1
La bolivariana
será la primera revolución que entre al Libro Guiness
por haber batido todos los récords de bizarría. Desde el
“por ahora” y la fritura de cabezas hasta el tristemente
célebre “esta noche te voy a dar lo tuyo”; desde “esa
victoria de mierda” hasta los ojitos espías de DirecTV,
faltara tinta para imprimir el Libro Rojo-Rojito de las
citas del Gran Comandante y sus secuaces. Desde luego:
no faltarán los testimonios de sus conversiones al
maoísmo, al estalinismo, al leninismo, al castrismo, al
budismo, al confucionismo, al islamismo y así hasta el
infinito de las ciudades y palacios que ha visitado, las
iglesias que ha aplaudido, los líderes con los que se ha
abrazado, los monarcas y Papas que lo han bendecido, las
solapas de los libros que ha ojeado.
Pero faltaba una
declaración estentórea, de esas que pasan a la eternidad
sobre el mármol, la piedra o el bronce, del estilo del
“Crear dos, tres Vietnam…”, “la historia me absolverá”,
“todo el Poder a los soviets”, “mi reino por un
caballo”, “desde estas Pirámides cinco mil años os
contemplan”, “sangre, sudor y lágrimas”, “más temprano
que tarde volverá por las anchas alamedas…” y así el
catálogo celebérrimo de la cursilería política
universal. Desde el Anche tu, Bruto, la
historia no ha podido moverse sino al compás de alguna
frase broncínea. No hay república que no las tenga.
Venezuela no
contaba desde hace un siglo con el auxilio de una frase
inmortal como para acerar su culto patriotero. La
generación del 28 fue extraordinariamente sobria y
mesurada, como lo demostraran Rómulo, Jóvito y Otero
Silva. No así el caudillismo vernáculo. La última en esa
desgraciada tesitura la dijo Cipriano Castro al
referirse a “la planta extranjera que ha osado hollar el
suelo sagrado de la patria”. Pero pronto pasó al
ridículo, cuando el compadre, en un clásico gesto de la
traición de entornos que acecha a todos los caudillos,
decidió mandarlo al carajo. Ya se había olvidado aquella
de Centralismo o Federación que inflamara a Ezequiel
Zamora. Y Bolívar, que además de culto e inteligente
tenía el clásico buen gusto de todo buen aristócrata, no
se permitió más que una sola, tan cursi, tan
estremecedoramente absurda y tan descabellada como todas
las frases marmóreas: “si la naturaleza se opone, a la
naturaleza venceremos”. O algo por el estilo, pues la
frase pasó a los anales en la pluma de un realista
contumaz y opositor antibolivariano de los más talibanes:
José Domingo Díaz. Y bien puede haber sido inventada por
él o malinterpretada. Aunque los juramentos de Roma y
del Chimborazo tampoco es que no puedan entrar al
Guinness del kitsch republicano.
Pero nada de todo lo
anterior puede superar a la última frase para la
eternidad expelida espontáneamente por el espíritu del
inefable gobernador de Carabobo por gracia y obra del
teniente coronel, su padre político y mentor espiritual,
Hugo Rafael Chávez Frías: el general de la república
Luis Felipe Acosta Carles. Conmovido hasta las lágrimas
y despechado en lo más íntimo por el desprecio
presidencial, no pudo reprimir este general de la
república bolivariana de Venezuela por más tiempo
expresar a voz en cuello lo que considera su gran aporte
a la historia de la Nación: “mi eructo salvó a la
República”.
2
¿Imaginable algo más
estrambótico y estrafalario que un eructo salvando del
caos y la desintegración a una república de dos siglos
de existencia? Sólo podría ser superado por otra suerte
de gasofagia. Esperamos pacientemente que alguno de los
miembros preferidos del entorno, por ejemplo el capitán
Rodríguez Chacín salve a su admirado teniente coronel
con un sonoro, fétido y descomunal “meteorismo”, como
los cursis suelen nombrar esa cotidiana y universal
excrecencia intestinal llamada popularmente peo. Capaz
de espantar la eventual invasión de los marines
norteamericanos ya en cabeza de playa.
Nada de extraño tendría.
Como diría Chivo Negro: así son las cosas. Si el general
Acosta Carles pasará a los anales de la historia militar
de la república por haber emitido el más trascendental
de los eructos, el capitán Rodríguez Chacín lo hará en
los registros policiales por haber reformulado la
criminalística: alrededor de ochenta y cuatro mil
asesinatos, correspondientes al 70% de los homicidios
registrados en lo que va de gobierno bolivariano, según
el ministro de interior y justicia van a cuenta de
mortales enfrentamientos entre bandas y por lo tanto “
no afectan la seguridad ciudadana”. En otras palabras:
la existencia de decenas y decenas de miles de bandas –
pues para que muera tal cantidad de bandoleros la
cantidad total de ellos debe superar con creces el
millón y nada tendría de raro que alcanzara la nada
módica suma de un 10% de la población venezolana capaz
de empuñar una arma – no es un indicio irrebatible de la
espantosa inseguridad en que naufraga la ciudadanía
venezolana y sus enfrentamientos dignos del lejano Oeste
o el Chicago de la ley Seca no producen zozobra ni
pérdidas lamentables entre los ciudadanos. No es digno
de Guinness, sino de Ripley.
