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Chile y la tentación totalitaria
por Antonio Sánchez García  
sábado, 14 febrero 2009


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"Entre Lula y Chávez, jamás me situaré en el populismo"

Eduardo Frei Ruiz Tagle

 

 

            En octubre de este año 2009 se dirimirá en Chile una contienda electoral más, esta vez por la presidencia de la república. Se dice fácil. No lo es. Tras diecisiete años de feroz dictadura militar, de atropellos sin fin, de sufrimientos sin medida, que Chile se prepare con su acostumbrada seriedad y parsimonia a enfrentar la elección del quinto presidente post dictatorial no puede menos que causar asombro y admiración. Lo ha hecho desde que luego de derrotar los intentos reeleccionistas del general Augusto Pinochet mediante el plebiscito de 1988 diera inicio a la reconstrucción de su tejido social y a la fundación de una democracia verdaderamente ejemplar. Cuyo fundamento no podía ser menos que el definitivo regreso de los militares a sus cuarteles, una estricta separación de poderes, la recuperación del prestigio y valía de los partidos políticos y la decisión de impedir la reelección inmediata de sus mandatarios limitando de paso el período de sus funciones a cuatro años. Y punto.

 

            Una cierta modestia propia de la naturaleza de ese país discreto y ajeno al desenfado y el exhibicionismo caribeños, ha retraído a los gobernantes chilenos de aparecer en la escena internacional propiciando el modelo de desarrollo político, social y económico que representan y que constituye sin duda uno de los logros más significativos de los últimos veinte años en América Latina. En silencio e incluso debiendo sufrir la animadversión de sus vecinos, los chilenos han insistido en el entendimiento, la laboriosidad, el ahorro y el progreso de su país, mientras desde el otro extremo de la región se desataban los demonios del populismo más descabellado, reabriendo las heridas de un continente que lleva doscientos años lejos de cicatrizar la división, el odio y el rencor despertados al fragor de las guerras bicentenarias.

 

            En esa actitud discreta y respetuosa, Chile ha sabido ser fiel a sus dos más importantes figuras fundadoras, ambas perfecta encarnación de la civilidad, la cultura y el progreso: Andrés Bello y Diego Portales. No es el menor de sus respectivos logros haber separado tajantemente los universos civiles y militares, haber clausurado el período de la guerra civil, haber cerrado el capítulo independentista dejando descansar a sus héroes militares en el definitivo reposo del guerrero y haber atado los destinos del país a su institucionalidad, sentando las bases de la legalidad que desde entonces caracteriza al Estado chileno.

 

            Gracias en gran medida a Bello y Portales, pero también a la sociedad chilena que supo, a pesar de sus sobresaltos históricos, mantener sus conflictos bajo la hegemonía de la política, Chile es hoy el modelo de democracia social que admiramos. A pesar de la grave crisis existencial que viviera a comienzos de los 70's y puede que precisamente por haberla superado. Es esa crisis un asunto que debiera constituir motivo de honda reflexión para los venezolanos. Precisamente hoy, cuando se juega el destino de la patria.

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"…luchamos por partidos que de haber vencido nos habrían enviado de inmediato a un campo de trabajos forzados, luchamos y pusimos toda nuestra generosidad en un ideal que hacía más de cincuenta años que estaba muerto"

Roberto Bolaño.

 

            Creo tener suficiente autoridad moral como para enjuiciar los hechos que desembocaron en la atroz dictadura de Augusto Pinochet: he sido, a mi modo, una de sus víctimas. Y de los hechos que desembocaron en el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 no encuentro mejor explicación que la que diera un condiscípulo mío en el liceo Valentín Letelier y en el departamento de Historia del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, en Santiago, el senador y líder del Partido Socialista chileno Ricardo Núñez. En un encuentro celebrado en la Escuela Militar de Santiago dijo Núñez hace algunos años, palabras más palabras menos, que la responsabilidad por el cruento golpe de estado recaía en quienes "no supimos resolver nuestros conflictos política y civilizadamente".

 

            Les he escuchado esa misma dolorosa inculpación a importantes líderes de la Democracia Cristiana chilena, como Gutemberg Martínez, quien fuera secretario general de la ODCA y una de las más relevantes personalidades del socialcristianismo chileno. Es más: me atrevo a considerar que es la posición mayoritaria de socialistas y democristianos, que tras vivir los horrores de la pesadilla pinochetista han recapacitado sobre sus responsabilidades del pasado, reconociendo los dos hechos determinantes de la grave crisis existencial vivida por la sociedad chilena: la irresponsabilidad histórica de la izquierda chilena, de Salvador Allende y del allendismo al llevar su país al borde del abismo del caos y la disolución tras el espejismo de un socialismo que ya no respondía a los requerimientos de la modernidad, por una parte; y la renuncia del centro político representado por la DC y su líder Eduardo Frei Montalba a agotar todas las cartas del entendimiento político para impedir la guerra civil y terminar provocando, como forma de evitarla,  la intervención del rígido, brutal e implacable estamento militar. En tal sentido, la responsabilidad mayor por la tragedia – descontada la vileza de la derecha chilena, golpista, cerril y estúpida - recae sin duda en Salvador Allende y en Eduardo Frei, si bien no fueran más que las víctimas de un proceso que había roto todos los cauces de la racionalidad política.

