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"Entre Lula y Chávez, jamás me
situaré en el populismo"
Eduardo Frei Ruiz Tagle
En octubre
de este año 2009 se dirimirá en Chile una contienda
electoral más, esta vez por la presidencia de la
república. Se dice fácil. No lo es. Tras diecisiete años
de feroz dictadura militar, de atropellos sin fin, de
sufrimientos sin medida, que Chile se prepare con su
acostumbrada seriedad y parsimonia a enfrentar la elección
del quinto presidente post dictatorial no puede menos que
causar asombro y admiración. Lo ha hecho desde que luego
de derrotar los intentos reeleccionistas del general
Augusto Pinochet mediante el plebiscito de 1988 diera
inicio a la reconstrucción de su tejido social y a la
fundación de una democracia verdaderamente ejemplar. Cuyo
fundamento no podía ser menos que el definitivo regreso de
los militares a sus cuarteles, una estricta separación de
poderes, la recuperación del prestigio y valía de los
partidos políticos y la decisión de impedir la reelección
inmediata de sus mandatarios limitando de paso el período
de sus funciones a cuatro años. Y punto.
Una cierta
modestia propia de la naturaleza de ese país discreto y
ajeno al desenfado y el exhibicionismo caribeños, ha
retraído a los gobernantes chilenos de aparecer en la
escena internacional propiciando el modelo de desarrollo
político, social y económico que representan y que
constituye sin duda uno de los logros más significativos
de los últimos veinte años en América Latina. En silencio
e incluso debiendo sufrir la animadversión de sus vecinos,
los chilenos han insistido en el entendimiento, la
laboriosidad, el ahorro y el progreso de su país, mientras
desde el otro extremo de la región se desataban los
demonios del populismo más descabellado, reabriendo las
heridas de un continente que lleva doscientos años lejos
de cicatrizar la división, el odio y el rencor despertados
al fragor de las guerras bicentenarias.
En esa actitud
discreta y respetuosa, Chile ha sabido ser fiel a sus dos
más importantes figuras fundadoras, ambas perfecta
encarnación de la civilidad, la cultura y el progreso:
Andrés Bello y Diego Portales. No es el menor de sus
respectivos logros haber separado tajantemente los
universos civiles y militares, haber clausurado el período
de la guerra civil, haber cerrado el capítulo
independentista dejando descansar a sus héroes militares
en el definitivo reposo del guerrero y haber atado los
destinos del país a su institucionalidad, sentando las
bases de la legalidad que desde entonces caracteriza al
Estado chileno.
Gracias en gran
medida a Bello y Portales, pero también a la sociedad
chilena que supo, a pesar de sus sobresaltos históricos,
mantener sus conflictos bajo la hegemonía de la política,
Chile es hoy el modelo de democracia social que admiramos.
A pesar de la grave crisis existencial que viviera a
comienzos de los 70's y puede que precisamente por haberla
superado. Es esa crisis un asunto que debiera constituir
motivo de honda reflexión para los venezolanos.
Precisamente hoy, cuando se juega el destino de la patria.
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"…luchamos por partidos
que de haber vencido nos habrían enviado de inmediato a un
campo de trabajos forzados, luchamos y pusimos toda
nuestra generosidad en un ideal que hacía más de cincuenta
años que estaba muerto"
Roberto Bolaño.
Creo tener
suficiente autoridad moral como para enjuiciar los hechos
que desembocaron en la atroz dictadura de Augusto Pinochet:
he sido, a mi modo, una de sus víctimas. Y de los hechos
que desembocaron en el golpe de Estado del 11 de
septiembre de 1973 no encuentro mejor explicación que la
que diera un condiscípulo mío en el liceo Valentín
Letelier y en el departamento de Historia del Instituto
Pedagógico de la Universidad de Chile, en Santiago, el
senador y líder del Partido Socialista chileno Ricardo
Núñez. En un encuentro celebrado en la Escuela Militar de
Santiago dijo Núñez hace algunos años, palabras más
palabras menos, que la responsabilidad por el cruento
golpe de estado recaía en quienes "no supimos resolver
nuestros conflictos política y civilizadamente".
Les he escuchado
esa misma dolorosa inculpación a importantes líderes de la
Democracia Cristiana chilena, como Gutemberg Martínez,
quien fuera secretario general de la ODCA y una de las más
relevantes personalidades del socialcristianismo chileno.
Es más: me atrevo a considerar que es la posición
mayoritaria de socialistas y democristianos, que tras
vivir los horrores de la pesadilla pinochetista han
recapacitado sobre sus responsabilidades del pasado,
reconociendo los dos hechos determinantes de la grave
crisis existencial vivida por la sociedad chilena: la
irresponsabilidad histórica de la izquierda chilena, de
Salvador Allende y del allendismo al llevar su país al
borde del abismo del caos y la disolución tras el
espejismo de un socialismo que ya no respondía a los
requerimientos de la modernidad, por una parte; y la
renuncia del centro político representado por la DC y su
líder Eduardo Frei Montalba a agotar todas las cartas del
entendimiento político para impedir la guerra civil y
terminar provocando, como forma de evitarla, la
intervención del rígido, brutal e implacable estamento
militar. En tal sentido, la responsabilidad mayor por la
tragedia – descontada la vileza de la derecha chilena,
golpista, cerril y estúpida - recae sin duda en Salvador
Allende y en Eduardo Frei, si bien no fueran más que las
víctimas de un proceso que había roto todos los cauces de
la racionalidad política.
