Los gobiernos de cumbre en
cumbre y los pueblos de abismo en abismo.
Hugo Chávez
La lengua es el castigo del cuerpo
Refranero
1
El ciclo neocolonial que articuló al mundo árabe luego de
las dos guerras mundiales y los procesos de liberación del
norte de África llega a su fin entre las multitudes
polvorientas que recorren las calles de sus principales
ciudades esgrimiendo palos, fusiles, sables y metralletas.
Se agotó la paciencia de las masas oprimidas contra los
sistemas políticos que las reprimían. La consigna de la
libertad agita a sus populosas mayorías y si bien aún nada
se sabe de lo que les espera, aprisionados sus pueblos
como están por sus milenarias teocracias, sus hábitos semi
feudales y sus tradiciones ajenas a la comprensión del
liberalismo ilustrado de Occidente, lo incuestionable es
que ya nada será como antes. Los más optimistas apuestas a
un rápido y convulsionado proceso de democratización
occidentalista. Los pesimistas temen a la hegemonía del
talibanismo integrista. Sea lo uno o lo otro, en el Medio
Oriente nada será como antes.
Los ingredientes condicionantes de esta llamarada de
violento despertar, que aún continúa su curso y no se
detendrá hasta derrumbar todas las monarquías, regímenes
dinásticos y caudillismos de jilaba y turbantes – ya Yemen
se quitó la burka y Siria entra a una fase terminal en
medio del derramamiento de sangre de la huérfana estupidez
gobernante – son propios del escenario de la modernidad:
la red, la globalización, la insólita simultaneidad de la
comunicación y el conocimiento. Y los valores que le son
consustanciales: la civilidad, la igualdad de
oportunidades, la prosperidad y los anhelos y deseos que
universalizan. La independencia, la igualdad de géneros,
la inclusión, la libertad política, los derechos humanos,
la democracia. Un IPad y un celular ya están a la mano de
cualquier mortal, y con ellos una pequeña ventana de
intercomunicación al amplio mundo de nuestra
contemporaneidad. Sin que siquiera podamos imaginar los
logros de la nanotecnología que nos espera.
Tan sobre determinante se ha hecho la inter dependencia,
que ya a nadie extraña ver a China compitiendo por el
primer puesto en el mercado mundial, junto a Estados
Unidos y Europa. Quien lo dude o desconozca los mecanismos
de la nueva organización mundial no tiene más que seguir
los avatares de sus héroes deportivos, haciendo carrera en
clubes de primera magnitud del primer mundo. Algo hasta
hace veinte, incluso diez años, absolutamente impensable.
Por sobre los designios de aquello que con su proverbial
pedantería romántica el joven y rico aristócrata caraqueño
Simón Bolívar llamara anfictonía, se alza el avasallador
proceso de integración globalizadora de las economías
capitalistas. No es necesario el gorro frigio y la espada
reluciente, posturas greco romanas ni galopes
desenfrenados sobre briosas caballerías para proclamar la
unidad de los pueblos. Ni siquiera es un problema
político, como hace setenta y cinco años. Es una necesidad
económica: el dólar y el Euro, el Brent y la onza hicieron
realidad lo que soñaron nuestros aldeanos iluminados. Como
diría Hegel, la universalización es un proceso histórico
real, producto del espíritu de la modernidad, no el
capricho de un delirante sino un hecho de la cosa misma.
2
Latinoamérica no ha sido la excepción, si bien parece
seguir entrampada en el estéril reservorio de las porfías
románticas. Los bloques multinacionales que se constituyen
para el bienestar y el progreso de los pueblos están
liberados del contrabando ideológico de luchas por causas
de ideas, grupos, partidos o naciones. Tienen que ver con
la liberación de aranceles, la facilitación del
intercambio, la superación de las trabas impositivas y las
obligaciones contractuales. Incluso el derribo de viejos
preceptos proteccionistas, castigos aduanales,
levantamiento de barreras nacionales. Los tratados que
coadyuvan a la facilitación del transporte de mercancías y
la libre circulación de bienes e ideas. No es ninguna
casualidad que las naciones que mayor progreso y
desarrollo y un mejor posicionamientos en sus balanzas de
pagos muestran, sean las que aspiran, si es que aún no lo
poseen, a establecer un Tratado de Libre Comercio con los
Estados Unidos y el Canadá, las dos naciones más
desarrolladas de nuestro hemisferio, las más ricas y las
más prósperas.
