Antes que nada es
preciso tener presente – cosa que suele olvidarse de tan
obvia – que vivimos un estado de excepción.
Que la prioridad de prioridades es impedir la consumación
de la barbarie y el entronizamiento de un régimen
totalitario. En segundo lugar, que cuanto ejecuta el
régimen, mediante la violación sistemática de la
Constitución y el uso ilegítimo de todas las instituciones
del estado, tiene precisamente por objetivo aplastar la
cultura y la institucionalidad democráticas e imponer en
Venezuela una dictadura, tiránica y despótica, como las
peores y aún peor de cuantas hayamos tenido. Y que por
consiguiente, cuanto hagan las fuerzas democráticas, tiene
por objetivo fortalecer los bastiones de nuestra cultura
democrática, acumular tantas fuerzas como nos sea posible
y apurar el amargo trago de la pesadilla que hoy sufrimos.
Carl Schmitt, el gran pensador alemán, lo expresa con un
concepto que calza como anillo al dedo a nuestra
situación: la política, bajo los imperativos de esta
circunstancia, que no somos los demócratas quienes la
hemos impuesto, se encuentra bajo las leyes de la llamada
enemistad absoluta. En otras palabras:
la política es hoy, en Venezuela, la relación
amigo-enemigo. Y la característica existencial que
todos los venezolanos, cual más cual menos,
experimentamos es la de situarnos del lado de la
democracia o del lado de la dictadura. No caben, ni
remotamente, términos medios.
De allí que toda
situación que vivamos en el presente y en el futuro, desde
los procesos electorales a las huelgas de hambre, no
tengan por objetivo estratégico otro fin que impedir la
consumación de la dictadura y avanzar hacia la
reconstrucción de nuestra hoy envilecida democracia social
y política. Quien crea que los procesos electorales que
enfrentaremos cumplirán a cabalidad los objetivos que
cumplieran en el remoto pasado, cuando gozáremos de los
privilegios de una democracia cabal, así no fuera perfecta
– alternar en los puestos de mando del Estado y sus
instituciones – está gravemente equivocado. Dichos
procesos sólo sirven a la dialéctica de acumular fuerzas y
derrotar al enemigo – el chavismo totalitario – para
fracturarlo en su columna vertebral y permitir volver a la
normalidad democrática.
Es la política de
la emergencia absoluta ante un estado de excepción. Ante
el cual no caben consideraciones que podrían conducirnos
al abismo: que si tal partido obtuvo tal porcentaje y en
consecuencia tiene un derecho equivalente a tales y cuales
candidatos. Que tales factores merecen la hegemonía de un
futuro parlamento que ni siquiera tenemos la certeza
absoluta que se se llegará a elegir. Todas las
consideraciones cuantitativas son vanas y podrían ser
suicidas. Sólo cabe una consideración: unir las
fuerzas de los demócratas bajo las premisas de los
mejores, los más capaces y los más combativos. Pero por
sobre todo: los más conscientes del grave mal que sufrimos
y los más dispuestos al sacrificio.
También se
equivocan quienes creen que solamente los partidos
políticos son quienes deben hegemonizar la conducción de
los próximos procesos electorales. Insisto una vez más:
comprendidos como lances existenciales de vida o muerte
para nuestra cultura democrática. Deben serlo,
ciertamente, pero incorporados a un gran frente
común, amplio y popular, férreamente afincado en
nuestro proyecto país: la Constitución de 1999. En ese
frente amplio y popular deben estar todos los partidos,
todas las personalidades, todos los grupos y ONG’s que han
hecho de la lucha por nuestra democracia leit motiv. Deben
estar los sindicatos que aún reconocen la democracia como
su única fuente nutricia, los estudiantes –células madre
de nuestra supervivencia como Nación – las mujeres, los
educadores, las academias, las universidades, las
iglesias, los empresarios.
Que se bajen de
esa nube aquellos dirigentes y dirigentas políticos que
creen tener agarrado a Dios por la chiva y se creen
imprescindibles. Y que ya exigen puestos salidores.
Puestos salidores – y en una LISTA ÚNICA -
sólo para aquellos que nos aseguren la victoria,
independientemente de partido y condición. Pero por sobre
todo: aquellos dispuestos a jugársela en el lance y
comprendan que ninguna elección que ganemos será
definitiva mientras subsista un solo germen de anarquía,
de maldad, de caudillaje y militarismo. Las
verdaderas elecciones tendrán lugar cuando quienes hoy nos
desgobiernan pertenezcan al más remoto pasado. Mientras
tanto, un solo objetivo: impedir la consumación de la
barbarie.
sanchez2000@cantv.net