Ciertamente:
los problemas venezolanos debemos resolverlos los
venezolanos. El aterrador proyecto totalitario de Hugo
Chávez, elegido por venezolanos, mantenido en el Poder por
los venezolanos y tolerado por los venezolanos, sólo puede
ser contenido y erradicado por los venezolanos. La
responsabilidad por su ascensión al Poder nos compete a
nosotros, los venezolanos. Culpables de haberle entregado el
poder a un joven oficial golpista, enfermo de megalomanía y
ambicioso hasta la desesperación, sin ningún otro atributo
que su inescrupulosidad y su ferocidad carroñera.
Esto está claro. Y espero que la dirigencia opositora esté
también suficientemente en claro del talante del dictador
que detenta el mando y la voluntad que posee de mantenerse
en el Poder hasta que se lo coman los gusanos. Para
enfrentarlo sin melindres, sin medias tintas, sin
componendas, sin cabildeos. Con lucidez, coraje, generosidad
y grandeza.
Pero también está claro que ese proyecto totalitario le
concierne a toda la región, pues es a todo ella que apuntan
sus ambiciones, perfecto complemente del imperialismo
castrocomunista. Sin Chávez, sin sus petrodólares y su
osadía ilimitada, ni Evo Morales, ni Rafael Correa, ni
Daniel Ortega hubieran conquistado las presidencias de
Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Y si tuviéramos todos los
antecedentes en nuestras manos, podría atreverme a afirmar
que sin ese respaldo político, ideológico y financiero, ni
Lula ni los Kirchner hubieran alcanzado el Poder de sus
países. Quien crea que los maletinazos se limitaron al
pedestre expediente de Antonini Wilson está profundamente
equivocado.
Y no sólo a la región. Como lo demuestran sus lazos de
complicidad y entendimiento con el integrismo musulmán,
Chávez decidió jugárselas en las grandes ligas de la
política mundial. Sin parar mientes en el narcoterrorismo,
como lo demuestran sus lanzas rotas a favor de las FARC, su
defensa de Gaddafi, su alianza con Ahmadinejad, su temprano
entendimiento con Sadam Hussein, sus compromisos con
Lukaschenko. Chávez, si preciso fuera, no dudaría en apretar
el botón de esa bomba atómica que Castro soñó con pulsar
cuando el conflicto de los cohetes. Respaldando, por ahora,
con todos los elementos a su alcance las amenazas nucleares
iraníes contra Israel.
Todo esto es lo que está en juego en el caso de la
extradición de Walid Makled. Una conjura internacional de
alcances apocalípticos. Mucho más que las relaciones del
gobierno de Hugo Chávez con el de Juan Manuel Santos. E
infinitamente más que las deudas pendientes entre los
comerciantes colombianos y el fisco venezolano. De allí que
si primaran los principios de la paz mundial y el orden
democrático de la región – incluso la de nuestros vecinos –
Santos no podría
desentenderse de su responsabilidad entregándole Makled a
quien requiere urgentemente de sellarle los labios y
callarlo para siempre.
De esta decisión sobre el destino de Walid Makled depende el
futuro de Juan Manuel Santos. ¿Pasará a la historia como un
mercachifle o como un estadista? Sólo Dios lo sabe.