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Preparados para lo mejor, atentos para lo peor
por Antonio Sánchez García
 
jueves, 14 junio 2012


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                Mientras Henrique Capriles salía directamente del CNE hacia Monagas, Aragua y Cumaná, despertando el volcánico entusiasmo que su aparición provoca en donde quiera que llegue con su mensaje de esperanza, de paz, de futuro, el tres veces presidente de la república debió enconcharse en sus cuarteles de invierno, recuperarse del desgaste que le provocara ser conducido hasta el CNE para registrar por cuarta vez su postulación a una nueva presidencia y conformarse con otra cadena nacional. Con su viejo mensaje de odio, de guerra, de enfrentamientos.

                Es un contraste demasiado violento, que irá profundizándose a medida que Capriles continúe con su extraordinaria cruzada política bajo los nuevos parámetros de su campaña, tal como lo prometiera antes de inscribir su candidatura. El 11 de junio iniciaba formalmente la segunda fase: del recorrido casa por casa, comienza su recorrido pueblo por pueblo, ciudad por ciudad, Estado por Estado. No quedará rincón de Venezuela que no sea conmovido por la figura juvenil, atlética, dinámica. con su discurso libre del veneno y la ponzoña que caracterizan a su adversario. Un hombre al final de sus fuerzas, desfigurado hasta la caricatura por el abuso medicamentoso, angustiado por la desesperación de ver que el poder incalculable del que  disfrutó se le esfuma junto con su vitalidad, y que a la muerte física le acompaña inexorablemente su muerte política.

                El general Gonzalo García Ordóñez, que lo acompañara en los comienzos de su mandato cuando surfeaba sobre la cresta de la ola de la novedad y la esperanza, acaba de narrar en uno de sus lúcidos artículo que la Fuerza Armada Nacional había elaborado hace un largo tiempo un informe que no le daba más de 14 años de ejercicio y al cabo de los cuales dejaría el poder arrastrado por el desprecio y el odio más descomunales jamás sufridos por presidente alguno de nuestra historia. Sólo comparable al de Boves, el urogallo. Y cuando fue redactado no había trazas del cáncer que hoy lo consume.

                Tal pronóstico comienza a cumplirse como dictado por los dioses. Nunca antes una comparecencia suya fue tan patética y lamentable como la que su equipo escenificara el pasado 11 de junio. Mientras Capriles recorrió a zancadas 12 kilómetros, seguido por un millón de adeptos, luego de lo cual redujo su discurso a los cuatro o cinco puntos clave que los electores ansían escucharle: gobierno eficiente, popular, reconciliador, para todos, absolutamente todos los venezolanos, sin odios ni exclusiones, Hugo Chávez fue transportado y descendido mecánicamente hasta la tarima, donde volvió a soltar su andanada de resentimiento, de odio, de descalificaciones, de ofensas, de vacuidades.

                Salvo que al cáncer le haya sucedido la ceguera, tiene que haberse enterado de la estampida con que respondieron las huestes de empleados públicos a la obligada convocatoria. Ni el canal oficialista pudo esconder las imágenes de la patética soledad en que discurseaba, mientras los que aún no huían trapisondeaban de un lado al otro, absolutamente ajenos a la trompetería de palabras con que el orador amenazaba a los poderes humanos y divinos, trajinaba los desgastados conceptos de un discurso decimonónico, convocaba a la guerra a unos pobres soldados disfrazados de civiles, que coreaban los himnos de nuestras fuerzas armadas, delatando el triste papel a que los obligaba un sistema agonizante.

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                Sólo un ocioso podría devanarse los sesos explicando las razones de esos himnos laudatorios a nuestros cuarteles, la insólita resurrección de sus ultrajados uniformes, la resurrección de esa momia golpista y manoseada que le sirviera de plataforma política junto a Luis Miquilena, la presencia de sus hijas, la más joven de las cuales hacía esfuerzos desesperados por salvarlo del ridículo jalándolo de la tarima. El contraste entre la parafernalia militarista del minusválido, la resurrección de los más trajinados símbolos del caudillismo, la presencia introductoria del más infame de los venezolanos y la estampida de los obligados espectadores dejan entrever el futuro inexorable que le espera: el precipitado abandono de sus seguidores, el despertar traumático de sus más devotos, la soledad y la muerte. Y no es literatura.

                Es una realidad de dos caras: trágica para Chávez y quienes siguen aferrados a su chequera – capitanes de industria, secuaces, chulos, aprovechadores y aliados desvergonzados – y esperanzadora para quienes ya trabajan laboriosamente en la transición democrática y la reconstrucción de nuestra economía y nuestra vida republicana. El reloj de arena gira desde la autocracia a la democracia, y nadie que tenga dos dedos de frente puede negarlo: los 3 millones que se apuntaron a las primarias – sin que nadie les pagara un centavo ni los conminara a hacerlo bajo amenaza alguna – comienzan a triplicarse. Arrastrando tras suyo a quienes, huérfanos de toda esperanza bajo el control neo populista salvaje, necesitan una esperanza a que asirse que no sean palabras huecas y trajinadas.

