Inicio | Editor | Contáctenos 
 
 

En el parque jurásico
por Antonio Sánchez García  
lunes, 19 enero 2009


A Antonio Ledezma

                                                                                                  

“La democracia, me dijo un ex presidente, consiste en saber hacer maletas, y es una gran verdad. El Príncipe democrático es de corta duración, aunque aquel que está en la lucha cotidiana tiende a la mirada de largo plazo.”

Ricardo Lagos, Presidente de Chile

 

1

 

            Quien haya viajado a Cuba habrá tenido esa insólita impresión de inmovilismo, de quietud absoluta, de anestesia que se respira por las calles de La Habana, por los pueblos y ciudades del interior, por los poblados de Cuba, la desdichada. Como si un ente maligno, un dragón de cuentos de hadas o un fantasma de otras galaxias hubiera lanzado sus maleficios y encantamientos por sobre la que fuera una rumba de creatividad y potencia. Cuba lleva cincuenta años convertida en un  auténtico invernadero. El tiempo se detuvo, como si aquella famosa amenaza que tanto nos divertía en nuestra juventud se hubiera realizado literalmente: llegó el comandante y mandó a parar. Como en aquellos juegos de la infancia: un, dos, tres, reina es y todos congelados en sus cuatro esquinas.

 

            No faltan quienes aman ese inmovilismo, añoran esa paz sepulcral, sacrifican cuanto tienen por jugar a que viven en el siglo diecinueve. Conozco más de un jubilado europeo, marxista de corazón y fanático revolucionario que odia el progreso, detesta el bullicio, se escandaliza ante aviones supersónicos, milagros cibernéticos de la red, trenes de alta velocidad y túneles de acceso rápido. Los he visto bajar cabizbajos de sus charter en Rancho Boyeros, desmelenados y paralíticos, la boca ya desencajada por los años, que recibían una brisita de vitalidad ante la esfinge del Ché Guevara. También los he visto con la mandíbula colgando ante las estanterías vacías de unos abastos de mala muerte, atendidos por unos expendedores fantasmas que esperan a Godot con los codos sobre sucios mostradores que no ofertan nada. La mirada perdida en sabe Dios qué lejanías, una grasienta libreta de racionamiento en las manos.

 

            Cuba es muchísimo peor que una sencilla imagen congelada. Es una imagen descascarada, desteñida, deshilachada, arruinada y descolorida. Cuba es la imaginería social de un agujero negro. Nada pasa. Nada pasó. Nada pasará. La destilación pura de un cuento de García Márquez: unos señores duermen una siesta de cincuenta años, enflaquecen, bostezan, y de vez en cuando sacan sus muñones a las estentóreas órdenes de los funcionarios para marchar ante la oficina de negocios de los Estados Unidos. Surrealismo puro. Pues mientras en Cuba no pasa nada, todo huele a repollos podridos, a fetidez de colchones manchados y a aguas estancadas, en Estados Unidos el tiempo se desplaza a una velocidad vertiginosa. Vienen y van sus satélites y naves interestelares hacia otros planetas. Ya asoman sus narices por los pliegues del siglo XXII, mientras el culo de Cuba se oculta tras los últimos cortinajes del siglo XIX.

 

            Entre tanto, el tirano agoniza. Ha hecho de su agonía una película en cámara lenta. También él detiene su tiempo de congojas, de asfixias, de hipos atragantados y fetidez encapillada. Cuelga su pellejo entre la vida y la muerte. Una simple diferencia de estilo. En una Cuba amortajada, un muerto más no quita ni agrega nada. Bien podría su cadáver petrificado quedarse apoyado en un dintel del palacio de gobierno, mirando a lontananza, para siempre. Sin que se le mueva una pestaña. Una momia palpitante.

 

            ¡Cuba, qué linda es Cuba! 

 

2

 

            Es lo que quisiera el pobre infeliz que nos desgobierna: detener el tiempo y ensartarnos para siempre en el muestrario de las tiranías, de modo que mientras nos hacemos polvo interestelar él pueda volver, devolver y regurgitar sus digestiones, dormir siestas sempiternas, soltar sus ventosidades mientras se revuelca en el imaginario fragor de sus frazadas. Dejando pasar los años mirándose el ombligo en compañía de otros dictadores, de otros tiranos, de otros despotismos. Vivos o muertos. Por ejemplo: Juan Vicente Gómez. Por ejemplo, Mugabe. O Ahmanidejan. O el glorioso pellejo de Fidel Castro, relleno de paja, como los ídolos de los aztecas en las cúspides de sus templos. Huitzilopochtli o Tlaloc. O cualquiera de esos militarotes zafios y estúpidos que orlan el almanaque del tercer mundo y se pasean por Fuerte Tiuna, bastón de mando golpeándoles las canillas, a la espera de una gobernación o una alcaldía con que engordar sus faltriqueras.

 

            No es casual que en ese su deseo de momificarse en vida y convertirse en estatua de sal, cuente con el respaldo de un buen tercio de nuestra población. Es el tercio más reaccionario, más retrógrado, más desamparado de nuestra sociedad. Bien quisiera congelarse, aunque recibiendo la nómina, el cheque, la franquicia, el donativo. Juan Barreto, imagen sórdida y degradada de esa nada rellena de huevos escalfados y carnes estofadas en descomposición, contrató cerca de diez mil faineants, vagabundos, ociosos, malevos para que agitaran banderitas, atropellaron transeúntes, violaran ciudadanos, robaran, saquearan, pillaran y vejaran en nombre de la revolución a honestos comerciantes, a peatones desprevenidos, a gente decente a la que no se le permitió hacer nada en ese coto de la marginalidad en que devino el centro de Caracas. Se pasean oteando opositores por los laberintos del Silencio, orinando y defecando en los rellanos. Que esa es la cultura rojo rojita. Convertir los espacios públicos en letrinas para uso y abuso de los ociosos de plantilla. Mientras, Barreto desvariaba leyendo solapas de pensadores franceses y pergeñando sus ensoñaciones rosadas.

