A Pompeyo Márquez, inspiración de las
nuevas generaciones
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No existe una sola razón
suficiente que explique la insólita división que sufren
hoy las fuerzas opositoras que militan en los diversos
partidos políticos democráticos. Lo que fuera el campo de
la socialdemocracia – AD y el MAS – se ha subdividido en,
por lo menos, cinco medianas o pequeñas agrupaciones: AD,
ABP, UN NUEVO TIEMPO y PODEMOS. Si se les agrega BANDERA
ROJA Y LA CAUSA R, originalmente distantes de la ideología
socialdemócrata pero hoy por hoy agrupaciones políticas
orgullosas de su talante y compostura democráticas,
tenemos un archipiélago de agrupaciones que comulgan con
los mismos principios, poseen los mismos anhelos, se
sienten identificados con la misma causa y quisieran
aportar a la construcción de la Venezuela democrática y
social con el mismo entusiasmo. ¿Por qué está insólita y
dolorosa división?
Lo mismo o parecido sucede en
el campo del socialcristianismo. Las fuerzas que en el
pasado se sintieran representadas en el Partido
Socialcristiano Copei se subdividen hoy en COPEI, PRIMERO
JUSTICIA, PROYECTO VENEZUELA, CONVERGENCIA Y ALIANZA
POPULAR. ¿Alguna razón de peso que explique ese
parcelamiento que no corresponde a intereses propiamente
ideológicos o doctrinarios, sino a legítimas aunque
extemporáneas ambiciones y aspiraciones individuales?
Ninguna. Ese poderoso campo de la articulación de
intereses particularmente de nuestras clases medias, de
nuestros profesionales y empresarios, hoy crecido al
fragor de la vertiginosa toma de conciencia de nuestra
sociedad civil, debe confluir en una unidad superior que
al mismo tiempo que reagrupe las fuerzas, las oriente
hacia el logro de los anhelos de paz, de prosperidad,
seguridad y justicia que late en el seno de la sociedad
venezolana.
De allí que esta Mesa Unitaria,
surgida al empuje de necesidades políticas perentorias,
sea extraordinariamente oportuna y tenga un inmenso camino
por recorrer. No sólo reconquistar los espacios
institucionales hoy usurpados por el régimen y permitir la
transición hacia un gobierno auténticamente democrático,
de todos y para todos. Sino diseñar los próximos cien
años de nuestra vida social, económica, cultural y
política. En lo inmediato, sentar las bases de la Nación
que queremos y nos merecemos y terminar por transitar al
siglo XXI, que espera por nosotros tras esta siniestra
recaída en las tinieblas del siglo XIX.
Ese país del futuro, esa Nación
de pantalones largos, libre de las rémoras de atavismos y
prejuicios y libre de la roña ideológica de un trasnochado
pasado revolucionario, no será posible sin la
reunificación de ambas familias y la capacidad no sólo de
reagruparse, sino de crecer y asimilar los nuevos
afluentes de un pensamiento liberal, progresista, al día
con las pulsiones y necesidades de la globalización.
Es la unidad que el siglo nos
exige. Honrémosla.
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La gravedad de esta balcanización de las
fuerzas políticas venezolanas y la profunda crisis moral
de nuestra sociedad no obedecen a la acción consciente de
quien ha terminado disfrutando de sus perversos efectos.
Él es antes bien su producto. Tales males expresan una
suerte de harakiri de las élites venezolanas y un grave
traspié de nuestra sociedad civil. No ha sido Hugo Chávez
el inductor de esta sísmica fragmentación, así haya
servido objetivamente a sus propósitos de aplastar a las
fuerzas democráticas, vaciar de contenido a nuestras
instituciones y entronizar un régimen totalitario
siguiendo la máxima cesariana de dividir para imperar. El
ha sido su principal beneficiario y su gran causahabiente.
Esa división es producto de la grave crisis del sistema de
dominación puntofijista, acelerada tras del Caracazo y el
golpe de estado del 4-F; de la anti política promovida
desde la inconsciencia nacional que se convirtiera desde
entonces en consigna mediática y corrompiera las bases del
espíritu democrático de nuestra sociedad civil y de la
irresponsabilidad con que el liderazgo tradicional – no
sólo el político, sino el académico, el jurídico, el
empresarial - enfrentara dicha crisis y se entregara, casi
sin luchar, a los designios de un auténtico arrebatón
fascista a nuestras instituciones. Expresa una grave
enfermedad social que nos afecta en nuestra fibra más
íntima y que estamos padeciendo en sus más dolorosos
efectos.
