El
dueño del circo ha caído en desgracia: le crecen los
enanos. Y para mayor INRI sus efemérides comienzan a
pasarle una pesada factura. Este 4 de febrero, cuando
hubiera querido que el mundo celebrara su avieso golpe de
Estado como una reedición criolla del 17 de Octubre o del
26 de Julio – la toma del Palacio de Invierno que dio
inicio a la revolución rusa y el fallido asalto al Cuartel
Moncada que inauguró la saga castrista – el mundo entero
se movilizó en una cruzada planetaria contra sus socios de
las narcoguerrillas colombianas. Y este 27 de febrero,
cuando hubiera deseado celebrar en gloria y majestad un
aniversario más del motín vandálico y sangriento de 1989,
sus enanos le roban el show protagonizando el funambulesco
asalto al Palacio Arzobispal. Razón tenía Marx cuando
señalaba que la historia suele repetir los grandes fastos,
pero en microscópica versión cómica.
La revolución se deshilacha. Y su caudillo pierde día a
día y de manera creciente la capacidad de enrumbar los
acontecimientos y sus actores según sus propias y
personales conveniencias. Atrapado y sin salida desde el 2
de diciembre, cuando el pueblo venezolano le pusiera un
frenazo a sus proyectos totalitarios, ha tratado de
recomponer el escenario de sus imaginarios combates
recomponiendo a sus huestes y moderando su discurso tanto
como le es posible. He aquí los resultados: una banda de
facinerosos patéticos, gritones y desnortados bajo la
dirección de una señora histérica y bufonesca le jalan del
mantel y le rompen la cristalería cuidadosamente preparada
como para ponerle un glorioso punto final a su aventura de
la Gran Colombia. Mayor estropicio, imposible.
Como bien señala la experiencia, sus intentos por reparar
y desmentir lo que ha urdido con sus propios telares
termina hundiéndolo aún más en la red de sus insuperables
contradicciones. Echar sobre Luis Tascón la duda acerca de
sus auténticos propósitos y sobre Lina Ron la sospecha de
estar infiltrada por la CIA no servirá más que para
ahondar las diferencias que corroen la unidad interna del
chavismo, trazando una fractura irreparable entre
“revolucionarios” y “reformistas”. Que viene a
sobreponerse a la que lo atraviesa de punta a punta: la
diferencia irreductible entre la “derecha endógena” y “la
izquierda bolivariana”. Súmese la más profunda de ellas –
la que separa a demócratas de totalitarios – y se tendrá
el cuadro de sismo que sacude las profundidades del bloque
dominante.
Se equivoca de manera garrafal y estúpida: el enemigo de
Hugo Chávez no es el Imperio ni la CIA, Globovisión o
Radio Caracas, El Nacional o El Universal, Fedecámaras o
la Iglesia. Ni siquiera los círculos bolivarianos, Lina
Ron o Luis Tascón, engendros todos de su calenturiento
proyecto bolivariano. Es él mismo, es su asombrosa
incapacidad de gobierno, su inoperancia y su carencia de
sentido de la honradez, del honor o del Estado. Es él
quien ha sembrado los vientos. Comienza a cosechar las
tempestades. Corrupción desatada, inseguridad galopante,
desabastecimiento, carestía y desaparición de la moralidad
pública.
De los polvos del 27 de febrero del 89 y del 4 de febrero
del 92 están saliendo estos lodos. Puede que sean los que
terminen por enterrarlo en el fango. Se lo habrá buscado
él solito.
sanchez2000@cantv.net