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Chávez y María Corina ante la historia
por Antonio Sánchez García
 
lunes, 23 enero 2012


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Dos frases marcarán los quiebres más dramáticos de fines del siglo XX y comienzos del XXI de la historia venezolana. La primera de ellas es la insólita y soberbia arrogancia del "por ahora", la famosa frase pergeñada en esas horas clandestinas en que Chávez, alcahueteado por sus más altos jefes de la fuerza que le tolerara la felonía del golpe, preparó cuidadosamente el brevísimo discurso por cadena nacional y con rating asegurado en el mundo entero que esos mismos altos oficiales le dispensaran –contra las órdenes expresas del comandante en jefe Carlos Andrés Pérez– para hacer uso de esos segundos de oro que le entregaran en bandeja de plata los golpistas silentes que observaban detrás del cortinaje institucional para que anunciara urbi et orbe su programa de asalto al Poder.

Otra hubiera sido la historia de Venezuela si el entonces Ministro de Defensa, en vez de dejarse acompañar por uno de los conjurados y cómplice de la traición, hubiera obedecido la orden terminante de su comandante en jefe y en el patio del museo militar le hubiera arrancado de cuajo de su uniforme las distinciones de su rango y lo hubiera sometido por cadena nacional a la humillación que se merecía. Para luego esposarlo y enviarlo a las mazmorras de Fuerte Tiuna. Podrá decir misa: en los hechos fue fiel a su corporación, no al país. Como no existe explicación racional al extravío en que incurriera desobedeciendo las órdenes de su comandante en jefe, que no sean expresiones de pusilanimidad incompatibles con el ejercicio del cargo, quedará la duda de su racionalidad. ¿Coadyuvó consciente o inconscientemente al encumbramiento al Poder de su subordinado golpista? El resultado está a la vista: en lugar del merecido castigo, su autoridad le abrió los portones de la historia. Una afrenta que espera por la debida corrección.

 

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Ha corrido agua bajo los puentes. Y de la más turbia y cloacal especie: ese grupete uniformado que protagonizó o prohijó los golpes del 4F y del 27N – y aún no está claro si algún sector de las Fuerzas Armadas puede ser liberado de la sospecha de alcahuetería, complicidad, colusión, contribución y/o entendimiento con la conspiración de 1992 - se hizo con el Poder, destruyó toda institucionalidad, devastó al país, apisonó todos los logros de la democracia y abusó hasta lo indecible de los bienes de la República. Terminando por montar un sistema militar de Gobierno, respaldado por los sectores cívicos de la izquierda radical, que enriqueció de manera escandalosa a algunos de sus miembros y arrastró la dignidad nacional por los suelos del entreguismo de nuestra soberanía al país más miserable e indigno de la región. Para finalmente venir a dar a esta parodia de revolución socialista, cuyo único saldo real e inolvidable son ciento noventa mil cadáveres y el desperdicio de la mayor riqueza jamás habida en la historia de Venezuela, desde sus tiempos coloniales.

Si quienes lo salvaron del justo castigo hubieran siquiera imaginado lo que sucedería inexorablemente con el país si ese sujeto y los suyos se hacían con el Poder, seguramente hubieran hecho así fuera mínimos esfuerzos por cerrarle el paso. Es dable pensar que ambos superiores que llegaron a entregarle el salvavidas no tuvieran la más mínima idea del gigantesco daño que ese esmirriado, flacuchento, diarreico y ridículo teniente coronel –pésimo militar y mala persona– estaba en capacidad de infringirle al país al que servían. Como también es dable imaginarlo en aquellos civiles que por ambición, lucro o afán de poderío cometieron la doble felonía de minimizar sus intenciones y legitimar su alzamiento.

Asunto turbio y decadente que yace en el olvido, pero que no solo se repitió sino que se acrecentó hasta el delirio cuando el sujeto en cuestión optó por terminar de burlarse con sangriento escarnio de su país de nacimiento agarrando el poder por la puerta ancha, de la mano de la Constitución y sirviéndose de sus instituciones. Ya entonces, ese antro que es hoy la Asamblea Nacional estaba podrido hasta sus raíces. La democracia no valía un centavo.

Y así, ese "por ahora" se convirtió en la enseña de la manera brutal, inclemente e inmoral con que la costra de barbarie que reposa en el fondo de nuestra historia brotara a la superficie y se llevara por delante, como un tsunami, los restos de la Venezuela de la decadencia. Depositando en su lugar el légamo de la putrefacción militarista que desde 1810 carcome las entrañas de Venezuela.

 

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Probablemente, y Dios así lo quiera, la grave crisis moral, política e institucional que sufre la República desde ese avieso asalto al Poder se vea de pronto enfrentada a otra frase de semejante trascendencia histórica, dicha con temple, con coraje, con sabiduría por una mujer que decidió expresar el sentimiento de millones y millones de venezolanos hartos del latrocinio imperante, con perfecta y lúcida consideración de las consecuencias: "expropiar es robar". Se lo dijo al mismo personaje del "por ahora", como en un filme, casi exactamente veinte años después, en la cara, sin inmutarse. En medio del profundo silencio de su bancada, herida de catalepsia existencial y arrogada como restos de un naufragio a las costas del extravío. Y la hirviente indignación de la bancada oficialista, que teme lo que le espera. Ser refrita en los calderos de la indignación nacional, que vuelve como en un segundo gran oleaje a llevarse la rémora de dos repúblicas traicionadas.

Me atrevo a decir que después de esa frase, como después de aquella de hace dos décadas, nada será como antes en Venezuela. María Corina hizo lo que el teniente coronel golpista hiciera con su felonía: echar abajo en pocos segundos de desenfado los restos putrefactos de la Venezuela decadente, asegurándose el camino al Poder. Único propósito subyacente a la conjura: hincarle los colmillos a la ingenua medianía de la Patria. Pero ella lo hiere en el corazón haciendo uso de una impecable limpieza institucional, con el que desenmascara la condición de ese antro que ha servido de asiento a las cohortes del atropello totalitario. Y de la pandilla de quien prometiera sanear la República para terminar de convertirla en una vergüenza nacional. No promete, por ahora, freír las cabezas de la zarrapastra corrupta y desalmada del régimen. Hombres y mujeres. Que bien merecido se lo tendría. Pero desnuda de una plumada la naturaleza criminal, delictual, corrupta y asesina de 13 años de abusos y desafueros sin nombre. El delito tiene nombre: expropiar es robar. Y el criminal es público y notorio.

No puedo asegurar que el ya célebre EXPROPIAR ES ROBAR lleve a María Corina Machado a la Presidencia de la República. Pero bien podría –y lo merece con creces– salir muy bien parada de las Primarias y recibir la honrosa tarea de representarnos con grandeza, con hidalguía y responsabilidad ante el futuro a todos aquellos millones de venezolanos que estamos decididos a ponerle un fin definitivo al gangsterismo imperante. Para construir la Venezuela decente a que todos tenemos derecho.

sanchezgarciacaracas@gmail.com

Twitter: @sangarccs

 

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