 

            Valga señalar en descargo de uno y otro, que su accionar no estuvo motivado por ambiciones dictatoriales ni por el deseo de obtener el Poder para entronizarse en él por los siglos de los siglos. No eran caudillos despóticos, como los que se estilan en el Caribe. Ni Allende fue un epígono de Castro – al que respetaba, e incluso admiraba, con la distancia del tribuno democrático que siempre fue – ni Frei un contra revolucionario fascistoide. Ni a Allende se le puede inculpar por empujar al enfrentamiento en andas del poder y el delirio, ni a Frei al golpe para imponer un régimen corporativo. Fueron las dos caras de Jano, la dolorosa expresión de una democracia desgarrada, víctimas propiciatorias de un proceso de radicalización que se escapó de sus manos. Y que exigió, para desventura de todos los chilenos, la intervención del único factor capaz de devolver el país a los cauces de su normalidad institucional: las fuerzas armadas. Terrible equívoco, a pesar de los pesares.

 

            La historia, dice la sabiduría popular, debe ser recordada para impedir que vuelva a repetirse. La crisis existencial vivida por los chilenos debiera servir de paradigma. A su manera, la tentación totalitaria, de uno y otro signo, sigue sombreando pérfidamente sobre nuestras sociedades. Particularmente entre nosotros, en Venezuela, donde goza de un sorprendente revival.

 

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"La democracia consiste en saber hacer las maletas"

Ricardo Lagos

 

            Los chilenos resolvieron su grave crisis existencial con el clásico recurso con los que la responsabilidad política resuelve las crisis históricas: con el entendimiento. Siguieron, por cierto, un expediente puesto en práctica por nosotros, los venezolanos, hace cincuenta y un años: con un pacto de gobernabilidad entre los factores políticos fundamentales, el Pacto de Punto Fijo. Un expediente que constituyera una orientación básica para salir de los regímenes dictatoriales y que sirviera asimismo de modelo político de transición a la sociedad española a la muerte de Franco. Tras del Pacto de la Concertación Nacional acordado por los socialdemócratas y los socialcristianos chilenos hace veinte años está el Pacto de la Moncloa sellado en 1977 con que los españoles iniciaran la construcción de la ejemplar transición democrática en España. Y deberá ser, sin duda ninguna, el expediente que deberemos seguir los venezolanos para salir pacífica, democrática y constitucionalmente de la grave crisis en que nos encontramos. Sellar, mirando hacia el futuro, un gran pacto de entendimiento nacional.

 

            Desde 1990, cuando el demócrata cristiano Patricio Aylwin fuera electo como primer presidente de Chile, se han sucedido otras tres presidencias signadas por la Concertación Nacional: el también demócrata cristiano Eduardo Frei Ruiz Tagle (1994-2000), el socialista Ricardo Lagos (2000-2006) y la también socialista Michelle Bachelet (2006-2010). El país ha contado con una sorprendente estabilidad política y entre sus más destacados logros se encuentra la drástica reducción de la pobreza extrema y una gran prosperidad económica. Fundada en el estricto respeto a la propiedad privada y a los límites legales y constitucionales impuestos a la libre iniciativa empresarial mediante una concepción que sitúa al Estado en el centro de la responsabilidad colectiva y social.

 

            Una reforma constitucional legislada en 2005 – mientras gobernaba el socialista Ricardo Lagos - determinó que el Presidente con mandato a partir del 11 de marzo de 2006 – que resultaría ser la también socialista Michelle Bachelet -, sólo desempeñaría el cargo durante 4 años (no 6 como antes de esta reforma) y sin derecho a una reelección inmediata. No deja de ser ejemplar que una coalición de gobierno haya decidido, en aras del bien público, limitar el período de gobierno e impedir la reelección inmediata. Fue el propio presidente en ejercicio, Ricardo Lagos, quien propugnó y obtuvo la aprobación de dicha reforma. Mayor ejemplo de lucidez política, imposible. Cumplió a cabalidad la famosa sentencia de quien señalara que un político sólo piensa en las próximas elecciones, mientras un estadista lo hace preocupado por las próximas generaciones.

 

            Hoy, Venezuela, recaída en los torbellinos de su atribulado pasado, se enfrenta una vez más a una decisión histórica. Chile, paradigma de civilidad y desarrollo,  debiera servirnos de ejemplo. 

sanchez2000@cantv.net

 
 

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