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Mientras
Henrique Capriles salía directamente del CNE hacia
Monagas, Aragua y Cumaná, despertando el volcánico
entusiasmo que su aparición provoca en donde quiera que
llegue con su mensaje de esperanza, de paz, de futuro, el
tres veces presidente de la república debió enconcharse en
sus cuarteles de invierno, recuperarse del desgaste que le
provocara ser conducido hasta el CNE para registrar por
cuarta vez su postulación a una nueva presidencia y
conformarse con otra cadena nacional. Con su viejo mensaje
de odio, de guerra, de enfrentamientos.
Es un
contraste demasiado violento, que irá profundizándose a
medida que Capriles continúe con su extraordinaria cruzada
política bajo los nuevos parámetros de su campaña, tal
como lo prometiera antes de inscribir su candidatura. El
11 de junio iniciaba formalmente la segunda fase: del
recorrido casa por casa, comienza su recorrido pueblo por
pueblo, ciudad por ciudad, Estado por Estado. No quedará
rincón de Venezuela que no sea conmovido por la figura
juvenil, atlética, dinámica. con su discurso libre del
veneno y la ponzoña que caracterizan a su adversario. Un
hombre al final de sus fuerzas, desfigurado hasta la
caricatura por el abuso medicamentoso, angustiado por la
desesperación de ver que el poder incalculable del que
disfrutó se le esfuma junto con su vitalidad, y que a la
muerte física le acompaña inexorablemente su muerte
política.
El general
Gonzalo García Ordóñez, que lo acompañara en los comienzos
de su mandato cuando surfeaba sobre la cresta de la ola de
la novedad y la esperanza, acaba de narrar en uno de sus
lúcidos artículo que la Fuerza Armada Nacional había
elaborado hace un largo tiempo un informe que no le daba
más de 14 años de ejercicio y al cabo de los cuales
dejaría el poder arrastrado por el desprecio y el odio más
descomunales jamás sufridos por presidente alguno de
nuestra historia. Sólo comparable al de Boves, el
urogallo. Y cuando fue redactado no había trazas del
cáncer que hoy lo consume.
Tal pronóstico
comienza a cumplirse como dictado por los dioses. Nunca
antes una comparecencia suya fue tan patética y lamentable
como la que su equipo escenificara el pasado 11 de junio.
Mientras Capriles recorrió a zancadas 12 kilómetros,
seguido por un millón de adeptos, luego de lo cual redujo
su discurso a los cuatro o cinco puntos clave que los
electores ansían escucharle: gobierno eficiente, popular,
reconciliador, para todos, absolutamente todos los
venezolanos, sin odios ni exclusiones, Hugo Chávez fue
transportado y descendido mecánicamente hasta la tarima,
donde volvió a soltar su andanada de resentimiento, de
odio, de descalificaciones, de ofensas, de vacuidades.
Salvo que al
cáncer le haya sucedido la ceguera, tiene que haberse
enterado de la estampida con que respondieron las huestes
de empleados públicos a la obligada convocatoria. Ni el
canal oficialista pudo esconder las imágenes de la
patética soledad en que discurseaba, mientras los que aún
no huían trapisondeaban de un lado al otro, absolutamente
ajenos a la trompetería de palabras con que el orador
amenazaba a los poderes humanos y divinos, trajinaba los
desgastados conceptos de un discurso decimonónico,
convocaba a la guerra a unos pobres soldados disfrazados
de civiles, que coreaban los himnos de nuestras fuerzas
armadas, delatando el triste papel a que los obligaba un
sistema agonizante.
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Sólo un ocioso
podría devanarse los sesos explicando las razones de esos
himnos laudatorios a nuestros cuarteles, la insólita
resurrección de sus ultrajados uniformes, la resurrección
de esa momia golpista y manoseada que le sirviera de
plataforma política junto a Luis Miquilena, la presencia
de sus hijas, la más joven de las cuales hacía esfuerzos
desesperados por salvarlo del ridículo jalándolo de la
tarima. El contraste entre la parafernalia militarista del
minusválido, la resurrección de los más trajinados
símbolos del caudillismo, la presencia introductoria del
más infame de los venezolanos y la estampida de los
obligados espectadores dejan entrever el futuro inexorable
que le espera: el precipitado abandono de sus seguidores,
el despertar traumático de sus más devotos, la soledad y
la muerte. Y no es literatura.
Es una
realidad de dos caras: trágica para Chávez y quienes
siguen aferrados a su chequera – capitanes de industria,
secuaces, chulos, aprovechadores y aliados desvergonzados
– y esperanzadora para quienes ya trabajan laboriosamente
en la transición democrática y la reconstrucción de
nuestra economía y nuestra vida republicana. El reloj de
arena gira desde la autocracia a la democracia, y nadie
que tenga dos dedos de frente puede negarlo: los 3
millones que se apuntaron a las primarias – sin que nadie
les pagara un centavo ni los conminara a hacerlo bajo
amenaza alguna – comienzan a triplicarse. Arrastrando tras
suyo a quienes, huérfanos de toda esperanza bajo el
control neo populista salvaje, necesitan una esperanza a
que asirse que no sean palabras huecas y trajinadas.
La
convocatoria está en el ambiente. Los deseos en el aire.
