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Dos frases marcarán los quiebres más dramáticos de fines
del siglo XX y comienzos del XXI de la historia
venezolana. La primera de ellas es la insólita y
soberbia arrogancia del "por ahora", la famosa frase
pergeñada en esas horas clandestinas en que Chávez,
alcahueteado por sus más altos jefes de la fuerza que le
tolerara la felonía del golpe, preparó cuidadosamente el
brevísimo discurso por cadena nacional y con rating
asegurado en el mundo entero que esos mismos altos
oficiales le dispensaran –contra las órdenes expresas
del comandante en jefe Carlos Andrés Pérez– para hacer
uso de esos segundos de oro que le entregaran en bandeja
de plata los golpistas silentes que observaban detrás
del cortinaje institucional para que anunciara urbi et
orbe su programa de asalto al Poder.
Otra hubiera sido la historia de Venezuela si el
entonces Ministro de Defensa, en vez de dejarse
acompañar por uno de los conjurados y cómplice de la
traición, hubiera obedecido la orden terminante de su
comandante en jefe y en el patio del museo militar le
hubiera arrancado de cuajo de su uniforme las
distinciones de su rango y lo hubiera sometido por
cadena nacional a la humillación que se merecía. Para
luego esposarlo y enviarlo a las mazmorras de Fuerte
Tiuna. Podrá decir misa: en los hechos fue fiel a su
corporación, no al país. Como no existe explicación
racional al extravío en que incurriera desobedeciendo
las órdenes de su comandante en jefe, que no sean
expresiones de pusilanimidad incompatibles con el
ejercicio del cargo, quedará la duda de su racionalidad.
¿Coadyuvó consciente o inconscientemente al
encumbramiento al Poder de su subordinado golpista? El
resultado está a la vista: en lugar del merecido
castigo, su autoridad le abrió los portones de la
historia. Una afrenta que espera por la debida
corrección.
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Ha corrido agua bajo los puentes. Y de la más turbia y
cloacal especie: ese grupete uniformado que protagonizó
o prohijó los golpes del 4F y del 27N – y aún no está
claro si algún sector de las Fuerzas Armadas puede ser
liberado de la sospecha de alcahuetería, complicidad,
colusión, contribución y/o entendimiento con la
conspiración de 1992 - se hizo con el Poder, destruyó
toda institucionalidad, devastó al país, apisonó todos
los logros de la democracia y abusó hasta lo indecible
de los bienes de la República. Terminando por montar un
sistema militar de Gobierno, respaldado por los sectores
cívicos de la izquierda radical, que enriqueció de
manera escandalosa a algunos de sus miembros y arrastró
la dignidad nacional por los suelos del entreguismo de
nuestra soberanía al país más miserable e indigno de la
región. Para finalmente venir a dar a esta parodia de
revolución socialista, cuyo único saldo real e
inolvidable son ciento noventa mil cadáveres y el
desperdicio de la mayor riqueza jamás habida en la
historia de Venezuela, desde sus tiempos coloniales.
Si quienes lo salvaron del justo castigo hubieran
siquiera imaginado lo que sucedería inexorablemente con
el país si ese sujeto y los suyos se hacían con el
Poder, seguramente hubieran hecho así fuera mínimos
esfuerzos por cerrarle el paso. Es dable pensar que
ambos superiores que llegaron a entregarle el salvavidas
no tuvieran la más mínima idea del gigantesco daño que
ese esmirriado, flacuchento, diarreico y ridículo
teniente coronel –pésimo militar y mala persona– estaba
en capacidad de infringirle al país al que servían. Como
también es dable imaginarlo en aquellos civiles que por
ambición, lucro o afán de poderío cometieron la doble
felonía de minimizar sus intenciones y legitimar su
alzamiento.
Asunto turbio y decadente que yace en el olvido, pero
que no solo se repitió sino que se acrecentó hasta el
delirio cuando el sujeto en cuestión optó por terminar
de burlarse con sangriento escarnio de su país de
nacimiento agarrando el poder por la puerta ancha, de la
mano de la Constitución y sirviéndose de sus
instituciones. Ya entonces, ese antro que es hoy la
Asamblea Nacional estaba podrido hasta sus raíces. La
democracia no valía un centavo.
Y así, ese "por ahora" se convirtió en la enseña de la
manera brutal, inclemente e inmoral con que la costra de
barbarie que reposa en el fondo de nuestra historia
brotara a la superficie y se llevara por delante, como
un tsunami, los restos de la Venezuela de la decadencia.
Depositando en su lugar el légamo de la putrefacción
militarista que desde 1810 carcome las entrañas de
Venezuela.
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Probablemente, y Dios así lo quiera, la grave crisis
moral, política e institucional que sufre la República
desde ese avieso asalto al Poder se vea de pronto
enfrentada a otra frase de semejante trascendencia
histórica, dicha con temple, con coraje, con sabiduría
por una mujer que decidió expresar el sentimiento de
millones y millones de venezolanos hartos del latrocinio
imperante, con perfecta y lúcida consideración de las
consecuencias: "expropiar es robar". Se lo dijo al mismo
personaje del "por ahora", como en un filme, casi
exactamente veinte años después, en la cara, sin
inmutarse. En medio del profundo silencio de su bancada,
herida de catalepsia existencial y arrogada como restos
de un naufragio a las costas del extravío. Y la
hirviente indignación de la bancada oficialista, que
teme lo que le espera. Ser refrita en los calderos de la
indignación nacional, que vuelve como en un segundo gran
oleaje a llevarse la rémora de dos repúblicas
traicionadas.
Me atrevo a decir que después de esa frase, como después
de aquella de hace dos décadas, nada será como antes en
Venezuela. María Corina hizo lo que el teniente coronel
golpista hiciera con su felonía: echar abajo en pocos
segundos de desenfado los restos putrefactos de la
Venezuela decadente, asegurándose el camino al Poder.
Único propósito subyacente a la conjura: hincarle los
colmillos a la ingenua medianía de la Patria. Pero ella
lo hiere en el corazón haciendo uso de una impecable
limpieza institucional, con el que desenmascara la
condición de ese antro que ha servido de asiento a las
cohortes del atropello totalitario. Y de la pandilla de
quien prometiera sanear la República para terminar de
convertirla en una vergüenza nacional. No promete, por
ahora, freír las cabezas de la zarrapastra corrupta y
desalmada del régimen. Hombres y mujeres. Que bien
merecido se lo tendría. Pero desnuda de una plumada la
naturaleza criminal, delictual, corrupta y asesina de 13
años de abusos y desafueros sin nombre. El delito tiene
nombre: expropiar es robar. Y el criminal es público y
notorio.
No puedo asegurar que el ya célebre EXPROPIAR ES ROBAR
lleve a María Corina Machado a la Presidencia de la
República. Pero bien podría –y lo merece con creces–
salir muy bien parada de las Primarias y recibir la
honrosa tarea de representarnos con grandeza, con
hidalguía y responsabilidad ante el futuro a todos
aquellos millones de venezolanos que estamos decididos a
ponerle un fin definitivo al gangsterismo imperante.
Para construir la Venezuela decente a que todos tenemos
derecho.
sanchezgarciacaracas@gmail.com
Twitter: @sangarccs