 

            Eso fue y eso será en la memoria de los venezolanos la revolución bolivariana. Un intento frustrado por detener el curso de nuestra historia. Que encuentra en la propuesta de enmienda constitucional el último de sus embates. Congelar en la miseria de asignaciones públicas a veintiséis millones de venezolanos y reducir el ámbito del Poder y las decisiones al puñado de militares corruptos y vende patrias que hoy lo usurpan. Inconsciente de la pérdida creciente de respaldo popular, del abismo que se abre ante sus pies, el teniente coronel ordena que nos dirijamos una vez más a las urnas para firmar nuestra sentencia de muerte y facultarlo a hacer y deshacer con Venezuela como si se tratara de una hacienda de su propiedad. Vuelve a hacerlo atropellando las normas constitucionales, poniendo en acción al vasallaje que le obedece, desnudando el tripero de la bajeza y ruindad de jueces, parlamentarios, ministros y funcionarios. Desconociendo la potestad de la soberanía popular, que ya le rechazó la misma propuesta y lo condenó a su precaria temporalidad.        

 

            Volverá a ser derrotado. Volverá a recibir ese baño fecal que lo revolcara en diciembre de 2007 y en noviembre de 2008. Pues mientras más largas y tediosas sus cadenas, más frágil el entramado de legitimidad sobre el que se asienta. Alcanzó el techo de la aceptación popular en diciembre de 2006 y desde entonces no ha hecho más que desmoronarse. Es la tendencia irreversible de los tiempos, que lo empujan inexorablemente hacia la puerta de salida. Mientras más cercana, mayor su desesperación. No gobernará los cuatro años que aún le restan. Los pasará pataleando inútilmente por convencernos de la necesidad de renunciar a nuestros derechos y cedérselos graciosamente. La historia le dijo basta. Pronto le mostrará el fin.

 

3

           

“La democracia es saber hacer las maletas”, cuenta Ricardo Lagos que le comentó alguna vez un ex presidente amigo. A lo que él agregó, con su sabiduría de buen gobernante, que el reinado de un príncipe democrático es breve. En su único período de gobierno, la mitad del que ya lleva en el Poder el teniente coronel Hugo Chávez, hizo por Chile lo que ya el nuestro no podrá hacer jamás nunca por Venezuela, así gobierne hasta el fin de sus días. Sin contar ni con una pizca de los medios con que contara Chávez pero imbuido de patriotismo, de espíritu gerencial y liderazgo, combatió a la pobreza reduciéndola a los límites máximos que hoy alcanza. Modernizó su país, terminó por consolidar la reconciliación entre los chilenos y puso a su país a valer en el concierto de las naciones. Su máxima: no servirse del Poder para sus fines personales sino convertirse en un fiel servidor público, sin otro objetivo que engrandecer su patria y favorecer a sus ciudadanos.

 

Traigo a colación la obra de Lagos, un socialdemócrata ilustrado, y del Chile de la Concertación, con sus cuatro presidentes sucesivos – dos democratacristianos y dos socialdemócratas - , como paradigma alternativo al de Hugo Chávez y el castrismo que pretende imponernos.  Copará el equivalente a tres períodos de gobierno de nuestro pasado inmediato, durante los cuales no ha hecho más que arruinar al país y sumirlo en la devastación material y moral. A pesar de lo cual insiste en convencernos de la necesidad de permitirle ampliar esos catorce años tanto tiempo como le de el cuerpo. Sin exhibir a cambio más que la desolación de ciento cincuenta mil homicidios, ochocientos cincuenta mil millones de dólares despilfarrados, robados o regalados y un país hundido en la desesperación, el odio y el resentimiento.

 

Crecen  y se multiplican las posibilidades objetivas para el lanzamiento de una auténtica revolución democrática, una gran modernización tecnológica, la participación ciudadana y el enriquecimiento y la prosperidad públicas. La revolución tecnológica impulsada por la cibernética de las comunicaciones hace posible la resolución de nuestros más graves impasses en la gerencia de los problemas públicos. Gracias a las redes de Internet, la administración central y local puede alcanzar una transparencia, una legitimidad y una participación masiva e instantánea. Que Venezuela esté hundida en el estupro y la miseria, ahogada en basura y al borde del colapso, ensangrentada por una delincuencia desatada, mientras podríamos estar ya en el primer mundo de la gerencia pública es responsabilidad exclusiva de unos gobernantes inoperantes, ignorantes, estúpidos, avariciosos y corrompidos. Encostrados por la ineficiencia cuartelera de militares ignaros y torpes.

 

            Asombra que con tales antecedentes, el responsable por el mayor desastre público de nuestra historia bicentenaria pretenda apernarse en Miraflores por los siglos de los siglos. Permitírselo constituiría un monstruoso delito de lesa humanidad. Impedírselo, un imperativo categórico. La obligación del momento exige no sólo rechazar su propósito continuista, sino imponerle la obligación de asumir sus responsabilidades de gobierno o presentar su renuncia. Sería una elemental medida de sanidad pública.

sanchez2000@cantv.net

 
 

© Copyright 2009 - WebArticulista.net - Todos los Derechos Reservados.