Mi
buen y muy querido amigo Genaro Arriagada ha tenido a bien
salir en defensa de su buen y muy querido amigo José
Miguel Insulza. Nada que objetar. Que en el creciente
desierto de sus respaldos se alce una voz de
incuestionable legitimidad para defenderlo en el difícil
trance por el que atraviesa – perdida la confianza del
Departamento de Estado, de los parlamentarios norte
americanos y de todas las oposiciones democráticas del
continente, vale decir: con la inquina de medio
hemisferio, que le achaca haberse postrado ante el castro
chavismo y barrer bajo la alfombra de su despacho
cincuenta años de ignominia castrista - no puede menos
que ser respetado.
Sólo que para hacerlo no basta con descargarlo
de toda responsabilidad en el dudoso pragmatismo en que se
ha hundido ni descargar todas las culpas en la Carta
Democrática, convertida en el impotente paño de lágrimas
de las víctimas del castro chavismo y en el aval de
corsarios y filibusteros como los que hoy controlan la
mayoría activa e intimidan a la minoría silenciosa de los
miembros de nuestro principal organismo hemisférico
multilateral. Sólo que al hacerlo, gentes de bien como
Genaro Arriagada debieran dejar el filisteísmo de la letra
y atender al espíritu de la ley. El sábado se hizo para el
hombre, no el hombre para el sábado.
Es cierto que la OEA es un club de
gobernantes, a pesar de que en su nombre se habla de
Estados, no de gobiernos. Y también es cierto que los
Estados son infinitamente más, para sus fortunas, que los
asaltantes de caminos, los oportunistas y los mediocres
que puedan hacerse provisoriamente con sus máximas
magistraturas. Lo saben Genaro Arriagada y José Miguel
Insulza, pues además de avezados y experimentados
políticos que cumplieron tareas de alto gobierno son
abogados y conocen no sólo de Montesquieu, sino también de
Krabbe, Kelsen y toda la teoría del constitucionalismo
moderno. ¿O es que en verdad no saben la diferencia que va
de Estado a Gobierno?
También saben – o debieran saber – que en el
moderno constitucionalismo y en la más reciente filosofía
política se atienda al desfase entre la legalidad y la
legitimidad, expresadas en la diferencia específica que
puede existir – y de hecho existe - entre legitimidad de
origen y legitimidad de desempeño. Se ha hecho lugar común
de defensores de derechos humanos, de analistas políticos
y de pensadores que la democracia no consiste sólo ni
exclusivamente en votar. Ni que la legitimidad de un
gobierno no se sustenta tan solo ni debiera sustentarse
exclusivamente en la cantidad de votos obtenidos en
pasadas contiendas electorales. Tan cacareadas por los
populistas de nuevo cuño, aferrados a sus supuestas
mayorías como la carcoma a la madera podrida. Ni muchísimo
menos que los procesos electorales pueden servir de
trampolín para, fraudeados de una y mil maneras e incluso
ganados en buena lid, permitan violar la majestad estatal
y torcer la soberanía popular expresada en la Carta Magna
con ambiciones espurias y pretensiones totalitarias. Como
sucede en Venezuela, donde rige un gobierno de facto, o en
Honduras, donde el soberano decidió impedir un estado de
excepción como el propugnado por Zelaya y manipulado a
distancia por el teniente coronel Hugo Chávez.
Miente José Miguel Insulza y Genaro Arriagada
se hace cómplice de esa mentira cuando atrinchera su
laissez faire ante el caso Ledezma, el cierre de treinta
emisoras por parte del gobierno de Hugo Chávez y el asalto
armado a Globovisión, de reciente data, en la imperfección
de la Carta Democrática, postergando soluciones de
emergencia que requieren la acción preventiva de la OEA
ahora, y no el día de las calendas. No se trata de
documentar las muertes provocadas en un enfrentamiento
fratricida: se trata de evitarlas. Miente y en el caso de
mi buen amigo Genaro Arriagada constituye una asombrosa
falta de atención, cuando en su artículo expresa
simultáneamente estas dos flagrantes contradicciones: dice
refiriéndose a los mecanismos de acción que le caben a la
OEA ante graves violaciones al orden democrático: “Tercero,
si se producen hechos que afecten gravemente el orden
democrático, el secretario general o cualquier
Estado miembro podrá solicitar la convocatoria del
Consejo Permanente de la OEA, el que podrá disponer
gestiones diplomáticas para la normalización de la
institucionalidad.” Esto es: José Miguel Insulza está
capacitado jurídica y normativamente a convocar a la
Asamblea General y ponerla en autos de las graves
violaciones que ocurren en Venezuela. Como pudo hacerlo en
Honduras, evitando los hechos que terminaran en el
defenestramiento de Zelaya.
¿Cómo puede
afirmar luego que nada sacan los pueblos con exigirle a
Insulza prevenga sus tragedias “porque la Carta,
erróneamente, no fue concebida para atender estas
amenazas. Ella es un instrumento que sólo pueden poner en
movimiento los jefes del Poder Ejecutivo.”? Cabe
preguntarle a ambos: ¿la Carta sirve a los pueblos o los
pueblos a la Carta? ¿Asistiremos impávidos a la
entronización de un régimen dictatorial en Venezuela
porque la Carta democrática no previó la toma del Poder
por el teniente coronel Hugo Chávez? Fariseísmo puro,
casuística digna de la Inquisición. Hipocresía política.
Ni Insulza ni
ninguno de sus respaldos, muchísimo menos los gobiernos
que hoy cabildean en la OEA, están exentos de dar cuenta
de las razones de los abusos que prohíjan y la complicidad
en que incurren con el castro chavismo. Que Insulza
privilegie su permanencia en el cargo a la dignidad
política de ponerse al servicio de la irrestricta
aplicación de la Carta o la promoción de su actualización,
es asunto personal. Los pueblos comienzan a enterarse de
su auténtica catadura. No es el caso de Michelle Bachelet,
de la Concertación chilena y de su candidato a la
presidencia, Eduardo Frei Ruiz Tagle. Los demócratas
venezolanos tenemos derecho a saber qué piensan. De
Bachelet ya está claro: respalda a su compatriota. Va de
salida y el futuro debe serle una tarjeta postal al pie de
un volcán sureño. De Frei se espera un poco más. El futuro
de Insulza es su propio futuro. Debiera ir dando cuenta de
su visión en estos asuntos tan grávidos de consecuencia.
¿O los demócratas chilenos, irrespetando el respaldo
solidario de Venezuela en sus malos tiempos, seguirán
mirándose el ombligo?
Estamos a la espera
de una respuesta satisfactoria. Basta de marrullerías.
sanchez2000@cantv.net