Así suene paradojal y doloroso:
esta balcanización y los siniestros efectos concomitantes
los hemos provocado nosotros mismos. Y no los superaremos
sino con nuestro propio esfuerzo. Suerte de castigo y
penitencia por nuestra grave irresponsabilidad. Requieren
de una pedagogía política que sólo nosotros podremos
saldar con sensatez, sentido histórico y entrega vital a
un gran proyecto de reconstrucción nacional. No será la
primera ni la última vez que un pueblo se hunda en los
abismos y se recupere para levantarse de sus propias
ruinas para reconstruir su presente y su futuro. Guardando
las debidas distancias, la maravillosa obra de
reconstrucción social, política, económica y cultural de
Japón y Alemania, de Italia, Francia y España nos sirven
de arquetipos ejemplares. Si ellos, que se hundieran en
los desastrosos efectos del fascismo y vivieran la más
grave crisis existencial de sus historias, pudieron
reconstruirse y alcanzar los altos niveles que hoy viven,
¿por qué no nosotros?
Todavía hoy rige en las
universidades y en las diversas instituciones que
estructuran y fundamentan los valores éticos y morales
esenciales de dichas sociedades el impulso autocrítico,
verdaderamente regenerador de la vida espiritual de esos
pueblos. Será nuestro correctivo, nuestro impulso vital y
nuestra penitencia: preguntarnos por las causas de nuestro
extravío, enfrentar el peso de las taras que nos empujaran
al abismo y comenzar a edificar los correctivos capaces de
volvernos a enrumbar por la senda de la democracia
afincada por la generación del 28 en una gran cruzada
civilista, anticaudillesca y antimilitarista. Poniendo la
honestidad y el sacrificio en la función pública los
valores esenciales de nuestra convivencia democrática.
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Tuvieron que pasar treinta y
seis años desde esa maravillosa y primera gran expresión
de civilidad para que su principal protagonista, el joven
Rómulo Betancourt, ya con dos experiencias de gobierno a
cuestas, sobreviviendo a atentados y golpes cuarteleros
propiciados por quien desde La Habana desestabilizaba la
región y pretendía imponer un imperio totalitario bajo su
férula pudiera señalar en su último mensaje presidencial,
con humildad pero con manifiesto orgullo:
“Terminado mi mandato, yo mismo y quienes
conmigo han colaborado en los rangos superiores de la
administración pública, estamos en plena capacidad de
demostrar, ante cualquier organismo o entidad, pública o
privada, que ni un solo bolívar de los miles de millones
que hemos administrado se nos quedó en las manos, para
beneficio propio.”
La inmoralidad, el peculado y la peor y más
siniestra de nuestras taras genéticas, el despilfarro, la
malversación y el saqueo para provecho personal de los
dineros públicos, se han vuelto a enquistar en el cuerpo
malherido de nuestra vida pública. Asombra que los dos
males a los que más temía Betancourt al comienzo de su
mandato, hace exactamente medio siglo: la corrupción y el
castro comunismo, se hayan re enquistado en el cuerpo
social venezolano de la mano de un militar golpista e
inescrupuloso, quien además reabre la herida sangrante del
cáncer congénito a la república desde los tiempos de su
nacimiento: el militarismo. Y hace del sometimiento y el
vasallaje de la sociedad civil proyecto de Nación.
Guardando las debidas
distancias, volvemos a los comienzos de nuestra
democracia. Debemos enfrentar los viejos males, ampliados
a discreción por la desenfrenada ambición de un caporal
dotado por la fortuna con unos recursos verdaderamente
gigantescos. La corrupción de los funcionarios – civiles y
militares - se ha cebado del Estado y al saqueo a nuestras
finanzas se suma el saqueo a las instituciones. Venezuela
vuelve por sus peores fueros. Sólo una revolución moral,
el pleno restablecimiento de la ética en el manejo de los
asuntos públicos y el severo castigo a los asaltantes
enmascarados de socialismo podrá volver a enrumbarnos por
la senda del entendimiento, la justicia, la paz y el
progreso.
No deja de ser una cruel y
sangrante metáfora de estos tiempos de tinieblas que el
hijo y nieto de un ladrón y saqueador de los dineros
públicos, condenado en 1936 por la justicia bajo el
gobierno de López Contreras por ladrón de sellos fiscales,
carretas, camiones, rejas y tejas de la gobernación de
Barinas que le encargara el dictador Juan Vicente Gómez,
sea la marca indeleble de la inmoralidad gobernante. Ni
que su padre condense el feo rostro de la conspiración, la
maldad y la intriga.
Ellos y otros personajes del
régimen, antaño calificados de “grandes cacaos”,
constituyen el símbolo de lo que debemos erradicar de
nuestra sociedad si aspiramos a construir un futuro de
grandeza y legitimidad. Para hacerlo, para poner en acción
la gran cruzada de la higiene y la reconstrucción
nacional, la reunificación de nuestras familias políticas
es una conditio sine qua non. Que Dios y la historia la
faciliten.
sanchez2000@cantv.net