“Para obtener rápidamente
una amplia aprobación en las masas trabajadoras éstos son
los medios infalibles que hay que emplear. En los mítines,
copiar a los marxistas en el uso del llamativo color rojo
en manifiestos, letreros y pancartas, y servirse siempre
de los altavoces más ensordecedores. Nada de cuellos
blancos, sino una camisa corriente para no intimidar a los
obreros. Hay que tratar a los opositores del modo más
abiertamente ofensivo, para que la prensa adversaria, que
de otra forma ignoraría nuestras asambleas, se vea
obligada a hablar de nosotros”.
Adolf Hitler
Hay un antes y un después en
la historia de las tiranías: a.H., dH. Antes de Hitler y
después de Hitler. Hitler reformula, modifica y adecua el
discurso y la praxis de los tiranos de acuerdo a los
avances y transformaciones de la modernidad. Recrea el
totalitarismo. Tecnológica y políticamente.
Es Hitler quien
inventa la nueva forma de acceder a los gobiernos
democráticos y apoderarse de los Estados liberales:
debilitándolos primero mediante golpes de estado y
violencia callejera, y una vez fracasados y obtenido la
perseguida notoriedad, acoplándose a la dinámica
electoralista de democracias previamente fracturadas y
reblandecidas. Es la apropiación del Estado mediante
mecanismos legales. Para aniquilarlo con sus propios
medios. Lo dijo negro sobre blanco: en los Estados
modernos las revoluciones se hacen con, no contra el
Estado. Es él quien establece la dinámica de
apropiación indebida de las instituciones democráticas:
asumiéndolas constitucionalmente para vaciarlas de
contenido y ocuparlas con los nuevos valores, si a las
triquiñuelas y violaciones se las puede calificar de
valores. Por cierto, todos ellos contrarios a la
Constitución. Es él quien inventa la forma de entronizarse
de manera vitalicia: mediante plebiscitos y elecciones
cumplidas bajo las draconianas leyes electorales de sus
mecanismos de control absoluto. Es él quien gobierna en
permanente estado de excepción, sin ceñirse a ninguna otra
constitución o decreto que los que establezca al paso del
tiempo según sus necesidades y caprichos.
Es el modelo que
siguió Juan Domingo Perón. Es el modelo que respetó hasta
en sus más mínimos detalles Fidel Castro, si bien en su
caso mediante el agregado de una guerra de guerrillas y la
usurpación de una rebelión urbana y popular. Es el modelo
que ha utilizado Hugo Chávez, respetando el guión hasta en
sus puntos y comas. Jamás sabremos si de manera intuitiva
y espontánea o siguiendo los dictados de alguno de sus
asesores, como el argentino Norberto Ceresole. Puede que
la pedagogía del golpismo parido por Hitler en 1923,
cuando protagonizara el fracasado putch de la cervecería,
en Munich, se haya convertido en virus congénito y letal
de los caudillismos del llamado Tercer Mundo.
De todos esos
aspectos de manipulación de masas y control ciudadano uno
de los más llamativos y eficaces lo inventó el propio
Hitler, su gran descubridor: el uso de la manipulación
discursiva y el establecimiento de algunas sencillas leyes
para seducir y engañar a las mayorías. Martin Bormann, uno
de sus más eficientes carniceros en la persecución y
asesinato de millones de judíos, recogió las enseñanzas de
Hitler en su Bunker de Prusia oriental mientras dirigía la
guerra contra la Unión Soviética en el frente del Este:
“Para obtener rápidamente una amplia aprobación en las
masas trabajadoras éstos son los medios infalibles que hay
que emplear. En los mítines, copiar a los marxistas en el
uso del llamativo color rojo en manifiestos, letreros y
pancartas, y servirse siempre de los altavoces más
ensordecedores. Nada de cuellos blancos, sino una camisa
corriente para no intimidar a los obreros. Hay que tratar
a los opositores del modo más abiertamente ofensivo, para
que la prensa adversaria, que de otra forma ignoraría
nuestras asambleas, se vea obligada a hablar de nosotros”.
Ninguna casualidad que Sebastian Haffner, un gran
publicista e historiador antifascista, haya escrito en
esos tiempos tenebrosos que “a Hitler hay que tratarlo
como a un perro”. No haberlo hecho a tiempo permitió que
soltara todos sus demonios y provocara el mayor holocausto
y la más gigantesca conflagración de que tengamos memoria.
Allí están
prefigurados todos los elementos del fascismo cotidiano
que pretende aplastarnos desde hace once años. Por
andrajoso y polvoriento que sea su versión vernácula,
comienza a merecer un tratamiento semejante. Cuanto antes,
mejor. Mañana puede ser demasiado tarde.
sanchez2000@cantv.net