A Felipe Mujica
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Se equivocó Enrique Capriles
cuando vio el viaje a Washington desde el reverso de sus
binoculares: no se trataba de dispensarle una visita de
cortesía al Secretario General de la OEA, de quien sabemos
perfectamente los puntos que calza. Ni siquiera de conocer
los despachos de la OEA, una suerte de club geriátrico en
el que los embajadores de repúblicas y republiquetas
latinoamericanas varias se reúnen a tomar el té de las
cinco en punto de la tarde. No se trataba ni de Insulza,
el jabonoso – maravillosa descripción hecha por el
editorialista de El Nacional – ni de la OEA, la impotente.
Que si de unos y de otros se tratara, mejor nos quedábamos
en casa.
Se trataba de comprender la
política más allá de los estrechos linderos de nuestra
comarca. De situar el grave problema de la Venezuela
decadente – que no nace en diciembre de 1998 pero que hoy
alcanza cotas apocalípticas – y el derrumbe de sus
instituciones – que no comienza en febrero de 1999 pero
hoy sufre una hecatombe – en el centro de la política
mundial. Y más importante aún: de hacer valer en el más
importante foro continental la voz de los nuevos
liderazgos venezolanos.
Se trataba entonces de conjugar
la denuncia y el reclamo por los graves e intolerables
atropellos que hoy sufrimos con el derecho constitucional
a resolver los gravísimos problemas que vive la república
con nuestra propia dirigencia opositora. Y dando prueba de
madurez, de grandeza y templanza moral, demostrarle al
jabonoso y a la corte de los milagros que sesiona a su
sombra que Venezuela está perfectamente capacitada para
salir de Chávez, establecer un gran gobierno y
comprometerse a volver a Washington en otros términos. No
a conversar con la OEA, sino a reformarla.
Pues de los que se trataba, y
es bueno que el joven Capriles lo sepa, es de comenzar a
poner las piedras fundacionales de la Revolución
Democrática. La que se erigirá sobre las ruinas de una
década de sangrienta ruindad chavista y algunas de
polvorienta decadencia puntofijista. De sepultar a las
familias barinesas que hoy medran a la sombra del estupro
del hijo presidente y también a aquella república del
pasado en que familias poderosas podían comprar
diputaciones y senadurías para erigir nuevas dinastías
políticas.
Se fue, se va y se irá a
Washington a hacer valer la voz poderosa, decente y viril
de la sociedad democrática venezolana. Así les incomode a
los socios del teniente coronel o les provoque escándalo a
sus visires. Así un embajador señorón y lloroso ponga el
grito en el cielo y reclame el auxilio de arsénico y
encaje antiguo. Reconvertido de la noche a la mañana en
vicario de la narco revolución venezolana.
Se fue a poner en el orden del
día el nacimiento de la revolución democrática venezolana,
que comienza a levantar cabeza y a reclamar sus derechos
entre la inmundicia y el detritus del militarismo
reinante. Se fue a golpear las puertas del templo. Para
que no se diga un día de estos, que procedimos en el
silencio de las conspiraciones y el sopor cuartelero de
caudillos golpistas y traidores.
Más y más legítimas razones
para ir a Washington, imposible. El éxito de esa jornada
bien vale un despecho. Ya pasarán los tiempos del rencor,
la pequeñez y las envidias. El futuro es de todos.
2
Es el comienzo de una presencia
en el escenario internacional que deberá ser reafirmada
periódicamente, con obstinación. Ayer con el Alcalde
Metropolitano, hoy con algunos de nuestros gobernadores –
debieron ser todos, y algunos faltaron -, mañana con
parlamentarios. Y luego con rectores, académicos,
empresarios, artistas.
En el lugar que sea útil y
necesario. Pues de la misma manera que la realidad
económica, tecnológica y cultural se ha globalizado, de la
misma manera se ha globalizado el derecho a la protesta, a
la reivindicación, a la lucha. No permitiremos encerrarnos
en nuestras covachas y empolvarnos en nuestros rincones
como en los tiempos de Juan Vicente Gómez. Ya con Pérez
Jiménez la lucha contra la dictadura se libró en el
interior y en el exterior. Aquí de la mano de nuestros
jóvenes luchadores sociales y políticos, bajo la
coordinación de AD, de URD, de COPEI y del Partido
Comunista, que hoy traiciona ese maravilloso legado de
lucha contra el autocratismo militarista y sirve de
comparsa del teniente coronel en su carnaval de corrupción
y atropellos.
Pero en el exterior se libraron
luchas extraordinarias. Se fraguaron alianzas, se editaron
obras imperecederas, se acompañó la lucha sin descanso.
