1
En
unos de sus más conmovedores escritos, Sebastian Haffner
describe una situación casi surrealista si no fuera
pavorosamente real: la aterradora soledad del joven
demócrata alemán frente a la inmensa brutalidad fáctica
y jurídica del Estado Totalitario de Adolfo Hitler. Es
el enfrentamiento absolutamente desigual entre el
ciudadano sin más fuerzas que sus derechos pisoteados y
el Estado totalitario en manos del terrorismo de
aventureros, soñadores, charlatanes y facinerosos. Ese
estado totalitario, absoluto, sin controles ni
cortapisas es la maquinaria burocrática, policiaca y
militar más letal inventada por el hombre para someter y
avasallar a sus semejantes.
Puede que en ese malentendido radique una de las
causas de los peores y más aberrantes crímenes llevados
a cabo por los hombres durante el pasado siglo: montar
una diabólica máquina de sometimiento y destrucción en
nombre de los más altos ideales utópicos de la cultura
para convertirla en el instrumento personal del terror:
la del caudillo y su cohorte. Es el Estado Totalitario
que en nombre de los inveterados sueños utópicos de la
humanidad creó el archipiélago GULAG y los campos de
concentración nazis, reduciendo la existencia de
millones y millones de seres humanos a puntos
insignificantes de una escenografía del horror y el
avasallamiento.
Lejos de mi el querer comparar el zarrapastroso
aparataje de dominio chavista, digno de una opereta del
subdesarrollo y la criminalidad tercermundista, con la
bestial y deslumbrante mascarada del terror de Hitler y
Stalin. Chávez es un caudillo caribeño, inescrupuloso y
corrupto, ágrafo e inepto, sin otras ambiciones que
apernarse en el Poder tanto como lo permita su descaro y
lo autorice la cobardía de nuestros conciudadanos. Pero
para hacerlo se ve requerido a travestirse de líder
revolucionario, de vengador de los condenados de la
tierra. Y a comprar la subordinación y la anuencia de
sus congéneres en la región: desde la Cuba castrista,
mendicante y menesterosa, hasta la Bolivia de Evo
Morales, el Ecuador de Rafael Correa y la Nicaragua de
Daniel Ortega. Pobres y miserables caimanes del mismo
pozo.
2
Fue
lo que hizo Castro al proclamar un régimen comunista en
Cuba: enmascarar una dictadura cruel e implacable que ya
lleva medio siglo de existencia tras los ideales del
socialismo. Chávez, incapaz del arma de la crítica y la
capacidad ideológica del dictador cubano, ha podido
sostener sus aspiraciones en una fortuita riqueza
petrolera y en la debilidad de partidos e instituciones
de un establecimiento decadente y corrupto. A pesar de
lo cual no ha logrado quebrarle el espinazo a la sólida
sociedad civil venezolana, inmune a sus chantajes
afectivos, a sus amenazas y ataques político-policíacos.
Incluso al terrorismo de un hampa desbordada, una
inseguridad aterradora y una pobreza creciente,
promovidos todos desde el Estado castro-chavista.
Esa
fortaleza de la sociedad civil es el dato más importante
y significativo que revelan estas últimas elecciones, en
las que el régimen obtiene lo que bien puede
considerarse una victoria pírrica. A pesar del terror y
las corruptelas, del dispendio de miles de millones de
dólares y la compra de millones de votos, así como la
inhabilitación de cientos de miles de jóvenes votantes,
pierde millón y medio de votos desde que fuera electo en
diciembre de 2006. La oposición, entretanto, ha ganado
más de un millón de votantes y la brecha entre quienes
respaldan, en un ominoso acto de inconsciencia
ciudadana, la regresión y la barbarie y quienes apuestan
al futuro de una revolución democrática se hace cada vez
menor.
Si
a ello se suma la calidad ética, profesional,
intelectual y moral de quienes se rebelan al chantaje, a
la intimidación y al terror, sin obtener nada a cambio
que no sea la satisfacción de cumplir sus deberes
ciudadanos, se tiene un cuadro que da pie al optimismo.
Es un motivo digno de reflexión. El país se ha ido
preparando en silencio y tras bambalinas al necesario
relevo generacional. Así parezca que estamos en lo más
profundo de la noche, ya se anuncia la alborada. Los más
de cinco millones de votantes, que sin las inmundas y
despreciables trapacerías de la Sra. Tibisay Lucena y
los otros tres rectores del CNE al servicio del régimen
hubieran superado fácilmente los seis millones de
votantes y el triunfo de la dignidad nacional, anuncian
el tránsito hacia una auténtica revolución democrática.
En Venezuela está naciendo un nuevo tiempo.
3
Visto a vuelo de pájaro sobre este turbio proceso
electoral destacan el triunfo categórico de la
democracia en los estados Táchira y Mérida, el avance
significativo de las fuerzas de la oposición democrática
en Anzoátegui y la consolidación y fortalecimiento de
las posiciones democráticas en la zona metropolitana de
Caracas, en donde el triunfo de Antonio Ledezma arrastra
– tras menos de dos meses de gestión y los mayores
obstáculos impuestos a su labor por los grupos de choque
del régimen – más de ochocientos sesenta mil votantes,
más de 155.000 votos que los obtenidos el 23 de
noviembre por su candidatura. Impresionante el aumento
de la votación en el Municipio Libertador y en Sucre. Lo
cual lleva a concluir que Caracas está siendo ganada por
la oposición democrática y que marca la tendencia
irreversible hacia el derrumbe del chavismo y el
arranque de la revolución democrática.