La fuerza vital siempre al acecho para expresarse al
mínimo conjuro de una palabra de Henrique Capriles y del
liderazgo nacional que lo acompaña. De otra manera no se
explica que en menos de una semana, sin avisos ni cuñas
publicitarias, sin cadenas obligatorias, sin instrumentos
de presión salieran a la calle más de un millón de
caraqueños, volvieran a sus casas inflamados de entusiasmo
y simpatía por el candidato y se sintieran plenamente
resarcidos por las palabras emotivas, incluso conmovedoras
del candidato, que ha logrado una comunicación emocional
con el país sin precedentes en pasadas elecciones
presidenciales.
Desesperados,
ahogados en 14 años de palabras, hundidos en etiquetas y
categorías ya manidas de tanto abuso y violación textual,
los corifeos del régimen salieron a descalificar al mejor
candidato que la sabiduría popular supo escoger y designar
para conducir esta magna guerra de civilidad contra el
militarismo gobernante. No soportan que una palabra valga
por una hora de babosería delirante. Que un gesto diga más
que una cháchara interminable. Que una sonrisa de
esperanza abra más corazones que una parafernalia de
lecturas de solapas mal digeridas. Están embriagados del
boato del subdesarrollo, de la ferretería de una utopía
trasnochada. Al paisaje polvoriento que ven desde los
ventanales de su máquina del tiempo no le calza la figura
moderna, contemporánea, absolutamente actualizada de un
líder capaz de gerencia y productividad. Se quedaron
anclados en la estación reconcomio. Perdieron el tren de
la historia.
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Esta campaña
no estará signada por el debate ideológico, la discusión
de principios metafísicos, la botica marxista leninista.
Ni siquiera por los necesarios principios republicanos y
liberales que dominarán la discusión política y académica
del próximo decenio. Será una campaña dominada por las
emociones. Por la capacidad de los candidatos en tocarle
el corazón a sus electores, de mostrar sus verdades al
desnudo. Sin máscaras ni palabrería. De movilizar sin
politiquería esa oleada de sentimientos, ese “rabo de
nubes” capaz de derrumbar los diques y llevarse por
delante, como bien dice la bella canción de Silvio
Rodríguez, “todo lo feo”. Pues Chávez y el chavismo son
todo lo feo.
Él y sus
asesores - españoles, brasileños y cubanos -, deben saber
que no hay atajo posible para salir del barranco. Está
gravemente enfermo, prácticamente inmovilizado, quebrado
emocionalmente y ya ausente del día a día. Cargando el
insoportable fardo de 14 años de promesas incumplidas, de
un despilfarro homérico, ensangrentado por los cuatro
costados. Montado sobre una montaña de cadáveres, de
inoperancia, de ineficiencia, de incapacidad gerencial, de
basura. Y lo que es aún peor: desgastado, romo, estresado,
subjetiva y objetivamente incapacitado para ofrecer nada
que no esté tan manido y descompuesto como su propia
gerencia pública. Un Mercal político.
Capriles, es
bueno tenerlo presente, representa la perfecta antípoda al
bocón desaforado que nos desgobierna: joven, sano,
directo, sincero, valiente, discreto, respetuoso y
eficiente. Un hombre de honor. Capaz de convocar a los
mejores profesionales, de formar equipos de trabajo y
delegarles el ejercicio del poder directamente en el
corazón de los problemas. Civilista a carta cabal y
respetuoso de las regiones, descentralizador, sin
megalomanías ni afanes de dominio planetario. Nada más y
nada menos que un joven venezolano consciente de su
responsabilidad histórica: recuperar al país, reunificar a
los venezolanos, llevarle paz y concordia a sus hogares.
Asegurar la prosperidad, la educación, la sanidad, el
futuro de sus hijos. El presidente que el país reclama a
gritos luego de esta bacanal de estulticia.
Precisamente
por todo ello, el hombre condenado a la muerte y al
fracaso hará cuanto esté a su alcance por entorpecer las
reglas del juego, por manipular las instituciones, por
desbarrancar la esperanza y terminar de desencajar y
destruir a Venezuela. Tiene dos armas para intentar
lograrlo: el control del CNE, su ministerio electoral, y
las fuerzas armadas, su instrumento letal. Actuará sin
conmiseración: se sabe condenado a muerte y ante la nada
que le espera no le importará reaccionar como lo hiciera
Luis XV ante la debacle que presentía: après moi, le
déluge. Después de mí, el diluvio.
Del CNE ya
vemos los escarceos del fraude. De las fuerzas armadas,
imposible confiar en su actual ministro de defensa, que
anticipó su decisión a no aceptar resultados contrarios a
la voluntad de su comandante en jefe. Ante lo cual, sólo
una gigantesca movilización popular y unos resultados
indiscutibles ante el país y el mundo podrían blindarnos
frente la bastardía del régimen. Sabemos que el voto es
secreto: no lo saben quienes temen, pues dependen de los
favores del comandante. Debemos imponer condiciones que
derrumben esos temores.
Sabemos que la
mayoría de las fuerzas armadas es constitucionalista y no
aceptará el fraude. Debemos sellar una alianza de respeto
mutuo que le garantice, a esa mayoría, la plena
reconstrucción de la institucionalidad y el retorno de su
prestigio ante la ciudadanía. Sólo esa mayoría y la
movilización popular pueden impedir el mayor de los
peligros, que el caudillo ya asoma: anticiparse a su
muerte y a las elecciones mediante un golpe de estado. Que
ni lo sueñe. El precio, para su triste final, será
terrible.
@sangarccs
sanchezgarciacaracas@gmail.com