“La guerra es la
continuación de la política por otros medios”.
Clausewitz
1
La guerra
de Vietnam, la más larga y cruenta librada por los Estados
Unidos luego de la Segunda Guerra Mundial, le costó a los
americanos 58.209 muertos y 153.303 heridos. En julio de
2007, al momento cumbre de la guerra de Irak, murieron
1.652 iraquíes, según cifras compiladas por los
ministerios iraquíes de Salud, Defensa, e Interior; 2.024
según la cuenta de Associated Press; 1.539 según el
Washington Post. Todos, con la excepción del
Post afirman que se trata de un "pico" en la cantidad
de víctimas. Desde luego, son cifras ridículas en
comparación con las víctimas de esas guerras del lado de
los pueblos agredidos. Pero infinitamente ridículas,
absurdas y risibles en comparación con el saldo de
víctimas provocadas por los grandes líderes del nazismo y
del comunismo durante el siglo XX.
Revisemos algunas de dichas
cifras. Mao, el dirigente insuperable en cotas de
mortandad, provocó en China durante su reinado, aunque
contabilizados sólo hasta 1987, la friolera de 77.300.000
bajas (setenta y siete millones trescientos mil muertos).
61.900.000 (sesenta y un millones novecientos mil
muertes) provoca el comunismo soviético entre 1917 y 1991.
Las conflagraciones civiles provocadas por el
comunismo ruso, el comunismo chino y el comunismo
norcoreano provocan, respectivamente, la
Guerra Civil Rusa, de
1917 a 1922. 9.640.000 a 14.940.000 muertos; la Guerra
Civil China, de 1928 a 1949.7.692.000 muertos y el
Comunismo Norcoreano, de 1948 a la actualidad, entre
6.500.000 y 7.000.000 de muertos.
Hay otras cifras que espantan
la conciencia. La Primera Guerra Mundial causó entre 15
millones y 18 millones cuatrocientos mil muertos. La
Segunda Guerra Mundial y el nazismo entre 58 y 64 millones
de seres humanos. La Guerra de Corea alrededor de 3
millones de muertos en tres años. Un promedio
espeluznante: un millón de víctimas mortales por año de
guerra. La II Guerra Civil del Congo horroriza: entre tres
millones ochocientos mil y cuatro millones cuatrocientos
mil congoleños asesinados. Palidece en comparación la
mortandad causada por la Guerra Civil española, de entre
cuyos sobrevivientes muchos viven entre nosotros. No se
hable de su descendencia: 810 mil caídos.
El record de muertes de las
guerras civiles y enfrentamientos tribales en África de
este último medio siglo no baja jamás del millón de
víctimas mortales por conflicto. Muchas superan los dos y
tres millones de muertos.
Venezuela no desmerece en el
ranking de los fratricidios y asesinatos masivos,
genocidios y guerras de exterminio. Según las cifras
aportadas por el propio Simón Bolívar, los primeros diez
años de guerra civil independentista le costaron a la
joven república un tercio de su población, casi
trescientos mil muertos. Treinta años después, la Guerra
Federal costaría otros cien mil muertos. Gómez cerraría el
ciclo con la batalla de Ciudad Bolívar que costó en pocos
días tres mil muertos.
Se cuenta y no se cree. ¿Qué
otro país de la región – y perdóneseme la siniestra
metáfora en una guerra librada por unos incendiarios -
puso tanta carne en el asador? Cuál de ellos quedó más
desvastado, arruinado y desértico que el nuestro?
2
“Hay aires de guerra”. La
caricatura que tales irresponsables palabras provocaran en
el caricaturista de El Mercurio, de Santiago de Chile,
incitan a una muy profunda reflexión sobre la imagen que
la región y el mundo se van formando de quien se supone
presidente de todos los venezolanos, así haga cuanto esté
a su alcance por serlo sólo de la bulliciosa y agresiva
algarada que, francamente minoritaria en un país
profundamente pacifista y ecuménico, le sigue con
devoción y fanatismo. Quien emite la frase aparece en un
primer recuadro abrumado por cañones, ametralladoras,
fusiles, pistolas y lanzagranadas: un Rambo tropical
vestido de mercenario golpista en campaña. En el segundo
recuadro los aires provienen de sus resoplidos. La lectura
es demasiado evidente y no requiere de explicación alguna:
el responsable de esos aires de guerra es el propio
teniente coronel. Ningún otro.
Es una lectura sesgada,
naturalmente. De Castro a Pinochet y Videla sobran en
América Latina los promotores de Hobbes. Así la guerra
solapada y encubierta que se libra en los bajos fondos de
Venezuela bajo el desgobierno bolivariano haya costado
casi tres veces las cifra de muertos que los Estados
Unidos cosecharan en Vietnam. Pues los ciento cincuenta
mil venezolanos caídos a manos del hampa desde que Chávez
accediera al Poder multiplica por diez la cifra de
homicidios de esa guerra civil encubierta que la
delincuencia libra contra los humildes habitantes de
nuestras barriadas desde hace una década. Sin que el
gobierno de Hugo Chávez moviera un solo dedo para ponerle
atajo, perseguir y castigar a los culpables y dar el
ejemplo de autoridad y disciplina moral que se espera del
primer magistrado de una república mayor de edad.