En un país
medianamente decente y no consumido por el folklore de
lo real-maravilloso, declaraciones de este jaez
provocarían escándalo público y la inmediata dimisión de
quienes así se expresan. No sólo por el desprecio a los
derechos humanos y a la moral pública que suponen – el
eructo y las cuentas medico-legales – sino por la franca
debilidad mental, por no decir oligofrenia, que
manifiestan. Un gobierno cuya máxima cabeza visible,
precisamente la encargada de la seguridad, justicia y
defensa ciudadana, puede sostener sin que sea retirado
de inmediato de la circulación que un homicidio sufrido
por razones pasionales no debe ser considerado en el
expediente de las víctimas de la inseguridad, no es un
gobierno serio. Ni siquiera un gobierno mínimamente
encargado de la gobernanza. Es una parodia, una
pachotada, una payasada, una vergüenza.
Casos como los
de Acosta Carles y Rodríguez Chacín se cuentan por
cientos. Y de no haberlos vivido en carne propia, no se
creen. Naturalmente que el Sr. José Miguel Insulza ni
siquiera se lo imagina. Cosas así no suceden en su país,
el Chile gobernado por Michelle Bachelet. Tampoco
suceden en los restantes países de la región. Ni
siquiera en el Haití que fuera de los Tonton Macoutes.
Sucede en un país que nació en brazos de la generación
más ilustrada que existiera entonces en la América
colonial y que diera al más grande estadista, al más
valeroso y aventajado guerrero y al más ilustre de los
intelectuales: Bolívar, Sucre y Andrés Bello.
3
¿Qué
vendaval de desgracias, qué peste mortífera, que
tragedia le cayó a la república como para que viniera a
dar a este llegadero de matones, ignorantes, ladrones,
asaltantes y violadores como los de esta calaña que hoy
usurpa la cosa pública?
Al parecer el
escándalo por los desafueros, crímenes e iniquidades
cometidas por los filibusteros que hoy copan las
instituciones y manejan a su arbitrio la justicia, el
parlamento, la policía, el llamado “poder moral”, los
ministerios y las finanzas de la Nación alcanzan al
propio ex presidente Fidel Castro, máxima inspiración de
esta sedicente revolución socialista. Quien, espantado
por tanta corruptela, habría alertado seriamente al
presidente de la república ante la devastación de que es
víctima el país en manos de los asaltantes de camino que
lo rodean. Así, se sostiene que le habría dicho en
presencia del heredero y distante anfitrión Raúl Castro,
no se mantiene en el Poder un año más. Son el eco
político de un Rodríguez Chacín y un Acosta Carles. De
un Izarrita y un Mario Silva. De un Jorge Rodríguez y un
García Carneiro. No se hable de la propia familia, que
bien merece un capítulo aparte.
Nadie que se
precie de representar a la oposición y se sienta
comprometido con la decencia nacional puede mirar de
soslayo ante este espectáculo verdaderamente dantesco.
Nadie que pretenda reconquistar espacios para servir a
la reconstrucción nacional puede cerrar los ojos y
desconocer que la empresa en que la oposición está
comprometida con cuerpo y alma, a sangre y fuego, es una
empresa de índole profundamente ética y moral.
De allí la
necesidad que tiene el liderazgo opositor de dar el
ejemplo ante la ciudadanía. Un ejemplo de tenacidad, de
desprendimiento, de generosidad, de grandeza. Por más
que los pueblos, extraviados en la estupidez de falsas
promesas, pretendan volver al pasado, pueden lograr
zafarse de los requerimientos y desafíos del presente.
Chávez quiso volver al siglo XIX y hoy naufraga en la
miseria del siglo XXI. La oposición está obligada por la
fuerza de las cosas a darle la espalda al pasado, a
rechazar los cantos de sirena de partidos,
personalidades o instituciones que reclaman vigencia
cuando no son más que despojos. Está, por el contrario,
obligada a comprometerse con el futuro, a abrir las
puertas y ventear este tenebroso, sucio y polvoriento
presente que nos avergüenza.
Hay que tener el
coraje de deslastrarse de las rémoras del pasado y
abrirse con tenacidad y lucidez al futuro. Que a Acosta
Carles le suceda un hombre de Estado. Y a Rodríguez
Chacín un estadista. Los tenemos. Démosles todo nuestro
respaldo.