A Asdrúbal Aguiar
Muerto el perro no se ha
acabado la rabia. Encuentra otros juristas de ocasión,
prestos a asumir la tarea de barnizar de legalidad lo
ilegal y darle una mínima coherencia jurídica a la
barbarie imperante, edulcorando el asalto totalitario en
curso. Es lo que pretende con su ominoso batiburrillo
ideológico el magistrado Arcadio Delgado: legitimar con su
ferretería jurisprudente el saqueo sistemático a los
bienes de la nación, el robo a los bienes privados
travestido de expropiación, la autocrática concentración
de todos los poderes en manos del ejecutivo, la anulación
de toda civilidad con el consiguiente entronizamiento del
militarismo gobernante y el sometimiento de la ciudadanía
al control policial de un llamado "Estado total".
Pretendiendo borrar de paso la naturaleza intrínseca,
inmanentemente dictatorial del socialismo en curso,
absolutamente ajeno a una auténtica socialdemocracia.
Hay algo de bandolerismo
intelectual y de descaro político en el desparpajo con que
nuestro sedicente magistrado reivindica el totalitarismo
schmittiano para legitimar el totalitarismo bolivariano y
el tortuoso curso que parece anunciarse tras bambalinas.
El mismo que llevara a Carl Schmitt a identificar la ley y
todo el sistema jurídico alemán con Adolph Hitler y a
subsumir la juridicidad de la Alemania nazi a su impune
voluntad asesina, como quedara de manifiesto luego de la
tristemente célebre Nacht der langen Messer,
la "Noche de los cuchillos largos". Decidido a
congraciarse con la Wehrmacht, las fuerzas armadas
alemanas, celosas del papel preponderante adquiridas por
la SA, la Sturm Abteilung o milicias de ataque creadas
como fuerza de choque por Hitler para aterrorizar a la
ciudadanía alemana y hacerse con el Poder de la República
de Weimar, el Führer ordenó a las SS, su policía
política, descabezarla asesinando a sus máximos líderes,
comenzando por Ernst Röhm, su fiel alabardero y compañero
de luchas desde los comienzos de su carrera política, en
una brutal redada asesina cumplida con saña entre la noche
del 30 de junio y el 2 de julio de 1934. Uno de los tantos
golpes de Estado encubiertos dados desde el incendio del
Reichstag.
En esas dramáticas horas de
Walpurgis, fueron asesinados por los menos 85 miembros de
las SA, cifra posiblemente muy inferior a los cientos de
asesinados en todo el país entre los más fieles y
combativos seguidores de Hitler. Víctimas propiciatorias
de su acercamiento a la Reichswehr, hasta entonces
renuente a someterse al poder absoluto del caudillo. Y
miles de “milicianos civiles” fueron hechos prisioneros.
Ante el asombro de la sociedad alemana, ya por entonces
férreamente controlada por el caudillo, el pensador y
jurista alemán Carl Schmitt – ferozmente antiliberal y
fundamento constitucional del nazismo desde que por
oportunismo se sumara al carromato totalitario – consideró
que dado “el estado de excepción” en que se encontraba
Alemania, el Führer constituía la esencia de su
juridicidad: la justicia descansaba en el caudillo:
“el auténtico líder siempre es también juez. De su
capacidad de líder deriva su capacidad de juez. Quien
pretenda separar ambas capacidades o incluso oponerlas
entre sí convierte al juez en líder opositor o en
instrumento del mismo y busca desquiciar al estado con la
ayuda de la Justicia”. Schmitt no hacía más que
expresar jurídicamente lo que Hitler exclamara exultante,
emborrachado por la euforia de sangre del amanecer de esas
siniestras 24 horas de puñales asesinos ante el congreso:
“¡El tribunal supremo del pueblo alemán durante esas 24
horas fui yo mismo!”. William Schirer, el periodista
norteamericano y gran cronista de esos años de terror
presente en esa ominosa sesión del parlamento nazi
comenta: “Los diputados se pusieron en pie para
vitorearlo”. ¿Es lo que, en versión farsesca, intenta el
Tribunal Supremo de Justicia permitiendo que el caudillo
se exprese en calidad de magistrado supremo de la Nación
en un acto del que debió permanecer estrictamente alejado?
Tras el sedicente Estado Total
del magistrado Delgado, de innegable raigambre
mussoliniana, se esconde, desde luego, una aberración
jurídico política. Y la voluntad implícita de aplastar
toda diferencia específica, homogeneizar la totalidad
social y someter la sociedad a la voluntad del teniente
coronel. El magno proyecto del nazismo y del estalinismo.
Citar a Hobbes ante tamaña aberración de naturaleza
política demuestra un consistente analfabetismo jurídico y
filosófico. La división de la sociedad entre sus distintos
grupos, clases y estamentos, así como la especificidad
individual del sujeto, es originaria y anterior al Estado
moderno, surgido como una necesidad ante la complejidad de
la socialización misma, como lo señala el pensador inglés
en el Leviatán, que fundamenta su existencia precisamente
en la necesidad de regular y dirimir las diferencias de
dicha socialización y el bellum omnia contra omnem en que
quedaría librada a su suerte de no mediar un árbitro
imparcial y supremo, la guerra de todos contra todos.
Hegel, en su Filosofía del Estado y del Derecho lo
expresaría de manera categorial, al subsumir las distintas
instancias de la existencia real bajo las dos grandes
categorías de Estado (Staat) y sociedad civil (bürgerliche
Gesellschaft).
No es ninguna contradicción
que el intento por convertir a nuestro ágrafo teniente
coronel en magistrado supremo de la Nación intentado por
el tribunal supremo de justicia al concederle el derecho
de palabra en un acto de su estricta competencia, tenga
lugar en las vísperas del 4 de febrero y preceda a la
celebración estrictamente militar del vigésimo aniversario
de un acto anticonstitucional, antidemocrático y de clara
naturaleza dictatorial como el golpe de estado militar del
4 de febrero de 1992 y con cuyos fastos pretende coronar
su trabajo de zapa y terminar por destruir la arquitectura
democrática y constitucional intrínseca al actual
ordenamiento jurídico de nuestra Nación.
Comete un acto de criminal y
suicida irresponsabilidad el magistrado Arcadio Delgado:
sacando a relucir a Carl Schmitt para legitimar 20 años
después un golpe de estado fracasado e imponer un régimen
totalitario a todas luces ilegítimo, reconoce la eventual
legitimidad del que podría acontecer para resolver el
virtual estado de excepción a que nos empuja su
ferretería intelectual y los hechos que lo sustentan. Carl
Schmitt sirve para legitimar el resultado de un golpe,
como también para darle derecho de nacimiento al que está
siempre latente.
La oposición democrática no
pisará el palito de sus desvaríos: Chávez saldrá por la
puerta que entró, sin necesidad de empujarlo a la salida
por los medio ilícitos con que anunciara su epifanía desde
el Museo militar. La prueba la obtendrá este 12 de
febrero. La ruta de nuestro destino la decidimos nosotros,
los ciudadanos emancipados, no piratas de la
jurisprudencia, asaltantes uniformados y oportunistas de
postín como el magistrado Arcadio Delgado. En todo caso, y
para su ilustración, le recomiendo la lectura de mi ensayo
Crisis y Estado de Excepción en la Venezuela Actual. Leer
a Carl Schmitt. Allí comprobará que está invocando un
cuchillo de doble filo. Las tiranías no trepidan en
asesinar a quienes ya no le sirven. Sirva la prueba de esa
terrible Noche de los Cuchillos Largos.
sanchez2000@cantv.net