Imposible olvidar a Ruiz Pineda, a Carnevali y a los
cientos de asesinados por la Seguridad Nacional. Pero
también es imposible olvidar a Rómulo Betancourt o a
Andrés Eloy Blanco preparando el futuro y orientando los
combates por venir.
Tampoco entonces se tenía una
agenda detallada de los acontecimientos del futuro.
Tampoco entonces se sabía la fecha en que finalizaba la
pesadilla. También entonces cundía el desánimo entre los
más débiles y se ponía en cuestión las iniciativas. Hasta
que la marea del descontento, de la indignación, del
rencor y del odio se hizo incontenible y no hubo fraude,
ni parlamento, ni justicia, ni policía política, ni
asesinatos ni obras que pudiera contenerla. Rompió todos
los diques y arrasó con una dictadura que se creía
todopoderosa e inmutable, como todas las dictaduras de la
historia.
Esta dictadura comienza a
bordear los peligrosos linderos del descontento, de la
indignación, del rencor y del odio. Más se hunde en sus
contradicciones y más errores comete, enceguecida por lo
que cree ser un poder omnímodo y omnisciente. Estira la
cuerda de los atropellos y se prepara a radicalizar y
subir sus apuestas, creyendo que todo lo puede y que todo
lo tiene. Se arriesga incluso a la hipocresía de una doble
moral: es golpista hasta la médula y acusa de golpistas a
cuantos le enfrentan. Aplasta con la Constitución y exige
su respeto a discreción en donde nadie lo llama. Ejerce de
facto y acusa a otros gobiernos de serlo.
En tanto más avancen las
contradicciones y más se hunda en la ingobernabilidad,
mayor será la necesidad de desenmascararlo, de desnudarlo,
de mostrarlo en su pútrida verdad ante los ojos del mundo.
Ese fue, es y será el objetivo
de nuestra política exterior. No darle descanso. No
permitirle maquillajes. Estropearle la fiesta. Es una
política que recién comienza. Por ahora en Colombia, en
Washington. Pronto en otros países y en otros foros
internacionales. Nada ni nadie podrá impedir que el mundo
se entere de nuestra verdad. Todo lo demás es
insignificante.
3
Vienen tiempos tormentosos.
Tiempos muy duros. Tiempos de sangre, sudor y lágrimas. El
régimen ha decidido ingresar al dudoso territorio de la
violencia, del atropello, del terrorismo de Estado.
Constata mediante encuestas y estudios que pierde sostén
popular y se acrecientan los conflictos. Sabe que en
condiciones normales, pierde todos los enfrentamientos
electorales. Sabe que somos mayoría. En todas las clases y
estratos sociales.
Comprende que se fue el paraíso
de la bonanza petrolera y hoy, con sus manos vacías, no
tiene nada. Los pobres son más pobres. La pobreza extrema
ha aumentado dramáticamente. Tan erróneo e ineficiente fue
su dispendio, que no supo superar ese mal endémico. De
este despilfarro homérico gozaron los ricos y los
poderosos, los banqueros e incluso los sectores medios.
Pero los pobres asistieron al festín de Baltasar como
siempre, agarrando las migajas. Hoy están a punto de
asaltar los restos de la borrachera.
La clase trabajadora sufre como
nunca antes. Los sectores petroleros, del aluminio, del
hierro comienzan a rebelarse ante la pérdida de sus
derechos básicos. Venezuela es un polvorín a punto de
estallar. El reventón no depende de la voluntad de un
hombre. Es inevitable.
Por eso, en lugar de corregir,
buscar el diálogo y manejar la crisis con criterio de
estadista, el loco delirante que ocupa Miraflores se
prepara a apretar las tuercas, imponer todo un paquete de
leyes impopulares y violatorias no sólo de la
constitución, sino de la más profunda idiosincrasia
nacional.
Esa es la razón de haber vuelto
a poner a Rodríguez Torres en la Disip. Manejó la policía
política en los años turbios que van del 2002 al 2005.
Será el encargado de manejar el terror de Estado. De
perseguir a la oposición y aplastar a la disidencia. De
pasar a mayores y bañar en sangre inocente las calles de
Venezuela. Será el mercenario que permita lo que pondrán
en práctica quienes persigan a trabajadores, a
estudiantes, a amas de casa, a los pobres de siempre.
Debemos impedirlo. Y una de las
vías de hacerlo es poniendo a Venezuela en el tapete rojo
de los países forajidos, de los narco gobiernos, de las
neo dictaduras. Poniéndole un grillete a las apetencias
imperiales y subversivas del caudillo y un bozal a sus
destemplados embajadores.
Es el complemento a las luchas
de calle, que son las únicas capaces de frenar al
terrorismo de Estado que se incuba en los cerebros
enfermos de Miraflores.
Vienen tiempos difíciles.
Sepamos honrarlos.
sanchez2000@cantv.net