Valga señalar en
descargo de uno y otro, que su accionar no estuvo motivado
por ambiciones dictatoriales ni por el deseo de obtener el
Poder para entronizarse en él por los siglos de los
siglos. No eran caudillos despóticos, como los que se
estilan en el Caribe. Ni Allende fue un epígono de Castro
– al que respetaba, e incluso admiraba, con la distancia
del tribuno democrático que siempre fue – ni Frei un
contra revolucionario fascistoide. Ni a Allende se le
puede inculpar por empujar al enfrentamiento en andas del
poder y el delirio, ni a Frei al golpe para imponer un
régimen corporativo. Fueron las dos caras de Jano, la
dolorosa expresión de una democracia desgarrada, víctimas
propiciatorias de un proceso de radicalización que se
escapó de sus manos. Y que exigió, para desventura de
todos los chilenos, la intervención del único factor capaz
de devolver el país a los cauces de su normalidad
institucional: las fuerzas armadas. Terrible equívoco, a
pesar de los pesares.
La historia, dice
la sabiduría popular, debe ser recordada para impedir que
vuelva a repetirse. La crisis existencial vivida por los
chilenos debiera servir de paradigma. A su manera, la
tentación totalitaria, de uno y otro signo, sigue
sombreando pérfidamente sobre nuestras sociedades.
Particularmente entre nosotros, en Venezuela, donde goza
de un sorprendente revival.
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"La democracia consiste en
saber hacer las maletas"
Ricardo Lagos
Los
chilenos resolvieron su grave crisis existencial con el
clásico recurso con los que la responsabilidad política
resuelve las crisis históricas: con el entendimiento.
Siguieron, por cierto, un expediente puesto en práctica
por nosotros, los venezolanos, hace cincuenta y un años:
con un pacto de gobernabilidad entre los factores
políticos fundamentales, el Pacto de Punto Fijo. Un
expediente que constituyera una orientación básica para
salir de los regímenes dictatoriales y que sirviera
asimismo de modelo político de transición a la sociedad
española a la muerte de Franco. Tras del Pacto de la
Concertación Nacional acordado por los socialdemócratas y
los socialcristianos chilenos hace veinte años está el
Pacto de la Moncloa sellado en 1977 con que los españoles
iniciaran la construcción de la ejemplar transición
democrática en España. Y deberá ser, sin duda ninguna, el
expediente que deberemos seguir los venezolanos para salir
pacífica, democrática y constitucionalmente de la grave
crisis en que nos encontramos. Sellar, mirando hacia el
futuro, un gran pacto de entendimiento nacional.
Desde 1990, cuando
el demócrata cristiano Patricio Aylwin fuera electo como
primer presidente de Chile, se han sucedido otras tres
presidencias signadas por la Concertación Nacional: el
también demócrata cristiano Eduardo Frei Ruiz Tagle
(1994-2000), el socialista Ricardo Lagos (2000-2006) y la
también socialista Michelle Bachelet (2006-2010). El país
ha contado con una sorprendente estabilidad política y
entre sus más destacados logros se encuentra la drástica
reducción de la pobreza extrema y una gran prosperidad
económica. Fundada en el estricto respeto a la propiedad
privada y a los límites legales y constitucionales
impuestos a la libre iniciativa empresarial mediante una
concepción que sitúa al Estado en el centro de la
responsabilidad colectiva y social.
Una reforma
constitucional legislada en 2005 – mientras gobernaba el
socialista Ricardo Lagos - determinó que el
Presidente
con mandato a partir del
11 de marzo
de
2006
– que resultaría ser la también socialista Michelle
Bachelet -, sólo desempeñaría el cargo durante 4 años (no
6 como antes de esta reforma) y sin derecho a una
reelección inmediata. No deja de ser ejemplar que una
coalición de gobierno haya decidido, en aras del bien
público, limitar el período de gobierno e impedir la
reelección inmediata. Fue el propio presidente en
ejercicio, Ricardo Lagos, quien propugnó y obtuvo la
aprobación de dicha reforma. Mayor ejemplo de lucidez
política, imposible. Cumplió a cabalidad la famosa
sentencia de quien señalara que un político sólo piensa en
las próximas elecciones, mientras un estadista lo hace
preocupado por las próximas generaciones.
Hoy, Venezuela,
recaída en los torbellinos de su atribulado pasado, se
enfrenta una vez más a una decisión histórica. Chile,
paradigma de civilidad y desarrollo, debiera servirnos de
ejemplo.
sanchez2000@cantv.net