Se escuchó casi en un susurro,
dicho por la voz rezagada y temblorosa del presidente
Álvaro Uribe. Una acusación del tamaño de una catedral,
dicha como al desgaire, que ninguno de los presentes dio
por escuchada, a saber: que en Venezuela están instalados
Timochenko e Iván Márquez. Una insignificancia: son los
líderes fundamentales de las FARC. Dicho así al pasar,
mientras esa corte de la mediocridad y la farsantería que
con muy escasas excepciones – Alan García, del Perú, y en
parte, muy en parte, Michelle Bachelet, de Chile y tras de
ellos Lula, el presidente honorario del Foro de Sao Paulo
– planteaba algo sensato, contribuían a escamotear el
único tema que debió haber estado en la agenda de UNASUR y
que sombreó sobre toda la jornada: el asalto a la
democracia, que todos ellos en un rasgo de siniestra
hipocresía juran representar, y que es perpetrado desde el
corazón de Colombia por las FARC con la ayuda y la
injerencia de Hugo Chávez y sus aliados del ALBA.
Como unas serviciales
marionetas todos los presentes, con la ya dicha excepción
del Perú y en parte de Chile y la discreta complicidad de
Lula da Silva, le hincaron los dientes al hueso de Álvaro
Uribe. Que por razones inexplicables dejó en el tintero
las razones de Estado de su alianza estratégica con los
Estados Unidos, todas ellas reveladas hasta la saciedad en
los documentos de Raúl Reyes. La razón de esa necesaria
alianza estaba allí a la vista de todos, corporizada en
cada uno de los presidentes presentes y sobre todo de la
amable anfitriona, en un papel muy cercano al de una
burdeliana administradora: porque salvo los Estados Unidos
de Norteamérica ninguna de las naciones de la región están
dispuestas a contribuir a la lucha contra las
narcoguerrillas colombianas. Ni muchísimo menos a ponerle
atajo a la voracidad dictatorial de Hugo Chávez y sus
lacayos del ALBA. Tirada en un rincón, parienta pobre de
la elegante cumbre de Bariloche, lugar de recreo invernal
de la burguesía argentina: los pueblos de América y su
doliente deudora, la democracia.
Todos los presentes, salvo
Uribe y Alan García, escamotearon el auténtico tema del
debate: no la presencia militar de algunos cientos de
soldados norteamericanos sino las democracias
ensangrentadas por la ingerencia brutal del fascismo
chavista, en cuyo proyecto estratégico se encuentra el
derrocamiento de Álvaro Uribe y la entronización en
Colombia de un gobierno títere que sirva al proyecto
imperial del castro-comunismo chavista. En gran medida
financiado por el narcotráfico, ante la pérdida de
ingresos debido a la caída de los precios del crudo. ¿Por
qué tanta preocupación de Chávez, de Correa y de Evo
Morales por la presencia de aviones radares
norteamericanos operando sobre territorio colombiano? ¿Por
qué el horror a que sus conversaciones sean interceptadas?
¿Cuáles son las razones de Estado que hacen imprescindible
impedir el espionaje electrónico en la región por parte de
quienes espían hasta los suspiros de sus opositores? Por
una razón de bulto, disfrazada de soberanismo: porque
tales radares contribuirán de manera efectiva a ponerle
coto a las FARC y demostrarán las rutas que sigue el
narcotráfico desde sus fuentes de producción,
procesamiento y distribución, de los cuales Bolivia y
Venezuela son base territorial. ¿O vamos a olvidarnos del
gremio al que pertenece Evo Morales, del que no oculta ni
un ápice? Los cocaleros. Ningún alcance de nombres.
Mientras en UNASUR los
presidentes de la región - con la excepción de Alan García
todos crías de Castro llegados al Poder por el azar del
juego generacional -, insistían en el tema de las bases
militares con presencia norteamericana, el fantasma de
todos los chovinismos izquierdistas de la región, en
Venezuela se enviaba a once trabajadores de la perseguida
Alcaldía Metropolitana a una cárcel de alta peligrosidad y
se postergaba una vez más la apertura del proceso contra
el prefecto de la misma alcaldía, Richard Blanco. Como en
el famoso poema del chileno Carlos Pezoa Véliz: en
Bariloche “tras la paletada nadie dijo nada, nadie dijo
nada…”
Mientras todos los presentes
armaban alharaca por la necesidad de constituir una
comisión en visita para verificar in situ qué es lo que se
traerá entre manos Álvaro Uribe con su alianza estratégica
con los Estados Unidos, nadie insinuó siquiera la
posibilidad de constituir una comisión de visita para
inspeccionar in situ las reiteradas y sistemáticas
violaciones a los derechos humanos que se cometen a diario
en Venezuela. Todos, esta vez sin excepción ninguna,
hicieron como quien oye llover. Lo mismo que hacen sus
embajadores en la OEA, justificando la razón esgrimida por
Insulza para no tocar el tema de la dictadura chavista en
Venezuela: Chávez no lo autorizaría. Santa palabra que
todos los presidentes latinoamericanos obedecen como ley
divina. Ni a Brasil, ni a Chile ni a Argentina - ¡incluso
ni a Colombia y México, lo que ya es el colmo! – les
interesa tratar en la OEA lo que los demócratas
venezolanos reclaman a gritos. A los gobiernos
latinoamericanos hoy regentes la democracia, de verdad,
verdad, les interesa un pepino.
¡Alcahuetes y cómplices! Ni de
la OEA ni de UNASUR: nada pueden esperar los demócratas de
la región de esta camada castrista. Llegó la hora del
relevo. Dios quiera apurarla, para contar con auténticos
estadistas, no con los esperpentos que jugaron una vez más
a escamotear sus obligaciones constitucionales.
sanchez2000@cantv.net