La cabra al monte tira, dice
un viejo refrán castellano. Ante el ominoso comportamiento
de Michelle Bachelet en Cuba prefiero otro, que la retrata
de cuerpo entero: donde hubo fuego, cenizas quedan.
Pocos hechos de su discreta biografía personal la retratan
más y mejor que el estricto ocultamiento en que mantuvo su
clandestina militancia en el ala más radical del partido
socialista chileno ante su madre, con quien vivía en esos
duros años de la dictadura pinochetista. También militante
clandestina del PS chileno, ninguna de las dos, que vivían
bajo un mismo techo, cocinaban en el mismo fogón y
compartían los mismos espacios tenía el más mínimo
conocimiento de las actividades políticas de la otra.
¡Vaya compartimentación de los anhelos!
Michelle Bachelet perteneció al Partido Socialista chileno
desde su más temprana juventud. Y cuando luego de la
muerte de su padre en las mazmorras pinochetistas debió
asilarse, lo hizo en el país entonces más cerril y
estrechamente vinculado al estalinismo soviético: en la
RDA. Allí realizó sus estudios de medicina, bajo la
protección de la nomenklatura del régimen y apegada a la
esclerótica dirigencia del Partido Comunista Alemán. No se
conoce una sola manifestación suya en contra del
estalinismo imperante en la RDA.
Su personalidad política se fragua así en los fogones del
radicalismo político chileno, bajo la égida del
estalinismo soviético. Y tan aceradas serían sus
convicciones marxistas, que luego de doblarlas y
depositarlas cuidadosamente en el armario de la más
discreta intimidad, no chocaron con su decisión de
infiltrarse en el establecimiento institucional chileno,
realizar un curso en defensa estratégica en los propios
Estados Unidos y llegar nada más y nada menos que a ocupar
el Ministerio de Defensa de la República de Chile. Digno
del Conde de Montecristo: la hija de un militar
encarcelado y llevado al extremo de la muerte por quienes
serían, años después, sus propios subordinados.
Tan fuerte es su carácter y tan acerada su voluntad, que
no se le movió un cabello mientras debía dialogar a diario
con los cómplices del asesinato de su padre, entre quienes
se ganó un merecido respeto. De allí al Ministerio de
Salud y a la presidencia de la república transcurre un
itinerario absolutamente insólito, por no decir asombroso.
Sobre todo porque se cumple en el más bajo perfil y la
mayor discreción.
Será tarea de psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas
concluir un cuadro sintomal que de cuenta de todas estas
características. Lo que me resulta absolutamente lógico en
ese escenario de dobles rostros y dobles discursos – que
bordean la esquizofrenia - es ver a Michelle Bachelet
presidiendo la sobria democracia chilena, aunque
íntimamente vinculada al proyecto del teniente coronel
venezolano y al heredero cubano del despotismo castrista.
De allí que no me sorprenda verla de visita en Cuba
despreciando de paso a la disidencia cubana,
contrariamente a lo que hubiera sido la obligación
espiritual de una desterrada por una dictadura que, en
comparación con la cubana, fue un inofensivo juego de
niños.
El problema, sin embargo, es de mayor calado. ¿Refleja la
Srta. Bachelet la esquizofrenia oculta de la izquierda
chilena o es un accidente en una sociedad que no tiene aún
las cosas suficientemente claras? Tiendo a pensar que los
socialistas chilenos, puede que con la rara excepción de
Ricardo Lagos, siguen comulgando con las ruedas de carreta
del marxismo-leninismo. Son demócratas obligados por las
circunstancias. Llévenlos a Cuba y aflora de inmediato el
fantasma de la dictadura proletaria.
Cosas veredes, Sancho.
sanchez2000@cantv.net