La exclusión de ambas potencias económicas de la llamada
Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe, CELAC,
cuyo nacimiento se celebra con pífanos y fanfarrias bajo
el oropel militarista de Caracas, lo dicen todo, sin decir
nada: pretende darle vida a una fantasmagoría ideológico
política propia de la conformación de bloques nacionales
de comienzos del siglo XIX, no a la reunión de propósitos
progresistas con el fin de facilitar el desarrollo, la
prosperidad, el intercambio económico y cultural de los
pueblos. Esa exclusión, una cobarde coartada de quienes
dependen del intercambio comercial con los Estados Unidos
y viven alimentándose de sus importaciones, como la
Venezuela de economía estrictamente portuaria, no cambia
los lazos de dependencia: los maquilla con la verborrea
antiimperialista de quienes no pierden ocasión de
depositar sus fortunas a resguardo del FMI:
El objetivo no podía ser otro, viniendo la iniciativa de
quienes han torpedeado la existencia de organismos
multilaterales que sirvieron eficazmente a la integración
económica regional, como la Comunidad Andina de Naciones,
el G3 y otras formas de cooperación. Se trata una vez más,
como con la llamada UNASUR, de levantar el fantoche del
antiimperialismo y reivindicar los delirios románticos de
una gran nación independiente, una suerte de Gran
Latinoamérica que le hiciera el contrapeso a los Estados
Unidos. Una ficción ancestral, reciclada hace cincuenta
años por el castrismo, con mayores ambiciones, pues la
OSPAAL, Organización de Solidaridad de los Pueblos de
Asia, África y América Latina, empujada por Fidel Castro
desde la Habana con financiamiento de la Unión Soviética,
pretendía nada más y nada menos que la organización de
continentes enteros contra la hegemonía mundial de los
Estados Unidos en plena guerra fría. Terminó como
terminará la CELAC: en la nada.
Hay en este caso, un plus de realismo político que
enmascara los verdaderos propósitos excluyentes de este
organismo de clara inclinación y sesgo político: no se les
pide a sus miembros, por ahora, la puesta en práctica de
un proyecto revolucionario de corte marxista leninista,
cuestión que queda diluida en las inmarcesibles nebulosas
ideológicas del llamado socialismo del siglo XXI. Se les
pide solidaridad. ¿Con qué y hacia qué propósitos? Pura
tautología: solidaridad para la solidaridad. Pues ¿qué
objetivos comunes pueden compartir sociedades que respetan
la propiedad privada, el sistema de libre mercado, la
estricta separación de Poderes y la plena vigencia del
Estado de Derecho, como Chile, Colombia, México o Brasil,
con aquellas que los rechazan y niegan de hecho o de
derecho como Cuba, Nicaragua, incluso Ecuador o Bolivia y
sobre todo el promotor principal y anfitrión de la
iniciativa, la bolivariana y anfictiónica República de
Venezuela?
3
¿Puede imaginarse alguien con dos dedos de frente que el
Chile realista, austero, riguroso y estricto en el manejo
de sus principios y sus caudales, conquistados al duro
precio del sudor de la frente de sus laboriosos ciudadanos
podría compartir algún tipo de coordinación económica,
política, cultural con un pueblo habituado al clientelismo
estatista, megalómano y desquiciado, echado a los pies de
las ubres petroleras, acostumbrado a recibir del Estado lo
que en otras naciones sólo puede ser batallado a punta de
esfuerzo personal? ¿Qué podría aportar la Venezuela
desencajada económica, sociológica y políticamente por un
caudillo delirante, irresponsable y suicida a naciones
como Brasil, octava potencia mundial, a México, convertida
en una gran potencia regional o a Chile, país que acaba de
ser aceptado en el seno de la naciones más desarrolladas
del globo?
De modo que estamos en presencia de otro parto de los
montes, a que tanto nos han acostumbrado los ideólogos y
caudillos de la región. Para darle en el gusto a quien ya
despierta conmiseración por sus ensoñaciones terminales y
a quien muchos de los visitantes deben agradecer una
generosidad propia de un nuevo rico sin conciencia del
futuro y sin responsabilidad ante la historia. Seguro,
como cree estar, de que tampoco él tendrá que dar cuenta
de sus atropellos, sus crímenes, sus felonías. Poseído por
sueños de grandeza, mientras destruye la infraestructura
económica y saquea lo poco de cultura heredada tras cinco
siglos de esfuerzos.
Resulta patético verlo desvariar sobre ferrocarriles
transcontinentales y carreteras de vértigo, mientras el
Metro de Caracas naufraga en su abandono, los proyectos
viales están paralizados, nuestras carreteras se
convierten en cráteres lunares y nuestros aviones
arriesgan a diario las vidas de miles y miles de pasajeros
que contaron con la inenarrable fortuna de obtener uno de
los escasos cupos disponibles.
Llega el último mohicano a la etapa final de su vida,
minado inexorablemente por la enfermedad, parodia de sí
mismo, sin abandonar sus trastornados proyectos de
política ficción. Cuando hagamos el balance de esta
pesadilla de una noche de verano veremos que invirtió un
trillón trescientos mil millones de dólares en obtener
audiencia. Dejando a su país en la bancarrota mientras
organizaba saraos interestelares para entretenimiento de
sus amigotes. Pobre Venezuela, qué triste tragedia la
tuya.
sanchez2000@cantv.net