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En un
sentido primario, que ha permanecido cuidadosamente oculto
a los ojos de todos nosotros, Chávez creyó logrado
su propósito político de corto plazo: inventando e
imponiéndonos a macha martillo esta inútil jornada del
15-F creyó impedir que metabolizáramos la victoria
estratégica del 23-N torpedeando de paso las tareas de
gobiernos en los importantes enclaves arrancados
limpiamente a sus posiciones. Juró que con el terror y los
desmanes de la Piedrita y los Tupamaros, los gases del
bueno y la siembre de cócteles paralizaría al pueblo
opositor. Obteniendo de paso, si bien sólo parcial y muy
precariamente, una cierta cohesión en sus filas,
amenazadas seriamente de un ¡sálvese quien pueda! luego
del ominoso desastre de sus generales Istúriz, Cabello,
Chacón, Mario Silva y Di Martino. La marcha de ayer puso
las cosas en su sitio: el pueblo democrático arrasa y nada
ni nadie logrará detenerlo en su marcha de gigante hacia
la reconquista del poder y la construcción de la
revolución democrática.
Si así están las
cosas, basta imaginarse lo que hubiera sucedido si no se
hubiera sacado de la chistera esta gigantesca operación de
guerra sucia y distracción estratégica: hubiera cundido el
desánimo entre quienes apostaron todos sus haberes a los
estrategas de su derrota – el inefable quinteto de la
muerte arriba mencionado -; los electores menos
convencidos del poder demiúrgico del teniente coronel –
que ya son mayoría en sus filas y han creados las huestes
de su abundante abstencionismo – hubieran comenzado a
atravesar masivamente la frontera hacia el desencanto y se
hubieran confrontado a una nueva realidad: excelentes
gobiernos en Caracas, en Miranda, en Táchira, en Carabobo.
¿Permitir el soberano ejercicio de gobierno a quienes
fueron electos por el pueblo? Imposible: el chavismo no
tolera otros gobiernos que los suyos. Puro totalitarismo.
Esos hechos, que
estaban escritos, fueron impedidos y boicoteados por
quien, antes que político y estadista, es un tropero.
Dotado ciertamente de no pocas si bien malévolas virtudes.
Desafiando a los opositores victoriosos a una nueva
batalla – por cierto, en torno a la botella vacía de la
reelección vitalicia, una soberana estupidez – y
convocando a sus desfallecidos seguidores a un nuevo
combate, logra medio parchar sus estropeadas filas,
rehacer sus contingentes, soldar su liderazgo y mantener
vivos los rescoldos de una hoguera hace mucho tiempo
extinguida. Pero no consigue amedrentar a los millones y
millones de venezolanos que le dirán NO el próximo
domingo. Quien pretenda dudas, que mire la marcha sin las
patéticas anteojeras de Jorge Rodríguez y las miserables
invectivas del canal de la infamia.
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Chávez, poseedor
del clásico olfato de los carroñeros y ducho en el arte de
la parada, sabe que la historia se le escapa de las manos
y que lo que no logró en 10 años con 850 mil millones de
dólares y el 75% de respaldo de una encandilada ciudadanía
no lo conseguirá en 4 años con el petróleo a treinta
dólares y un 70% o un 80% de rechazo. Sabe que el país,
que tuvo en su puño, se le escapa como arena por entre los
dedos. Que comienza la dura travesía por el desierto del
descontento popular. Y que de no hacer algo, como tocar la
diana y despertar a sus maltrechas mesnadas para atacar
imaginarios molinos de viento en tediosas e insoportables
cadenas televisivas, se le vendrá encima una tremenda
estantería. Con su pesada carga de cadáveres, corruptelas,
abusos y trapacerías. Un expediente que lo debe tener al
borde de la desesperación. ¿O alguien duda del Juicio de
Nüremberg con que terminará su carrera?
