Escuchando las extraordinarias
intervenciones de César Pérez Vivas y Antonio Ledezma en
el Foro contra la írrita Ley de Educación – con la que
habrá que hacer lo que la tradición de nuestros gobiernos
coloniales: “se acata, pero no se cumple” – se ha
acrecentado mi convencimiento en un hecho de
trascendentales consecuencias para nuestro futuro como
Nación: en Venezuela ya está naciendo un nuevo liderazgo.
Al escuchar al gobernador del Zulia, el joven Pablo Pérez,
esa percepción se acrecienta y complementa: Venezuela
puede mirar confiada hacia el futuro. La democracia tiene
quienes la defiendan, la reconstruyan y fortalezcan. Tras
suyo abundan jóvenes dirigentes estudiantiles y
sindicales, gremialistas y profesionales como para
conformar la élite de nuestra clase política. Podemos
mirar hacia el futuro con el ánimo de la victoria.
Es un cambio trascendental,
histórico. Pues el protagonismo de las luchas de nuestro
inmediato pasado descansó antes en el anonimato de nuestra
sociedad civil que en la conducción política de dirigentes
esclarecidos y fogueados. Puede que en esa debilidad
congénita de nuestra década perdida, avasallada por el
redivivo fantasma del caudillismo decimonónico, descansen
las frustraciones de esfuerzos gigantescos, como la
hermosa rebelión ciudadana del 11 de abril, malversada por
el oportunismo y la mediocridad de quienes estaban a años
luz de la capacidad del liderazgo que esa rebelión
demandaba. Digámoslo sin ambages: los protagonistas
civiles y uniformados de esa jornada no le llegaban a los
talones a quienes dieran sus vidas en el esfuerzo por
recuperar nuestra democracia. El saldo ha sido la cuasi
destrucción de la república.
Natural que así fuera. Si los
cuarenta años de democracia – el único período
verdaderamente pacífico y socialmente productivo de
nuestra historia – desembocaron en la anarquía, el caos y
la disolución de un gobierno militarista y autocrático, se
debió a la decadencia del liderazgo político. Los
estadistas nacidos al fragor de la rebelión estudiantil de
1928, particularmente Rómulo Betancourt, fueron
desplazados por guachimanes de los partidos históricos.
¿Comparable Betancourt o Leoni con Jaime Lusinchi? ¿O Luis
Herrera con el primer Caldera? Peor aún: esa catastrófica
decadencia encontró un asombroso testimonio en sus propios
protagonistas, Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera: haber
permitido la usurpación de tiempos de profundas
transformaciones en esas dos figuras que testimoniaron con
sus vidas y sus ejecutorias la decadencia de la vida
política venezolana demuestra el extravío al que llegaron
nuestras instituciones. De allí una propuesta de
inaplazable cumplimiento: una de nuestras primeras
modificaciones constitucionales debiera ser la estricta
regulación y atemperancia del presidencialismo reduciendo
el período presidencial a cuatro años, con el derecho a
una sola reelección inmediata. Y un consejo extra
constitucional: que los ex presidentes se jubilen y se
vayan junto a sus nietos a escribir sus memorias. Que no
tranquen la necesaria renovación de nuestros liderazgos,
como en nuestro inmediato pasado. Y como se ha hecho
caricatura en los pujos vitalicios de nuestro teniente
coronel.
Volviendo al tema: discursos
como los que dieran los gobernadores del Táchira y del
Zulia y el Alcalde Metropolitano en el día de ayer no se
escuchaban en Caracas o en el Zulia desde los albores de
nuestra democracia. Densos, con un hondo sentido de
responsabilidad y pedagogía política, preñados de
indicaciones concretas a la línea a seguir para recuperar
nuestro estado de derecho. Quienes quisieran pescar en río
revuelto proponiendo primarias para encontrar líderes ,
como si se tratara de un concurso de belleza, desconocen
la esencia de la política y la profunda y rica aventura de
los pueblos en su histórico devenir. Los líderes no se
concursan: se hacen en el fragor del combate, con talento,
perseverancia, abnegación y fortaleza de espíritu.
Es un reencuentro definitorio:
el de la sociedad que reclama a gritos por un cambio
auténticamente revolucionario y democrático y el
nacimiento de un liderazgo capaz de satisfacerlo. Se
produce cuando el régimen, atrofia de nuestras peores
taras, babea sus últimos estertores. Como bien decía
Carlos Marx: la historia sólo se plantea los problemas que
la afectan cuando es capaz de resolverlos. Los estamos
resolviendo.
sanchez2000@cantv.net