La
oposición deberá analizar sus resultados y tener el
coraje y la visión autocrítica necesaria para evaluar
sin mezquindad ni engaños los resultados que provocan
sus divisiones y miserias. Es un crimen imputable a la
miopía política de ambiciosos y desaprensivos no haber
obtenido las alcaldías que debían ser nuestras, como es
el vergonzoso caso de Valencia. Y no haber mantenido
ahora la supremacía que obtuviéramos el 2 de diciembre
de 2007. Si esta vez se hubieran entregado con verdadera
pasión y desprendimiento a la lucha por el NO, como lo
hicieran César Pérez Vivas y Antonio Ledezma – otro
gallo estaría cantando en uno de nuestros principales
bastiones.
Esta campaña, digámoslo de una vez, es la campaña
más miserable, pobre y desangelada, huérfana y triste
que haya realizado la oposición democrática venezolana.
Y los resultados están a la vista. Chávez decidió
jugarse la vida sin reparar en escrúpulos ni miramientos
morales, dilapidando nuestros recursos, presionando y
chantajeando a los empleados públicos, extorsionando a
quienes tienen la inmensa desgracia de depender de sus
limosnas y dádivas, violando todas las normas y leyes.
Es el suyo el régimen más violador de nuestra historia,
para vergüenza del país. Los partidos políticos esta vez
no estuvieron a la altura de las circunstancias. Y aún
así: cinco millones de votos de inestimable valor
constituyen un poder insoslayable. Son la prueba
fehaciente de la vigencia del sentimiento libertario y
democrático que nos acompaña.
4
Quedan a nuestro haber varios logros de
trascendental importancia, que jugarán un papel crucial
en el futuro que se avecina: liderazgos políticos de
inmensa valía, representados por ahora en las figuras de
Antonio Ledezma y César Pérez Vivas, los dos pilares de
la oposición democrática venezolana y claves para un
futuro de concertación. Queda el movimiento estudiantil
y la aparición de varios líderes de gran valía, algunos
de verdadera trascendencia histórica, como David
Smolansky, una figura que se pierde de vista. Queda la
Iglesia católica, insobornable fundamento espiritual de
nuestra tradición democrática, civilista y republicana.
Quedan los medios, que han librado su batalla – nuestra
batalla – asediados por las amenazas, los ataques y las
intimidaciones del gigantesco aparato de manipulación
oficial. Queda el Movimiento 2 de Diciembre,
Democracia y Libertad, que ha librado una
batalla verdaderamente ejemplar en defensa de nuestra
constitución. Quedan las distintas ONG's que se baten a
diario en defensa de nuestros derechos humanos.
SÚMATE a la cabeza de ellas, con esa luchadora
ejemplar que es María Corina Machado. Una figura
política que constituye aporte esencial al liderazgo
nacional y que podría ocupar las más altas magistraturas
con coraje, lucidez y talento. Y queda, last but not
least, nuestra maravillosa sociedad civil, ese ejército
de hombres y mujeres de toda edad, suerte y condición
que se mantiene enhiesta en defensa de la dignidad
nacional. Venezuela cuenta con cinco millones de
combatientes por la democracia, insobornables e
íntegros. En ellos, en esas mujeres, en esos hombres, en
esos magníficos muchachos descansa el futuro de la
patria.
Las
tareas a emprender son muchas. En primerísimo lugar:
impedir que el presidente de la república cometa la
imprudencia de imponer sus pretensiones totalitarias y
pretenda acabar con nuestras libertades públicas.
Debemos estar atentos a la redacción del articulado que
se insertará, como enmienda, en nuestra Carta Magna. Si
es preciso salir a la calle y levantarnos como un solo
hombre para impedir que se nos burle y traicione, no
debemos dudar un segundo en hacerlo. Permitir el avance
del totalitarismo es un crimen imperdonable. La libertad
y la honra se defienden rodilla en tierra.
En
segundo lugar, debe llamarse a los partidos políticos
para que acometan una profunda reflexión autocrítica y
comprendan que la unidad nacional es vital de necesidad.
Urge convocar a una concertación de las fuerzas
democráticas, centrada en los partidos políticos y las
organizaciones de la sociedad civil, con una dirección
unitaria, férrea y dispuesta a luchar hasta lograr el
triunfo de la verdad, la decencia y la justicia en un
país hoy avasallado por la maldad, la mentira y la
sumisión. A esa nueva dirigencia nacional le
corresponderá diseñar un programa en torno a nuestras
aspiraciones de justicia, entendimiento y prosperidad y
hacernos a la gran cruzada que exige, hoy más que nunca,
la modernización del país, la democratización de todas
nuestras estructuras y el desarrollo de una pujante e
indetenible revolución democrática. Cabe preparar desde
ahora misma la lucha por la reconquista del parlamento y
situar en la Asamblea Nacional a nuestras mejores
figuras, para devolver su prestigio y su grandeza hoy
perdidos en manos de la obsecuencia, la corrupción y la
traición imperantes. Los ingredientes están servidos.
Los actores están a la orden. Sólo falta la voluntad y
el coraje de echar a andar el carro de la historia.
Es
el imperativo categórico del momento.