Enemigo mortal de
la única verdad de la historia – la globalización - y
engolosinado con el fantasma de lo que pudo haber sido y
no fue, no alcanza a comprender que no es la hora de
estúpidas escaramuzas sino de una ordenada retirada. Que
llegó a ese tenebroso espacio intermedio en que o acepta
la retirada y acuerda – con la oposición que ya avanza a
paso de vencedores – un pacto de futuro, o se precipita al
abismo de los Pérez Jiménez, los Noriega y los Fujimoris.
El mejor ejemplo que podría seguir es el del general
Pinochet: hacer mutis y negociar un pedazo de Poder. Pero,
por lo visto, el general chileno fue mejor general y muy
superior gerente público. Para nuestro pesar. Éste
prefiere el barranco de la soberbia y la estulticia. ¡Que
se embrome!
En eso estamos.
Aparecieron los estudiantes y mandaron parar.
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Que
a una semana del 15-F y contando con un despliegue brutal
de intromisión en todas las instancias electorales,
aplicando los expedientes del terror y gas del bueno y
poniendo a todos sus hombres, sus funcionarios de
gobierno, sus fuerzas armadas – vergüenza inolvidable que
no será echada en saco roto - y el gigantesco aparato
mediático radial y televisivo con que cuenta al descarado
servicio de su causa no haya logrado una clara ventaja
demuestra que ya se hunde en el terreno del fracaso y no
habrá Dios ni expediente que lo saque del pantano. Que
trayendo presidentes para promocionar su enmienda,
decretando días festivos, asaltando sinagogas, lanzando
bombas lacrimógenas a la nunciatura, arrebatándole
hospitales y cuarteles, edificios y oficinas a
gobernaciones y alcaldías en manos opositoras deba
reconocer él mismo que "estamos empatados", demuestra su
aterradora impotencia. Se murió el famoso 60-40 que le
inventara el G-2 cubano para maquillar el fraude del
revocatorio y su oscuro triunfo electoral de diciembre del
2006. ¡Cuan grande será la diferencia a favor de la
oposición que ni se atreve a insinuar la cantinela! Ni
Reuter puede prepararle el terreno para un nuevo fraude.
Está liquidado. Que se desvele pasando y repasando la
marcha, filmada por sus helicópteros espías. Le dará
gastroenteritis.
Confesión que nos
releva de toda prueba: si en efecto estamos empatados, si
comprando conciencias y derrochando las reservas
internacionales en la escala megalómana en que lo ha hecho
no logra recuperar su terreno perdido, ¿a qué insistir en
una enmienda que, de aprobarse por una décima de punto –
dado el supuesto negado de elecciones limpias y
transparentes, justas e indubitables – carecería de toda
auténtica legitimidad y toda base moral de sustentación?
Si Chávez no fuera el militarote zafio y brutal que es y
tuviera una pizca de sentido común, reconocería que un
país dividido en dos mitades no puede ser sometido al
sangramiento de una parálisis permanente. Menos si ya se
va quedando con un tercio. Que una mitad no puede
imponerse por sobre la otra mitad en asuntos vitales para
sus respectivas sobrevivencias, cae de maduro y resulta de
Perogrullo para quien tenga dos dedos de frente. Chávez no
los tiene. Es la gran desgracia. Ha terminado revelando su
auténtica naturaleza: un gorila fanfarrón e irresponsable.
La propia pesadilla.
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Pero lo
cierto es que no existe tal empate de fuerzas. El 60-40,
ese perfecto enmascaramiento de los fraudes del pasado, se
ha revertido en su contra convirtiéndose en la cruda
verdad de la auténtica correlación de fuerzas. Basta
recordar la "pírrica victoria" opositora el 2-D para
convenir en que entonces, como ahora, no se estuvo ni se
estará ante "finales de fotografía", lamentable expresión
de algunos líderes opositores.
Tras la derrota
del 23-N – de un alcance tan descomunal que todavía se
pretende anularlo con mañas y triquiñuelas fascistoides –
la verdad ha roto todos los diques y resulta inútil
ocultarla. En Miranda y la Gran Caracas – corazón de la
república – arrasó la oposición. Todos los barrios
populares de Caracas se han desplazado hacia la oposición.
