentro de un año habrán arropado a la FAN y a la sociedad civil. Un formidable aparato cívico militar con el que Chávez aspira, elecciones de diciembre de 2006 mediante, a perpetuarse en el poder hasta el año 2021 o más allá. Ante los ojos de una dirigencia política de oposición que sólo sueña con el infructuoso espejismo electoralista, mezquinamente obsesionados por la búsqueda de esos espacios que representan algunos cargos de concejal o unos puestos en las juntas parroquiales. Así de simple y fácil se le presenta a Chávez el futuro de su revolución armada. ¿O no?

 

 

(*) El Nacional, edición del lunes 28 marzo 2005

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