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Pesadilla de una noche de verano
por Antonio Sánchez García
 
sábado, 3 diciembre 2011


 

Los gobiernos de cumbre en cumbre y los pueblos de abismo en abismo.
Hugo Chávez
La lengua es el castigo del cuerpo
Refranero



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El ciclo neocolonial que articuló al mundo árabe luego de las dos guerras mundiales y los procesos de liberación del norte de África llega a su fin entre las multitudes polvorientas que recorren las calles de sus principales ciudades esgrimiendo palos, fusiles, sables y metralletas. Se agotó la paciencia de las masas oprimidas contra los sistemas políticos que las reprimían. La consigna de la libertad agita a sus populosas mayorías y si bien aún nada se sabe de lo que les espera, aprisionados sus pueblos como están por sus milenarias teocracias, sus hábitos semi feudales y sus tradiciones ajenas a la comprensión del liberalismo ilustrado de Occidente, lo incuestionable es que ya nada será como antes. Los más optimistas apuestas a un rápido y convulsionado proceso de democratización occidentalista. Los pesimistas temen a la hegemonía del talibanismo integrista. Sea lo uno o lo otro, en el Medio Oriente nada será como antes.

Los ingredientes condicionantes de esta llamarada de violento despertar, que aún continúa su curso y no se detendrá hasta derrumbar todas las monarquías, regímenes dinásticos y caudillismos de jilaba y turbantes – ya Yemen se quitó la burka y Siria entra a una fase terminal en medio del derramamiento de sangre de la huérfana estupidez gobernante – son propios del escenario de la modernidad: la red, la globalización, la insólita simultaneidad de la comunicación y el conocimiento. Y los valores que le son consustanciales: la civilidad, la igualdad de oportunidades, la prosperidad y los anhelos y deseos que universalizan. La independencia, la igualdad de géneros, la inclusión, la libertad política, los derechos humanos, la democracia. Un IPad y un celular ya están a la mano de cualquier mortal, y con ellos una pequeña ventana de intercomunicación al amplio mundo de nuestra contemporaneidad. Sin que siquiera podamos imaginar los logros de la nanotecnología que nos espera.

Tan sobre determinante se ha hecho la inter dependencia, que ya a nadie extraña ver a China compitiendo por el primer puesto en el mercado mundial, junto a Estados Unidos y Europa. Quien lo dude o desconozca los mecanismos de la nueva organización mundial no tiene más que seguir los avatares de sus héroes deportivos, haciendo carrera en clubes de primera magnitud del primer mundo. Algo hasta hace veinte, incluso diez años, absolutamente impensable.

Por sobre los designios de aquello que con su proverbial pedantería romántica el joven y rico aristócrata caraqueño Simón Bolívar llamara anfictonía, se alza el avasallador proceso de integración globalizadora de las economías capitalistas. No es necesario el gorro frigio y la espada reluciente, posturas greco romanas ni galopes desenfrenados sobre briosas caballerías para proclamar la unidad de los pueblos. Ni siquiera es un problema político, como hace setenta y cinco años. Es una necesidad económica: el dólar y el Euro, el Brent y la onza hicieron realidad lo que soñaron nuestros aldeanos iluminados. Como diría Hegel, la universalización es un proceso histórico real, producto del espíritu de la modernidad, no el capricho de un delirante sino un hecho de la cosa misma.

 

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Latinoamérica no ha sido la excepción, si bien parece seguir entrampada en el estéril reservorio de las porfías románticas. Los bloques multinacionales que se constituyen para el bienestar y el progreso de los pueblos están liberados del contrabando ideológico de luchas por causas de ideas, grupos, partidos o naciones. Tienen que ver con la liberación de aranceles, la facilitación del intercambio, la superación de las trabas impositivas y las obligaciones contractuales. Incluso el derribo de viejos preceptos proteccionistas, castigos aduanales, levantamiento de barreras nacionales. Los tratados que coadyuvan a la facilitación del transporte de mercancías y la libre circulación de bienes e ideas. No es ninguna casualidad que las naciones que mayor progreso y desarrollo y un mejor posicionamientos en sus balanzas de pagos muestran, sean las que aspiran, si es que aún no lo poseen, a establecer un Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y el Canadá, las dos naciones más desarrolladas de nuestro hemisferio, las más ricas y las más prósperas.

