"Este enero la difunta
cumple un nuevo aniversario, habrá flores, vivas y
canciones, pero nada logrará sacarla del panteón, hacerla
volver a la vida. Déjenla descansar en paz y comencemos
pronto un nuevo ciclo: más breve. Menos altisonante, más
libre".
Yoani Sánchez
Basta imaginar las reacciones que hubiera
despertado en el mundo la celebración de los primeros
cincuenta años de vida del régimen nazi. Hubiera sido en
enero de 1983. Hitler estaría cumpliendo 93 años y
siguiendo una ancestral tradición germánica se encontraría
perfectamente lúcido y entero. Como por cierto Konrad
Adenauer, que viviera hasta los 91 años.
No hubieran sido distintas a las que hubiera
cosechado Augusto Pinochet y la dictadura chilena de haber
sobrevivido hasta el 2023, fecha en que el Chile fascista
hubiera cumplido cincuenta años. O si la de Mussolini
hubiera llegado a 1972 en perfecto estado de salud, la de
Stalin a 1973 y la de Mao hasta 1998. Si todas las
dictaduras del siglo XX hubieran sobrevivido a los
cincuenta años que está celebrando la dictadura castrista,
el mundo sería hoy por hoy un auténtico infierno. Tentado
estamos por agregar: sin ningún sentido de ser vivido.
Para la inmensa fortuna de nuestras vidas,
ninguna de ellas alcanzó la longevidad de la dictadura
cubana. Gracias en gran medida a la existencia de la
democracia norteamericana, que truncó las vidas de Hitler
y de Mussolini, presionó sobre la de Stalin, derrotó a los
sobrevivientes del comunismo sino-soviético e hizo de la
irrestricta defensa de las democracias un baluarte de
Occidente.
Por ello me incomoda profundamente ver que
medios democráticos de Venezuela y del mundo le dediquen
páginas y más páginas a un oprobio. Desconociendo en el
caso venezolano, de paso, que sólo la traición a los
presupuestos de la justa política internacional de Rómulo
Betancourt por todos sus herederos – desde CAP I a CAP II
y desde Rafael Caldera I a Rafael Caldera II - hizo
posible que no sólo se siga celebrando en nuestro país con
grandes honores una vergüenza continental y mundial como
la sólida estabilidad del régimen castrista, sino que
pretenda entronizarse un régimen afín, tan siniestro como
el castrista y tan devastador en sus consecuencias como el
de los hermanos Castro.
Gustavo Coronel ha recordado el ignominioso
remitido en que varias centenas de intelectuales y seudo
intelectuales, artistas y seudo artistas venezolanos se
arrodillaran ante el tirano, en un gesto de ominosa
genuflexión. He creído que ese oprobio pertenecía al
pasado. Me equivoco. La fascinación por la tiranía del
déspota cubano parece seguir vigente. Es síntoma del
profundo mal que nos aqueja. El mal del despotismo
folklorizante y del infantilismo político que nos abruma.
Tras cincuenta años de represión, tortura y asesinatos,
más hubiera valido el silencio.
sanchez2000@cantv.net