En todos ellos el NO arrasará. Y lo hará en el Táchira, en
el Zulia, en Carabobo y en Nueva Esparta. Digámoslo sin
ambages: el cerebro y el corazón de la Nación le han
vuelto la espalda a Hugo Chávez, rechazan su proyecto
dizque socialista y se apuntan a la democracia, a la
modernidad, al progreso.
Lo mismo sucede en
territorios que debieron haber sido ganados por la
oposición si hubiera prevalecido una conciencia nacional y
patriótica. La opción es de una claridad meridiana: NO a
la reelección permanente o SÍ a una dictadura vitalicia.
De esa división
resultan dos mapas políticos, sociales y culturales: del
lado del chavismo los sectores más retrasados y
marginalizados de nuestra sociedad, incapaces de
comprender el daño casi irreparable que el caudillismo
militarista, la irresponsabilidad y el despotismo le
causan al tejido social, material y espiritual del país.
Que anteponen el clientelismo y la dependencia ante un
falso mesías a toda otra consideración racional. Pues se
trata de la irracionalidad, la emotividad y los prejuicios
como sustento del comportamiento político.
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Del otro
lado, los sectores que, sin importar sexo, raza o
condición, apuestan a la racionalidad política, a la
prosperidad y al progreso, a la emancipación social como
fundamento y principio para alcanzar la modernidad,
condición sine qua non de todo progreso en la era de la
globalización y la revolución tecnológica y cibernética.
No fue necesario arrearlos con miles de autobuses ni
pagarles un centavo: fueron masivamente a una marcha
apenas convocada porque los mueve un gigantesco corazón.
No se trata de un
maniqueísmo de nuevo cuño. De dividir nuestro maltrecho
cuerpo social entre buenos y malos. Se trata de reconocer
que Chávez ha tenido éxito – así el producto de su empeño
se esté desvaneciendo – en dividir a nuestra sociedad y
afianzarse en aquel sector más retrasado, ignaro y
desasistido, para convertirlo en carne de cañón de sus
desaforadas y delirantes ambiciones.
Esos sectores que
apuestan a la democracia, a la solidaridad, al
entendimiento y la paz como fundamentos para avanzar hacia
el progreso atraviesan todo el cuerpo social: lo componen
obreros, trabajadores, empleados, intelectuales,
profesionales, amas de casa, estudiantes. Negros, blancos,
ricos, pobres. Los protagonistas de esa maravillosa marcha
de ayer que arrasó con todos los diques sin un solo
incidente. Comparten en esencia los valores más profundos
y sagrados de la venezolanidad. Y rechazan el rencor y el
odio como combustibles del desacato político. Son los
sectores que han sabido progresar al calor de la inmensa
movilidad social que la democracia trajese a nuestro país
desde la revolución de octubre y luego de la dictadura de
Pérez Jiménez – incluso durante ella y gracias a una
política de inclusión social y de inmigración masiva que
debemos reconocer - por la democracia del Pacto de Punto
Fijo.
Son tan profundos
los efectos de esos esfuerzos del pasado, que sólo ellos
nos explican la fortaleza de los sentimientos democráticos
y su permanente renacimiento en las jóvenes generaciones.
Las mismas que hoy, de la mano del movimiento estudiantil,
llevan la bandera de la libertad y la paz por las calles,
barrios y poblados del país. Podemos estar tranquilos: el
país tiene su futuro asegurado en las voces de esos
maravillosos muchachos que ayer nos dieron una prueba de
entereza, coraje y lucidez sin límites.
Son el fermento
del futuro. Si el 15-F la mentira y la maldad, el fraude y
los abusos de la gigantesca maquinaria estatal se imponen,
el régimen nada obtendrá: seguirá con sus manos vacías. La
verdad es nuestra. La historia está de nuestro lado.
sanchez2000@cantv.net