¿Cuántos heridos por muerto
habría que contabilizar en la guerra rojo rojita que los
fablistanes y visires del régimen le atribuyen a la
exageración de los medios democráticos? ¿Medio millón, un
millón? ¿Cuántos asaltos y robos a mano armada, jamás
denunciados, debemos calcular para tener un mapa de la
criminalidad bolivariana? ¿Cinco, diez millones? ¿Qué
familia venezolana se ha librado de los atracos,
secuestros, violaciones, robos y la más variada gama de
estupros cometidos bajo el imperio de una policía tan
corrupta o más que los propios delincuentes?
Esa es la guerra cuyos aires
nos devastan, Señor Presidente. Esa, la guerra que usted
auspicia y consiente bajo el consejo del siniestro Fidel
Castro, para quien más vale una población aterrorizada,
que pasada por el hervor del hamponato marginal pueda ser
fácil presa de una dictadura totalitaria como la que usted
pretende imponernos siguiendo su ejemplo, que un gobierno
que garantice la paz, la prosperidad y la solidaridad
entre sus ciudadanos. Que es lo que los venezolanos
comienzan a anhelar, anhelando simultáneamente su salida.
¿Qué mejor trabajo de ablandamiento sobre una población de
tradición levantisca y libertaria como la venezolana que
unos barrios pobres y humildes bajo permanente estado de
sitio? ¿Quién se atreve en La Charneca o en Plan de
Manzano, en La Bombilla o en la Silsa, en la Vega o en
Antímano a asomarse a sus ventanas, a salir a sus pasillos
y callejuelas cuando el sol se pone en los cerros y
colinas que rodean a Caracas, convertida bajo su mandato
en siniestro anfiteatro de la delincuencia desatada?
Hay que ser cínico y caradura
para pretender acusar a los Estados Unidos de la guerra
que libra el narcotráfico colombiano contra el pueblo
hermano de Colombia. Hay que ser descarado e hipócrita
para armar a las FARC y recusar la presencia de soldados
norteamericanos solicitados por un gobierno de aplastante
mayoría ciudadana para ponerle atajo a sus sangrientos
desmanes. Hay que creer imbécil a la opinión pública
mundial para proveer de munición, armas cortas y largas y
lanzacohetes suecos a las FARC , respaldar a la alta
dirigencia de las narcoguerrillas colombianas y
desestabilizar la región con suculentos maletinazos,
denunciando simultáneamente la política de agresión del
Departamento de Estado y la Casa Blanca.
Se le ve el bojote. Y quienes
miran de soslayo y aceptan seguirle el juego – desde Lula
a Cristina Kirchner – tendrán que ir cambiando de guión.
Las cartas marcadas son demasiado evidentes. El costo
político de la complicidad será demasiado alto. Lo sabrán
muy pronto, cuando se vean arrasados por la inundación de
rechazo que se incuba en las profundidades de América
Latina. Honduras es apenas la punta del iceberg. Como el
triunfo de Macri en Argentina y la derrota de López
Obrador en México. El tiempo corre. Y es implacable.
3
Sintomática la diferencia de
apreciaciones que existe entre la presidente de Chile,
Sra. Bachelet, y el candidato de su alianza de gobierno,
el democristiano Eduardo Frei Ruiz Tagle sobre Chávez, su
política expansionista, sus aliados del ALBA y la
estrategia bolivariana en América Latina. Mientras la Sra.
Bachelet intenta el mayor bajo perfil imaginable, viéndose
en la obligación de guardar silencio ante los abusos y
tropelías del teniente coronel, el Sr. Frei expresa a voz
en cuello y frente a quien quiera oírlo que la política
del llamado socialismo del siglo XXI atenta contra
nuestras democracias. Lo viene sosteniendo desde hace
mucho tiempo, incluso desde antes de alzarse con la
candidatura. Contrasta su valiente y sincera actitud –
propia de un demócrata activo y militante - con el extraño
silencio del candidato Piñera, que prefiere no tocar el
tema. Y mucho más con el respaldo a Chávez del joven
candidato emergente Marco Enríquez-Ominami, que en cinco
votaciones de la Cámara de Diputados a la que pertenece ha
votado a favor del respaldo al teniente coronel
venezolano. Del resto de la izquierda extrema – comunistas
y socialistas radicales – no vale la pena hacer mención.
Dependen ideológica y financieramente del gobierno
venezolano, que los mantiene.
Posiblemente la causa de ese
abierto rechazo de Eduardo Frei tenga razones estratégicas
y tácticas. Amén de un sincero respaldo a la oposición
democrática venezolana, tan comprometida con la causa anti
pinochetista durante los feroces diecisiete años de
dictadura. Allí donde los candidatos aparecieron
vinculados con la política de Hugo Chávez, cosecharon
grandes derrotas: Ollanta Humala, en Perú, más
recientemente los Kirchner en Argentina, López Obrador en
México, Balbina Herrera en Panamá. Tanto como los
gobiernos de la región, incluida la Sra. Bachelet,
respalden a Manuel Zelaya, lo cierto es que su
defenestramiento es directa consecuencia de su
subordinación al proyecto de desestabilización regional de
Hugo Chávez. No volverá al Poder de Honduras mientras no
tome distancias públicas y notorias frente a Chávez.
Es la respuesta contundente a
quien quisiera incendiar el continente y ya encuentra el
rechazo, puestas sus cartas en demasiada evidencia. Hay
aires de guerra en el continente. Los sembró Chávez.
Comienza a recoger la cosecha.
sanchez2000@cantv.net