A Armando Briquet
Tiene Chávez
una claridad admirable sobre la empresa que acomete desde
hace 14 años: dividir a los venezolanos en dos bandos,
usar uno de ellos, sometidos por el engaño, el encanto, la
corrupción o la dádiva, para declararle la guerra, vencer
y aniquilar al opuesto, aquel que se niega a rendírsele y
al que considera su enemigo mortal, haciendo tabula rasa
de las instituciones republicanas para sobre ese campo
arrasado montar una tiranía de corte totalitario. Para la
cual la ideología socialista y el modelo castrista le
sirven de perfecto enmascaramiento. Y la izquierda de
plataforma de combate. Exactamente como le sirviera a
Fidel Castro, bajo cuya seducción ha caído rendido y a
quien le ha regalado su alma, su partido, su ejército y su
Patria. Y a quien, según parece, está dispuesto a
sacrificarle su vida.
No lo mueve,
entendámonos, una ideología, un sistema de filosofía
política – el marxismo o cualquier otra – sino una
auténtica teología, o mejor dicho una contra teología:
siguiendo la enseñanza de Bakunin gritar a los cuatro
vientos que no acepta ni Dios ni Amo, convertir el Estado
en su iglesia, a los ciudadanos en feligresía y a él mismo
en su heresiarca. De allí su entendimiento visceral con el
talibanismo musulmán. La suya no es una actividad política
cualquiera: es una Yihad, una
guerra santa. Como la que creen estar librando Ahmanidejad
, Assad, Al Qaida, sus principales aliados, contra
Occidente.
Su última
declaración de principios ya estableció su precepto
cardinal: sólo los chavistas son venezolanos. El resto, a
juzgar por los procesos electorales últimos más de un 52%
de la población son herejes, apátridas. Y en una guerra
santa ya sabemos el destino que les espera a los herejes:
la hoguera, el garrote vil, la horca. O el simple
exterminio mediante la cámara de gas, como lo pusiera en
práctica su antecedente más glorioso, Adolfo Hitler, con
el pueblo que condenó al exterminio. Nada anhelará más
Hugo Chávez que una Endlösung,
una solución final.
Otra cosa muy
distinta es que ese proyecto de guerra santa la pueda
culminar con éxito, vista la tozudez de la mayoría en no
dejarse exterminar, en no permitirle el capricho de
desterrarse, pegarse una estrella de David en el pecho y
encerrarse en el gueto que tenga a bien destinarle. A lo
cual contribuye, además de un tenaz espíritu libertario,
la suprema incapacidad del gobierno que usurpa, en
absoluto comparable al eficaz gobierno hitleriano, que
asumió un país en ruinas, quebrado económicamente, con
seis millones de desempleados y lastrado por aterradores y
humillantes gravámenes de guerra para convertirlo seis
años después – la mitad del lapso que ha tardado el
autócrata en despilfarrar una fortuna y devastar la Nación
– en la primera potencia de Europa.
La comparación
no es caprichosa. Hitler inventó el expediente electoral
para asaltar el Poder por la puerta ancha de las
elecciones, comprendió - luego de fracasar su golpe de
Estado y pasar dos años en prisión - que un Estado moderno
no se lo conquista por medio de la violencia sino de los
votos, para lo cual había que apoderarse de la mayoría y
desde las alturas del poder legítimo deslegitimar la
democracia, perseguir y encarcelar o asesinar a los
demócratas y establecer la tiranía. Para conquistar luego
a sus vecinos y echar a andar el delirio de la conquista
planetaria.
Todo lo cual
debiera estar suficiente y meridianamente claro para la
víctima propiciatoria del delirio: más de la mitad de un
pueblo consciente, nosotros, los demócratas. Temo de
corazón que a esa claridad belicista, destructiva y
totalitaria del caudillo – el Führer – no corresponda en
nuestras élites políticas la existencia de una verdadera
teología política, capaz de comprender la cruzada que
debemos librar para derrotar a Chávez, desalojar del Poder
al chavismo y erradicar de suelo patrio la semilla del
odio, de la confrontación, del totalitarismo. Y establecer
en suelo venezolano – nuestro suelo - una nueva
Democracia. Libre de corrupción, de politiquería, de
irrespeto institucional, de injusticia. Una democracia
verdaderamente liberal y republicana, decente, respetuosa,
de sólidas bases y firmes convicciones morales. Que
combata los graves males que heredados del pasado la
ambición apocalíptica de Chávez llevara al paroxismo.
Que se me
entienda: una cosa es la táctica de apaciguamiento y
reconciliación, de reencuentro y entendimiento de todos
los venezolanos, que nuestro candidato lleva a cabo con
éxito, llenando de esperanzas al país, y otra muy distinta
la estrategia irrevocable que debe estar en su base:
derrotar existencial, ontológicamente, de una vez y para
siempre el mal del caudillismo, del militarismo, del
comunismo con el que se pretende pervertir el espíritu de
la Nación y hundirnos en una tiranía tan cruenta y longeva
como la cubana.
Y aquí
llegamos al quid del problema: no derrotaremos al chavismo
si no desmontamos la maquinaria de sometimiento electoral
que ha montado. Motor y esencia de su estrategia
totalitaria. Si no convencemos a las fuerzas armadas de la
responsabilidad histórica que le cabe en impedir se cometa
un fraude que dé al traste con nuestro esfuerzo por
recuperar Venezuela para los venezolanos y devolverles su
rol de garantes esenciales de la soberanía de nuestra, su
Patria. Si no conquistamos el corazón del pueblo para la
más justa, la más bella, la más ambiciosa de las causas:
volver a ser una gran Nación, libre, justa, próspera y
solidaria.
Hay un camino.
sanchez2000@cantv.net