La exclusión de ambas potencias económicas de la llamada Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe, CELAC, cuyo nacimiento se celebra con pífanos y fanfarrias bajo el oropel militarista de Caracas, lo dicen todo, sin decir nada: pretende darle vida a una fantasmagoría ideológico política propia de la conformación de bloques nacionales de comienzos del siglo XIX, no a la reunión de propósitos progresistas con el fin de facilitar el desarrollo, la prosperidad, el intercambio económico y cultural de los pueblos. Esa exclusión, una cobarde coartada de quienes dependen del intercambio comercial con los Estados Unidos y viven alimentándose de sus importaciones, como la Venezuela de economía estrictamente portuaria, no cambia los lazos de dependencia: los maquilla con la verborrea antiimperialista de quienes no pierden ocasión de depositar sus fortunas a resguardo del FMI:

El objetivo no podía ser otro, viniendo la iniciativa de quienes han torpedeado la existencia de organismos multilaterales que sirvieron eficazmente a la integración económica regional, como la Comunidad Andina de Naciones, el G3 y otras formas de cooperación. Se trata una vez más, como con la llamada UNASUR, de levantar el fantoche del antiimperialismo y reivindicar los delirios románticos de una gran nación independiente, una suerte de Gran Latinoamérica que le hiciera el contrapeso a los Estados Unidos. Una ficción ancestral, reciclada hace cincuenta años por el castrismo, con mayores ambiciones, pues la OSPAAL, Organización de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina, empujada por Fidel Castro desde la Habana con financiamiento de la Unión Soviética, pretendía nada más y nada menos que la organización de continentes enteros contra la hegemonía mundial de los Estados Unidos en plena guerra fría. Terminó como terminará la CELAC: en la nada.

Hay en este caso, un plus de realismo político que enmascara los verdaderos propósitos excluyentes de este organismo de clara inclinación y sesgo político: no se les pide a sus miembros, por ahora, la puesta en práctica de un proyecto revolucionario de corte marxista leninista, cuestión que queda diluida en las inmarcesibles nebulosas ideológicas del llamado socialismo del siglo XXI. Se les pide solidaridad. ¿Con qué y hacia qué propósitos? Pura tautología: solidaridad para la solidaridad. Pues ¿qué objetivos comunes pueden compartir sociedades que respetan la propiedad privada, el sistema de libre mercado, la estricta separación de Poderes y la plena vigencia del Estado de Derecho, como Chile, Colombia, México o Brasil, con aquellas que los rechazan y niegan de hecho o de derecho como Cuba, Nicaragua, incluso Ecuador o Bolivia y sobre todo el promotor principal y anfitrión de la iniciativa, la bolivariana y anfictiónica República de Venezuela?


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¿Puede imaginarse alguien con dos dedos de frente que el Chile realista, austero, riguroso y estricto en el manejo de sus principios y sus caudales, conquistados al duro precio del sudor de la frente de sus laboriosos ciudadanos podría compartir algún tipo de coordinación económica, política, cultural con un pueblo habituado al clientelismo estatista, megalómano y desquiciado, echado a los pies de las ubres petroleras, acostumbrado a recibir del Estado lo que en otras naciones sólo puede ser batallado a punta de esfuerzo personal? ¿Qué podría aportar la Venezuela desencajada económica, sociológica y políticamente por un caudillo delirante, irresponsable y suicida a naciones como Brasil, octava potencia mundial, a México, convertida en una gran potencia regional o a Chile, país que acaba de ser aceptado en el seno de la naciones más desarrolladas del globo?

De modo que estamos en presencia de otro parto de los montes, a que tanto nos han acostumbrado los ideólogos y caudillos de la región. Para darle en el gusto a quien ya despierta conmiseración por sus ensoñaciones terminales y a quien muchos de los visitantes deben agradecer una generosidad propia de un nuevo rico sin conciencia del futuro y sin responsabilidad ante la historia. Seguro, como cree estar, de que tampoco él tendrá que dar cuenta de sus atropellos, sus crímenes, sus felonías. Poseído por sueños de grandeza, mientras destruye la infraestructura económica y saquea lo poco de cultura heredada tras cinco siglos de esfuerzos.

Resulta patético verlo desvariar sobre ferrocarriles transcontinentales y carreteras de vértigo, mientras el Metro de Caracas naufraga en su abandono, los proyectos viales están paralizados, nuestras carreteras se convierten en cráteres lunares y nuestros aviones arriesgan a diario las vidas de miles y miles de pasajeros que contaron con la inenarrable fortuna de obtener uno de los escasos cupos disponibles.

Llega el último mohicano a la etapa final de su vida, minado inexorablemente por la enfermedad, parodia de sí mismo, sin abandonar sus trastornados proyectos de política ficción. Cuando hagamos el balance de esta pesadilla de una noche de verano veremos que invirtió un trillón trescientos mil millones de dólares en obtener audiencia. Dejando a su país en la bancarrota mientras organizaba saraos interestelares para entretenimiento de sus amigotes. Pobre Venezuela, qué triste tragedia la tuya.

sanchez2000@cantv.net

 

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