                La convocatoria está en el ambiente. Los deseos en el aire. La fuerza vital siempre al acecho para expresarse al mínimo conjuro de una palabra de Henrique Capriles y del liderazgo nacional que lo acompaña. De otra manera no se explica que en menos de una semana, sin avisos ni cuñas publicitarias, sin cadenas obligatorias, sin instrumentos de presión salieran a la calle más de un millón de caraqueños, volvieran a sus casas inflamados de entusiasmo y simpatía por el candidato y se sintieran plenamente resarcidos por las palabras emotivas, incluso conmovedoras del candidato, que ha logrado una comunicación emocional con el país sin precedentes en pasadas elecciones presidenciales.

                Desesperados, ahogados en 14 años de palabras, hundidos en etiquetas y categorías ya manidas de tanto abuso y violación textual, los corifeos del régimen salieron a descalificar al mejor candidato que la sabiduría popular supo escoger y designar para conducir esta magna guerra de civilidad contra el militarismo gobernante. No soportan que una palabra valga por una hora de babosería delirante. Que un gesto diga más que una cháchara interminable. Que una sonrisa de esperanza abra más corazones que una parafernalia de lecturas de solapas mal digeridas. Están embriagados del boato del subdesarrollo, de la ferretería de una utopía trasnochada. Al paisaje polvoriento que ven desde los ventanales de su máquina del tiempo no le calza la figura moderna, contemporánea, absolutamente actualizada de un líder capaz de gerencia y productividad. Se quedaron anclados en la estación reconcomio. Perdieron el tren de la historia.

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                Esta campaña no estará signada por el debate ideológico, la discusión de principios metafísicos, la botica marxista leninista. Ni siquiera por los necesarios principios republicanos y liberales que dominarán la discusión política y académica del próximo decenio. Será una campaña dominada por las emociones. Por la capacidad de los candidatos en tocarle el corazón a sus electores, de mostrar sus verdades al desnudo. Sin máscaras ni palabrería. De movilizar sin politiquería esa oleada de sentimientos, ese “rabo de nubes” capaz de derrumbar los diques y llevarse por delante, como bien dice la bella canción de Silvio Rodríguez, “todo lo feo”. Pues Chávez y el chavismo son todo lo feo.

                Él y sus asesores - españoles, brasileños y cubanos -, deben saber que no hay atajo posible para salir del barranco. Está gravemente enfermo, prácticamente inmovilizado, quebrado emocionalmente y ya ausente del día a día. Cargando el insoportable fardo de 14 años de promesas incumplidas, de un despilfarro homérico, ensangrentado por los cuatro costados. Montado sobre una montaña de cadáveres, de inoperancia, de ineficiencia, de incapacidad gerencial, de basura. Y lo que es aún peor: desgastado, romo, estresado, subjetiva y objetivamente incapacitado para ofrecer nada que no esté tan manido y descompuesto como su propia gerencia pública. Un Mercal político.

                Capriles, es bueno tenerlo presente, representa la perfecta antípoda al bocón desaforado que nos desgobierna: joven, sano, directo, sincero, valiente, discreto, respetuoso y eficiente. Un hombre de honor. Capaz de convocar a los mejores profesionales, de formar equipos de trabajo y delegarles el ejercicio del poder directamente en el corazón de los problemas. Civilista a carta cabal y respetuoso de las regiones, descentralizador, sin megalomanías ni afanes de dominio planetario. Nada más y nada menos que un joven venezolano consciente de su responsabilidad histórica: recuperar al país, reunificar a los venezolanos, llevarle paz y concordia a sus hogares. Asegurar la prosperidad, la educación, la sanidad, el futuro de sus hijos. El presidente que el país reclama a gritos luego de esta bacanal de estulticia.

                Precisamente por todo ello, el hombre condenado a la muerte y al fracaso hará cuanto esté a su alcance por entorpecer las reglas del juego, por manipular las instituciones, por desbarrancar la esperanza y terminar de desencajar y destruir a Venezuela. Tiene dos armas para intentar lograrlo: el control del CNE, su ministerio electoral, y las fuerzas armadas, su instrumento letal. Actuará sin conmiseración: se sabe condenado a muerte y ante la nada que le espera no le importará reaccionar como lo hiciera Luis XV ante la debacle que presentía: après moi, le déluge. Después de mí, el diluvio.

                Del CNE ya vemos los escarceos del fraude. De las fuerzas armadas, imposible confiar en su actual ministro de defensa, que anticipó su decisión a no aceptar resultados contrarios a la voluntad de su comandante en jefe. Ante lo cual, sólo una gigantesca movilización popular y unos resultados indiscutibles ante el país y el mundo podrían blindarnos frente la bastardía del régimen. Sabemos que el voto es secreto: no lo saben quienes temen, pues dependen de los favores del comandante. Debemos imponer condiciones que derrumben esos temores.

                Sabemos que la mayoría de las fuerzas armadas es constitucionalista y no aceptará el fraude. Debemos sellar una alianza de respeto mutuo que le garantice, a esa mayoría, la plena reconstrucción de la institucionalidad y el retorno de su prestigio ante la ciudadanía. Sólo esa mayoría y la movilización popular pueden impedir el mayor de los peligros, que el caudillo ya asoma: anticiparse a su muerte y a las elecciones mediante un golpe de estado. Que ni lo sueñe. El precio, para su triste final, será terrible.

@sangarccs

sanchezgarciacaracas@gmail.com

 

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